Hoy todos nos acordaremos de Manolo el del Bombo, fallecido hoy en Valencia a los 76 años de edad. Hoy todos le echaremos de menos, pero ese hombre, sin duda el aficionado más ilustre de la selección española, aunque muere feliz porque era todo generosidad, se marcha con algunos sinsabores que también merecen ser recordados. Muchos me los contó cuando, casi a diario, iba a tomar café a su bar, enfrente justo de las oficinas del Valencia CF. Aunque era de Ciudad Real y vivió en Zaragoza y Huesca antes de recalar en Valencia, quería con locura al Valencia CF, casi tanto, tanto, tanto como a la Selección.
El día que dejaron de sufragarle los viajes con la roja le sumió en una profunda depresión. De esas persistentes, de las que dejan huella en el alma.
El día que dejaron de sufragarle los viajes con la roja le sumió en una profunda depresión. De esas persistentes, de las que dejan huella en el alma. Me lo contaba siempre, lo que le dolía y sus esfuerzos ímprobos para encontrar financiación. Manolo vivió un tiempo en mi barrio, trabajó toda su vida y aunque sonreía siempre, su mirada transmitía tristeza por los avatares de la vida.
Pero para Manolo la vida era eso y hacerse fotos con los miles de aficionados que entraban en su bar (hoy llamado Splash y regentado por su sobrina Amparo al lado de Mestalla) y sonreírles. Me cuenta Juan Navarro que el último día que lo vio, al ver que uno de sus hijos estaba en silla de ruedas fue directo hacia él. "No tenía la suerte de conocerlo, pero parecía un tipo extraordinario". (Aquí la foto).
Lo era, Manolo era un grande, aunque la vida no le trató demasiado bien económicamente. Tuvo mala suerte hasta para irse, le detectaron su enfermedad por casualidad. Nadie en su familia se lo explicaba. Con tantas revisiones que le hacían, la última por los juanetes, nadie había reparado que el mal estaba dentro de su cuerpo hasta casi al final. Ese maldito cáncer estaba escondido y sólo reveló su peor cara cuando era tarde. Son cosas que duelen, que duelen a los que seguimos aquí y que no nos han dejado despedirnos como queremos de él. Vivió diez mundiales, pero no el último y siento que la época más gloriosa de la Roja le cogiera mayor. Hasta para eso no estuvo afortunado, aunque al menos la vio coronarse como campeona del Mundo.
Porque con el silencio de su bombo, como me pasó con Españeta, que justo nació un día 1 de mayo, se apaga otra parte de mi infancia como aficionado, así como una buena parte de mi edad adulta como periodista. Lo escribe un servidor, pero lo suscriben estoy seguro muchos aficionados del Valencia CF y de España. Nos queda el consuelo que, por culpa de la DANA -hoy todo son desgracias- pudo pisar Mestalla por última vez en marzo, en el duelo contra Países Bajos. Se le veía bien porque Manolo siempre sonreía, aunque los golpes al bombo escondía un ruido interior profundo y triste. Siempre le quise, porque siempre tuvo una sonrisa, aún para contarme sus batallitas. Hace tiempo que vivía retirado en Moncofa, pero el eco de su bombo llegaba a la plaza de la afición del Valencia CF con nitidez cada día. Era un recuerdo, hoy ya es leyenda y me da pena que no hubiera tenido una vida más feliz todavía. Descansa en paz. "¡Manolo, ra, ra, ra!"
David Torres
Delegado de ElDesmarque en Valencia