Eindhoven, once años de un amor eterno
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Restaban algunos minutos para las nueve de la noche. El inédito miedo de las grandes citas se mezclaba con la novata ilusión. El primer beso a la esquiva gloria se acercaba, los nervios inundaban el alma de miles de corazones sevillistas. Eindhoven brindaba el cielo a un modesto Sevilla. Una bestia que no acababa más que nacer, once años desde que Europa vislumbró el potencial del 'AS' de copas.
La expedición sevillista llegó a la ciudad tulipán tras un camino complicado e inolvidable. La remontada ante el Lille y la superioridad frente al Zenit antecedieron a la inolvidable actuación del angelito que habita en el cielo, el mismo que abrió las puertas de la gloria ante el Schalke 04.
Juande Ramos ofreció al viejo continente su alineación de gala, con una sola excepción. La lesión del gigante Kanouté brindó una oportunidad inolvidable para el cuestionado Luis Fabiano, que aprovecharía a la perfección. El tanto inicial de Luis Fabiano abrió paso a un recital de fútbol que noqueó las opciones inglesas. El frenesí rojiblanco pudo con las remotas opciones tácticas de un Middlesbrough repleto de viejas glorias como Maccarone, Viduka o Hasselbaink, que no consiguieron lastrar el hambre hispalense.
Tras la reanudación, el partido se equilibró con un Sevilla agarrado al contragolpe y un Boro esperanzado por las pugnas aéreas y los balones divididos. El técnico Mcclaren agotó sus bazas e impuso sobre el tapete toda su artillería, olvidando la criba del centro del campo y colgando balón sobre balón al área. Cuando el peligro acechaba seriamente el arco de Palop llegó la sentencia.
Maresca por partida doble y Kanouté en última instancia acompañaron al Sevilla al olimpo europeo, un territorio inconsciente por aquella fecha de lo que se vaticinaba y el monopolio del club rojiblanco en los años venideros. Un terremoto de corazones vibrando inundó las orillas del Guadalquivir, la falda de una Giralda orgullosa de su ciudad. La inestabilidad e inoperancia de años anteriores se tiñó de honor, germinando la misma grandeza que haría reinar en la competición a la entidad de Nervión una década después. Porque los amores que matan, nunca mueren.