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Cuando Mejor dirección y Mejor película difieren en los Oscars
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Cuando Mejor dirección y Mejor película difieren en los Oscars

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En los últimos 25 años, los Oscars a Mejor dirección y Mejor película no han ido a parar a la misma cinta en ocho ocasiones. Y curiosamente la mitad de esas ocasiones se han dado en el último lustro, con el último ejemplo dándose hace una semana, cuando Damien Chazelle se llevó el Óscar de dirección por La La Land (2016), convirtiéndose de paso en el ganador del premio más joven de la historia a sus 32 años, y Moonlight (2016) se llevó la estatuilla a Mejor película.

En el mundo de las ceremonias de premios como ésta suele darse la coincidencia de ambos galardones, lo cual de entrada revela que la labor de una/un directora/director está algo malentendida en la actualidad, ya que un repaso a estas listas en los Oscars, los Goya, los César, etc, evidencia que se premia normalmente en función del film y por consiguiente la labor de su director/ora. Este texto se va a centrar en el último cuarto de siglo de los Oscars porque se puede ver un patrón en la manera en que los académicos están decidiendo repartir los trofeos, especialmente en esos últimos cuatro casos. Veamos los ocho ejemplos:

- 1998: Steven Spielberg por Salvador al soldado Ryan / Shakespeare in love

- 2000: Steven Soderbergh por Traffic / Gladiator

- 2002: Roman Polanski por El pianista / Chicago

- 2005: Ang Lee por Brokeback Mountain / Crash

- 2012: Ang Lee por La vida de Pi / Argo

- 2013: Alfonso Cuarón por Gravity / 12 años de esclavitud

- 2015: Alejandro González Iñárritu por El renacido / Spotlight

- 2016: Damien Chazelle por La La Land / Moonlight

En varios de estos casos se puede detectar la intención de la Academia de premiar a dos de las máximas favoritas, pero también una suerte de batalla entre la técnica y la emoción. En cinco de los casos (1998, 2012, 2013, 2015, 2016) se puede destacar la labor de esos directores como prodigios de la técnica, con una labor de dirección por tanto más vistosa y que no podía quedar sin premio. Mientras que las cintas premiadas en esos años eran historias más reivindicables como relatos que por la labor de alguien en concreto. Una oda al mejor periodismo, el relato definitivo sobre la barbarie de la esclavitud, una comedia que reivindica el teatro y la figura de William Shakespeare, una intriga de espías donde Hollywood ayuda a salvar al mundo o un relato en los márgenes sociales que traen no ser blanco y heterosexual.

Frente a esto, la secuencia de la playa en Salvar al Soldado Ryan, la manera en Gravity nos transporta al espacio, la apuesta por lo físico e hiperrealista de El renacido o la pericia de los números musicales de La La Land. Hay que destacar, eso sí, que en la edición de 2012 era más que probable que se diera esa disidencia, porque Argo era la gran favorita para llevarse el galardón a Mejor película pero su director Ben Affleck no estaba nominado. Pero la Academia eligió entre los candidatos a Ang Lee, aquél que había deslumbrado a medio mundo con su manera de usar la tecnología 3D en La vida de Pi.

¿Que los tres casos restantes no cumplen esa máxima? Sí, pero tienen también su explicación. Gladiator y Chicago resucitaron géneros del Hollywood clásico con el peplum y el musical, mientras que Soderbergh armaba una narrativa de historias cruzadas que funcionaba con gran precisión en Traffic y la dolorosa experiencia de El pianista, unida a la alta estima de la que goza en lo profesional Roman Polanski, hicieron el resto. La edición de 2005 tiene su historia propia, ya que el duelo entre Crash y Brokeback Mountain se acabó reduciendo tras feroces campañas previas al absurdo de: 'Si votas a Crash eres homófobo y si votas a Brokeback Mountain eres racista'.

El resultado final suele ser un punto intermedio que busque honrar ambas propuestas, pero esto choca de frente con la acepción más deseable de los galardones. Se debería premiar lo mejor, y punto. Sin consideraciones previas. Pero se pueden poner tantos ejemplos extracinematográficos que debilitan ese deseo que se entiende mejor la voluntad de la Academia. Es una cuestión peliaguda, pero no deja de llamar la atención esa idea de recompensar la técnica en el individuo y la emoción en el conjunto.

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