De Kuip, primera gran batalla del año de la Recopa
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El Real Zaragoza campeón de la Recopa empezó a mostrar su candidatura real a hacer algo grande en Europa un 2 de marzo de 1995. En esa efeméride, el equipo aragonés visitó uno de los templos del fútbol europeo: 'La Bañera' de De Kuip. Era la ida de los cuartos de final de la Recopa. La misión, pasar a las semifinales. Hogar del Feyenoord y de sus pasionales hinchas, De Kuip es además un estadio que ha sido sede de la final de una Eurocopa, una Recopa y una Copa de Europa.
Paradójicamente, aquella misma noche en que el Real Zaragoza demostraba estar a la altura –en cuanto a juego- de los grandes de Europa, el resultado con el que se volvía a casa era un peligroso 1-0. A mitad de los años noventa la Ley Bosman aún no había hecho mella en las ligas hoy en día menores como la holandesa, y su rival, el Feyenoord, podía ser considerado como uno de los equipos más grandes de Europa. Contaba con once internacionales por Holanda, entre los que destacaban De Goey, Peter Bosz, Rob Witschge y Regi Blinker. Arriba, empezaba a despuntar Henrik Larsson, quien once años más tarde ganaría la Champions con el Barcelona.
El entrenador zaragocista, un joven Víctor Fernández, salió con todo a por el partido; eso sí, con la ausencia de Pardeza y la presencia del que estaba por convertirse en héroe del zaragocismo meses después, Nayim, en el banquillo. El resto de jugadores de aquel 11 inicial –Cedrún, Belsué, Aguado, Solana, Cáceres, Aragón, Poyet, Higuera y Esnáider- fueron los que más tarde disputarían la final ante el Arsenal. Geli y García Sanjuán completaron la formación. El equipo aragonés no se dejó intimidar en ningún momento por el escenario, ni por la presión que los aficionados de la ciudad portuaria y proletaria que es Róterdam metían desde la grada.
En la primera parte, Gustavo Poyet puso a prueba a De Goey con dos duros disparos desde fuera del área en la primera parte, pero el guardameta holandés, brillante en toda la eliminatoria, respondió seguro. Higuera también tuvo la suya para adelantar al Zaragoza. Tras el descanso, misma tónica: De Goey siguió amargando a todo el zaragocismo y Esnáider tuvo dos clarísimas que incomprensiblemente no fueron gol. Sí que tuvo más acierto, en el minuto 60, el sueco Larsson, que presumía por aquel entonces de un singular peinado sobrecultivado de rastas controladas por una llamativa cinta blanca.
El resultado no parecía muy alentador: no se había logrado marcar fuera, con lo que eso hubiera significado, y había que levantar un gol que parecía una muralla, pero en las entrevistas postpartido Cedrún y Poyet despejaban todos los miedos. Se marchaban contentos por el buen juego del Real Zaragoza. Aquel equipo, ofensivo y sin complejos, parecía diseñado para ganar, y aún quedaba la vuelta en La Romareda. Un ilusionante reto para una plantilla que tras dos primeras rondas muy cómodas, aquel 2 de marzo de 1995 empezó a sentir en las vísceras la sugerente adrenalina que provocaba la grandeza de la Recopa.