Sin Süleymanoglu y Rolton, la historia olímpica queda más huérfana de héroes
Natalia ArriagaMadrid, 20 nov .- La muerte en la misma jornada del turco Naim Süleymanoglu y de la australiana Gillian Rolton abre una brecha dolorosa en la noble historia del olimpismo, esa que escriben los deportistas que, con un comportamiento único, hacen de los Juegos Olímpicos la cita deportiva suprema, por encima de marcas y récords.
Una cirrosis se llevó por delante el sábado al levantador de pesas a los 50 años. Once más, 61, tenía la amazona, víctima de un cáncer de endometrio.
El gesto compungido del griego Valerios Leonidis, el más acérrimo rival de Süleymanoglu, en su entierro, cuando besó la bandera turca que cubría el féretro, es el mejor ejemplo de la admiración que le tenían quienes compitieron con él.
La imagen de un griego estampando un beso en la bandera de Turquía le reportó de inmediato a Leonidis todo tipo de insultos en las redes sociales, en las que se dijo que no estaba besando, sino escupiendo sobre el féretro. Los agravios solo sirvieron para poner el gesto en su justa dimensión.
"El Hércules de bolsillo", nacido en Bulgaria, pidió asilo político en 1986 en el consulado turco en Australia, tras 'perderse' durante una competición. En su país le habían confiscado el pasaporte y se lo habían devuelto con un nuevo nombre, despojado de toda connotación islámica: Naum Shalamanov.
Ya como turco, se proclamó campeón olímpico del peso pluma en los Juegos Olímpicos de 1988. Su intención era retirarse después. Pero un millón de personas le esperaba en el aeropuerto de Ankara para celebrar el primer oro olímpico de Turquía en veinte años. No le quedó más remedio que seguir adelante.
Revalidó su título olímpico en Barcelona'92, donde Valerios Leonidis fue quinto. El griego tuvo una rápida progresión y cuando llegaron los Juegos de Atlanta'96 las diferencias entre ellos en las grandes competiciones eran mínimas.
En la final olímpica, batieron entre ambos tres récords del mundo en cinco minutos. 185 kilos en dos tiempos para Süleymanoglu, que el griego superó con sus 187,5; aquel los igualó después, con lo que rompió el récord mundial del total olímpico, 335 kilos, y obtuvo su tercera medalla de oro.
Leonidis recuerda que, durante la final, se cruzó con él en la zona de calentamiento y le dijo con respeto: "Eres el mejor". A lo que Süleymanoglu, el hombre que nunca creció más allá de los 147 centímetros, le respondió: "No. Somos los mejores".
Las aficiones turca y griega, encendidas y enfrentadas a lo largo de la competición, se unieron por fin para ovacionar en pie a ambos levantadores.
Menos conocida es la historia de Gillian Rolton, con quien posiblemente también se cruzara Süleymanoglu en la Villa Olímpica de Barcelona o de Atlanta, los Juegos en los que coincidieron y en los que la australiana ganó sendas medallas de oro en el concurso completo.
Que el gobierno haya ofrecido a su familia la celebración de un funeral de Estado habla de cuál es su consideración en la historia del deporte de su país.
En 1992 fue la primera mujer en entrar en el equipo olímpico australiano de hípica. Pero Rolton adquirió la condición de leyenda en Atlanta'96, cuando en el recorrido de campo se cayó de su caballo y se rompió la clavícula y varias costillas.
Lejos de retirarse, volvió a montarse sobre 'Peppermint Grove', un ejemplar que había comprado de saldo y al que entrenó hasta la excelencia. Se cayó una vez más, pero consiguió llegar a meta. Esto permitió que los otros tres miembros del equipo australiano puntuasen y ganasen con ello, por segunda vez consecutiva, la medalla de oro.
"No se va a los Juegos Olímpicos para ser una cobarde o una floja", declaró entonces Rolton.
En el año 2000, cuando los Juegos se disputaron en Sydney, ella fue una de los ocho deportistas que entraron en el estadio portando la bandera olímpica.
Fue juez en los Juegos de Londres 2012 y en los Juegos Ecuestres Mundiales de 2014. Tocó todos los palos del mundo de la hípica, pese a que en su familia nunca hubo tradición en este deporte. A ella le gustaban los caballos y no paró hasta que, con diez años, sus padres le compraron uno.
Consciente de que su final estaba cerca, organizó desde el hospital los 3 Días Internacionales de Adelaida, competición que llevaba diez años dirigiendo y que se disputaba este fin de semana cuando le llegó la muerte.
"Se trata de rodearse de gente positiva y de tener metas positivas para pasar por todo esto", dijo Rolton unos días antes de fallecer.
El Comité Olímpico Australiano lamentó su muerte y destacó que fue "tan valiente y determinada como deportista como en la lucha contra la enfermedad".
Süleymanoglu y Rolton: dos nuevos dioses para el Olimpo donde moran los héroes de los Juegos, cuyo pundonor servirá de ejemplo a las nuevas generaciones de atletas.