Del cielo al sumidero

Puede que Vincenzo Montella se haya creído que el Sevilla es un club pequeño, mediano, de esos que se contentan con pocas pero grandes alegrías, que paran el reloj en la euforia. Puede que el técnico italiano y sus jugadores se hayan creído que en el Sevilla basta con hacer las cosas bien o muy bien cada 15 días, una vez al mes. Y puede que en los pasillos de Butarque hubiera más sonrisas que maldad, más cansancio que intensidad, más regodeo que actitud. Pero no. El Sevilla no es, ni lo ha sido en el siglo XXI, un equipo de momentos, ni un equipo vanidoso. Montella y su grupo no deben haberse enterado.

Porque si se han enterado, lo sabían y aún así han perpetrado la terrible vergüenza de este domingo por la mañana en Butarque es que han sido negligentes. El primero, el entrenador.
Montella ha demostrado que es entrenador con virtudes. Sin duda. En días importantes ha propuesto planteamientos brillantes, efectivos. Sin ir más lejos hace pocos días. Pero también está demostrando que es un entrenador con defectos, sin duda. Es un defecto no sacar rendimiento a toda la plantilla, al menos a un grupo amplio de jugadores, que en días como este domingo puedan rendir de forma decente ante el Leganés. Montella no lo hace, no implica, y se encuentra con un mismo grupo agotado física y mentalmente. Si solo tira de los mismos efectivos, responsabilidad del técnico es.
La responsabilidad primera y principal de la derrota y la imagen en Butarque es de Montella, que se negó a refrescar al equipo, a contar con más futbolistas frescos mental y físicamente; imposible que lo hubieran hecho peor que los que repetían de Old Trafford
La cara mostrada por el Sevilla en Butarque este domingo, la sonrojante derrota, es responsabilidad directa suya. Como lo es de los jugadores, cuya actitud fue penosa. Futbolistas sin intensidad ni concentración, que dejaron en un sueño lo ocurrido en Manchester. Ni uno dio la talla. Todos jugaron sin ganas, solo con implicación con el resultado en contra, y solo con arrojo cuando ya no había solución.
Tras un partido de tanta intensidad, psicológica y física, como el disputado en Old Trafford ante el Manchester United, mandan los cánones y la lógica refrescar al equipo, en lo mental y en lo físico. Montella no lo hizo, no quiso hacerlo. Solo dio entrada a Nolito por Correa (sancionado), a Ban Yedder por Muriel, evidente tras sus dos goles en la Liga de Campeones, y a Layún por Mercado. Tres cambios casi telegrafiados y obvios. Por más allá de eso, ninguna idea nueva, ninguna aportación más. Y lo que estaba escrito en los cánones se plasmó en el terreno de juego. Se veía venir. Un equipo sin intensidad, ni concentración, ni alma, ni casi motivación. El Sevilla saltó a jugar ante el Leganés con un ritmo de tortuga, con el que era imposible sorprender hasta al equipo madrileño. Los continuos errores además privaron a los de Montella de la pelota, y la actuación de varios jugadores fue casi censurable. El Mudo Vázquez, Banega, Nolito, Kjaer, Escudero... parecían estar en otra cosa, pero desde luego no en el partido de Butarque.

Mal, de arriba a abajo

Esa actitud sevillista permitió al Leganés jugar los 10 primeros minutos con enorme facilidad y tener una clara ocasión que salvó Lenglet bajo palos. Tras ese arranque el conjunto de Montella quiso asumir algo de protagonismo, pero solo aparente, nada efectivo. Tuvo la pelota de manera instrascendente y la única ocasión fue un remate de Sarabia que sacó Cuéllar. Pero por lo demás, inoperancia. Los hombres de arriba decidían y ejecutaban lentamente, los del medio ni apretaban ni arriesgaban, y los de atrás anduvieron faltos de concentración. Entre ellos Sergio Rico, que se comió un remate de cabeza bombeado de Bustinza en el segundo palo. Midió mal el portero el salto, midió mal el remate y midió mal los tiempos. Se la comió el canterano y el Leganés logró su justo premio, como justo castigo fue para un Sevilla de broma comparado con el Sevilla de Old Trafford. Se veían venir en todo caso, para todos menos para Montella.
El Sevilla ni mostró actitud ni aptitud en Butarque, y precisamente actuaciones así son las que ponen en peligro el futuro continental del equipo. Una vez se ha esfumado la posibilidad de estar entre los cuatro primeros, lo que está en peligro ahora es Europa
El intento de mentira del Sevilla de maquillar su partido, el marcador, en la segunda mitad apenas duró unos pocos minutos y apenas conllevó alguna ocasión. Un tiro lejano sin peligro, balones intrascendentes al área... y nada más. Porque ni había ideas ni soluciones. Tampoco lo fue la entrada de Sandro al campo, ni la de Muriel. Porque faltaba lo más importante, y ya era tarde. Más aún cuando el Leganés, que jugó un cómodo encuentro, encontró el segundo gol, de Eraso, en una llegada repleta de dejadez en las filas nervionenses, de laxitud y falta de concentración.
Los últimos minutos fueron un auténtico sufrimiento para el Sevilla y el sevillismo, incluso a pesar del gol de Layún, porque la imagen era penosa y las opciones de remontada, nulas. Para colmo, Sarabia vio una segunda amarilla que le impedirá jugar ante el Barcelona. Eso sí, llegará más descansado ante el Bayern. Porque parece ser lo único que importa ya en este equipo. Quizás, mientras Montella no se entere de la necesidad de contar con más jugadores en su equipo, de meter más manzanas en el cesto, sea la única manera de rotar al equipo, a costa de sanciones o lesiones.
El Sevilla demuestra esta temporada ser capaz de ser tan brillante como gris y mediocre. Y eso segundo no debe formar parte del equipo nervionense, eso último no forma parte de su idiosincrasia. Eso último, además, pone en peligro su temporada liguera y su futuro continental, más allá de esta temporada. La solución la debe dar el técnico, la debe encontrar en la plantilla, la capacidad de compaginar rendimientos, elementos. Mientras se entera o no, el conjunto hispalense se deja puntos y pone en peligro su puesto europeo.
 

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