Un punto de color en un día gris

Qué cerca estuvo de perder y qué cerca estuvo de ganar para acabar empatando el Sevilla ante el Wolfsburgo. Fue en realidad un partido muy igualado, muy competido, en el que los goles llegaron en realidad como de casualidad, tanto el primero de los alemanes, en una jugada muy desafortunada y aislada, como el del empate nervionense, en un penalti señalado por el VAR tras un polémico plantillazo de Guilavogui a Lamela. No fue un buen partido del equipo de Lopetegui, muy precipitado en ataque, con poca claridad, con poco desequilibrio, con sus futbolistas ofensivos bastante desafortunados, erráticos. Y, aunque tampoco es que el Wolfsburgo fuera muy superior, el caso es que el empate se puede ver de forma hasta positiva, porque ante un Sevilla tan desconocido, la clasificación al menos se mantiene apretada y en disposición para que el conjunto hispalense dé el salto.

Fue un partido errático en el campo y también en el banquillo, porque la verdad es que en la segunda parte los abundantes cambios de sistema, de dibujo, de disposición de Lopetegui más que ayudar, enloquecieron por momentos al equipo, al que no ayudaron esas variaciones para encontrar calidad. Al menos, eso sí, con más jugadores de ataque y con la salida sobre todo de Lamela y Rakitic, pisó más área y al menos le vio la cara a Castells.

El encuentro estuvo competido e igualado desde el inicio, en todas las acciones. Las líneas defensivas se plantaron bastante bien en el campo por parte de los dos equipos, dejando pocos espacios, pocas fugas. El Sevilla sí que dominó y controló más la pelota, llegando incluso a la frontal del área en algunas ocasiones y sacando pases laterales con cierto peligro, sobre todo uno de Acuña y con alguna de las llegadas de Navas por la derecha. Pero todo era con mucho trabajo, con mucha elaboración, mucha paciencia, y precisaba de algún chispazo, alguna mínima acción individual que cuando aparecía aclaraba un poquito, muy poquito, el panorama. De este modo el Sevilla tuvo hasta dos ocasiones medianamente claras, ambas de Rafa Mir, aunque en las dos fue superado por zagueros alemanes.

El Sevilla estaba, como acostumbra, seguro atrás, concediendo muy poco, apenas ocasiones a balón parado. El conjunto nervionense anduvo muy metido, muy concentrado, pero también el Wolfsburgo. La palabra que definía el choque era competido.

Al descanso Acuña dejó el césped, lesionado por una entrada de Mbabu en la que el árbitro ni pitó falta. La salida de Rekik restó profundidad al equipo sevillista, que enseguida se vio abajo en el marcador por culpa de una acción bastante desafortunada, pues apenas en un acercamiento logró su gol el equipo local tras un rechace.

Gracias a Bono

Se le complicó el partido al Sevilla y ahí vino el carrusel de variaciones. Retiró Julen a Rafa Mir y dejó al equipo sin referencia para que Lamela actuara de falso nueve, luego sacó al canterano Iván Romero, y más tarde a Munir para recuperar un dibujo más natural y ofensivo al menos. Gracias a Bono, que mantuvo al equipo con una parada vivo en el partido, finalmente, más por voluntad y esfuerzo que por acierto, el Sevilla sí llegó a pisar más área, a generar más peligro, y así encontró al menos el penalti señalado por el VAR, que además supuso la expulsión de Guilavogui, que dicho sea de paso había dado bastante durante el partido. Rakitic tiró de temple y experiencia, empató y alentó la ilusión incluso de la remontada. Un pase profundo del Papu casi se cuela, pero la repelió el palo. Con intentonas menos claras acabó el partido, entre el enfado de la afición local y un poco de alivio por parte sevillista, pues el partido casi se vio imposible durante algunos momentos.