Brille o no, una máquina

El Sevilla ha encadenado en el Ciudad de Valencia ante el Levante su séptima victoria consecutiva en partido oficial, cinco en la Liga. Lo ha hecho con un triunfo más gris, menos brillante, de nuevo con cierta suficiencia y hasta con cierto peligro, pero venció, sumó nuevamente tres puntos y solventó una papeleta complicada con oficio. Pero este Sevilla, con sus lunares, que alguno que otro tiene, tiene muchas luces. Ya alumbren de forma continuada o a fogonazos. Si no ilumina Banega, ausente en Valencia, o Bacca, suplente, ilumina a chispazos Reyes, o Gameiro. El caso es que el Sevilla sigue imparable y suma ya 61 puntos en vísperas de recibir al Barcelona. La llama de la Champions sigue viva y el crecimiento del equipo parece no tener fin.
El Sevilla no hizo un buen partido ante el Levante, al menos no fue un partido tan completo ni tan redondo como algunos de los últimos. Apenas tuvo 15 minutos buenos, al comienzo, coronados además con un golazo, y después se dedicó a gestionar, con más o menos acierto, su ventaja, cómoda hasta el cuarto de hora final y exigua en los minutos definitivos. Y sufrió, porque a veces se excede y confía en demasía en su zaga y porque a veces su portero transmite cierto nerviosismo en los balones aéreos, más aún cuando el rival toma como modus operandi el balón al áreo.
Arrancó bien el equipo de Unai Emery. Con mucha intensidad, como suele; con mucha presión, como suele; con mucho protagonismo, como suele; y marcando pronto, como también suele últimamente (minuto 1 ante el Villarreal, minuto 3 ante el Athletic). Funcionando a todas las revoluciones posibles, el Sevilla se convierte a veces en un equipo imparable. Un descuido, una leve desatención es mortal ante la máquina sevillista. El del Levante fue nimio, y sirvió para dar rienda suelta al juego, el instinto, la calidad y el gol. Kolo evita el pelotazo y se la da a Vitolo, que aprovecha la distancia entre líneas levantinistas para darse la vuelta, correr y cuando va agontando los espacios por el centro, dársela a Reyes. Ahí ya viene la fantasía. El pase fácil era a Diogo en la derecha, pero el utrerano tiene capacidad para hacer lo difícil, para ver los espacios donde otros ven solo césped. Y se la dio pausada, tocada a Gameiro en profundidad. Y no menos meritorio fue el complicado y cruzado remate del francés, que de nuevo aprovechó su oportunidad para abrir el marcador y adelantar a su equipo.
El Sevilla mata, tiene calidad, pero quizás muchos de sus méritos también estén en labores oscuras, menos brillantes, sacrificadas. No tiene reparos en echarse atrás a veces, acumular futbolistas, tapar espacios, posibilidad de remate. Lo hace y a conciencia, a veces demasiado. Como cuando ataca de inicio, como cuando cree en el ataque, igual cree y confìa en su defensa. Por eso el Sevilla permite que se acerquen los rivales, que le generen, sí, alguna ocasión, y que permita, a veces por despistes de un central, de un lateral, de un portero, alguna intranquilidad. Pero en el fondo no es trascendental, o al menos por ahora no, porque esa cierta inseguridad que pueda transmitir el equipo es a veces aparente, es más un escalón en el desarrollo de los encuentros que una circunstancia fortuita. Porque después llega el martillo pilón. A la contra, en una jugada de estrategia (Pareja al larguero de falta) o en una acción de fe, el Sevilla mata. La fe, la concentración, el trabajo y el acierto los encarnó a la perfección Gameiro en la acción del 0-2. Peleó una pelota después de dejar pasar una ocasión, la robó, la dio de tacón y Vitolo se la devolvió. Luego de nuevo el galo la puso al área para que llegara al segundo palo Reyes y recibiera la asistencia del que fue su asistido en el primer tanto.
Ese gol, además, dejó más tocado al Levante antes del descanso, que llegó con un Sevilla cómodo. Y demasiado cómodo se vio el equipo nervionense en la segunda mitad. El Levante intentó amoldarse a la táctica sevillista y empezó a acortar pasos para llegar a la portería de un nervioso Sergio Rico, sobre todo en las salidas, pues volvió a regalar oportunidades cuando la pelota iba por los aires. Los de Alcaraz, en todo caso, buscaron mucho más el juego directo. Y ante la acumulación de sevillistas atrás, acumularon los locales también efectivos arriba. Y sin comerlo ni beberlo, el Levante empezó a colgar balones al área constantemente. A los balones divididos y la potencia física de algunos granotas, se sumaban algunas salidas demasiado nerviosas del meta canterano, que se sentía eso sí más seguro bajo palos. En una en falso facilitó un remate de El Zhar que al final se quedó en las manos, pero en la siguiente dudó y el remate picado de Uche, lento pero ajustado, se coló en la portería del Sevilla y transmitió nervios e intranquilidad para un tramo final del partido complicado.
Tampoco llegó el tanto definitivo, el tercer gol que todo lo calmara. Pero también sabe jugar con nervios este equipo. De hecho, fue a raíz del gol cuando menos sufrió. Por eso todo se quedó solo en eso, nervios y dificultad que no se reflejan en una clasificación que, esa sí, brilla en el Sevilla como pocas en la historia.