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De pena máxima

Busquets, Carvajal, Piqué e Iniesta se lamentan tras la derrota de España en la tanda de penaltis de octavos del Mundial de Rusia.
Jorge Liaño

España está en casa, fuera del Mundial, golpeada, casi ridiculizada y con la sensación de haber sido eliminada por una selección menor, por un conjunto de futbolistas bienintencionados que en circunstancias normales no deberían ser un enemigo demasiado duro para los de Hierro. Pero es que España, esta España, no se ha encontrado a sí misma en ningún momento del torneo, brillando sólo un rato contra Portugal y sufriendo demasiado atrás, azotada por sus miedos y lastrada por la falta de piernas, por una preparación deficiente, por un portero invisible, por una pareja de centrales sobrevalorada como tal y por el 'Caso Lopetegui', que supuso el inicio del fin de esta historia.

La derrota de Moscú supone además el final de una era, el canto del cisne de una generación de futbolistas que ganó un Mundial y dos Eurocopas y que ha fracasado estrepitosamente en los tres últimos grandes torneos disputados. Brasil, Francia y ahora Rusia, han sido testigos de la caída de un grupo que se ha ido resquebrajando entre las palmaditas en la espalda de Del Bosque, el vergonzoso comportamiento de Lopetegui y la falta de conocimientos de Hierro. Iniesta y Piqué ya no volverán, mientras que Ramos y Silva tendrán muy difícil llegar a Catar.

Desde el inicio quedó patente que el España-Rusia era un choque de estilos. El de España, inalterable, la receta del éxito pasaba por el toque acompañado de altas dosis de paciencia. El delos rusos, mucho más tosco. Todos atrás, pelotazos a Dzyuba y ataques rápidos esperando el error español.

No había pasado nada y, a los once minutos, gol de Ignashevich en propia puerta para achantar a una grada animadísima con cada ataque de su equipo. Nacho recibió una falta en la derecha, Asensio la puso de dulce y el defensa, mientras le hacía penalti a Sergio Ramos, remataba contra su meta batiendo a Akinfeev. España había hecho lo que se le negó contra Portugal y Marruecos. Yendo por delante todo debía ser más sencillo.

El partido se convirtió en un castigo para los rusos, obligados a bascular constantemente al son de las largas posesiones de una España, comandada por Isco, absolutamente convencida de su rol en el partido. Pero despertaron a raíz de un disparo de Golovin, que inquietó a De Gea por primera vez en todo el primer tiempo. Poco después llegó el penalti involuntario de Piqué, transformado por Dzyuba, que engañó al guardameta español con su lanzamiento. Era el minuto 41 y tocaba volver a empezar, el golpe era injusto y la grada apretaba. España no había vuelto a crear peligro desde su gol. Quedaba muy poco para el descanso, pero dio tiempo a que Costa gozase de un mano a mano con poco ángulo que fue detenido por Akinfeev. El empate en el descanso sabía mal, España había sido mucho más.

Cabía esperar el mismo decorado en el arranque del segundo tiempo, con Rusia esperando su oportunidad y España mandando, castigando en el hígado al rival a través de sus interminables posesiones de la pelota a la espera de Iniesta o Aspas, las dos mejores balas que guardaba Hierro en la recámara para el segundo tiempo... Y así fue, más de lo mismo, mucho balón y poco disparo peligroso. Ni Iniesta, que entraba en el 66', parecía insuflar demasiados ánimos a una España cada vez más lenta y menos profunda. No llegó la gran ocasión hasta el minuto 84, con la sombra de la prórroga sobrevolando el Luzhniki. En esa jugada, Iniesta y Aspas, este último recién entrado al terreno de juego, probaban a Akinfeev, que desviaba los disparos de los jugadores españoles. El partido se iba al alargue después de un par de sustittos sobre la meta española. Los rusos habían llegado vivos al final, como Corea o Inglaterra en su día. España no había sido capaz de derribar al anfitrión en 90 minutos y tenía que hacerlo en 30.

Fue un asedio a cámara lenta, sin arriesgar un sólo pase, con más miedo a una contra que ansiedad por marcar, con disparos flojitos que no iban a ninguna parte y con la gasolina cada vez más escasa. Más allá de Iniesta y Aspas, nadie arrancaba y rompía en velocidad. Simplemente no podían. Sólo Rodrigo, en el 108', sacó a relucir su zancada para dibujar la mejor jugada del partido, arrancando desde la derecha, encarando al central con bicicleta incluída y disparando cruzado para provocar otra parada del portero ruso. Los penaltis ya eran inevitables, entre otras cosas, porque el VAR le negaba a España la señalización de uno muy claro sobre Piqué a la salida de una falta. Para España era un castigo y para Rusia, un premio. Recientemente, Italia en dos ocasiones y Portugal en una habían visto a España, en Eurocopas y Copas Confederaciones, imponerse en los lanzamientos desde los once metros. En 1986 y 2002 habíamos mordido el polvo ante Bélgica y Corea en esa suerte, y sólo nos habíamos impuesto a Irlanda en un Mundial en la edición de 2002.

Y volvió a salir cruz o, mejor dicho, porque los penaltis no son una lotería, estuvimos fatal. De Gea, para variar, sólo adivinó uno y puso las manos blandas, Koke y Aspas fallaron, de nada sirvieron los goles de Iniesta, Piqué y Ramos y vimos como los rusos marcaron sus cuatro lanzamientos. El avión espera. Esta lunes, vacaciones. A la vuelta, echaremos de menos a Iniesta. Su historia, desgraciadamente, acaba aquí y así.

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