Ojalá Chencho volviera a perderse en la Plaza Mayor
Menuda birria de navidad televisiva llevamos. Si quitamos Feliz Navidad y esas cosas, y Klaus (ambas en Netflix, por cierto) la cosa está muy mal. ¿No me creéis? Haced la prueba: entrad en cualquier plataforma y buscad “Navidad” o “Christmas”. Preparaos a llorar, pero no de emoción, sino por pena, bochorno, vergüenza ajena o empatía con los otros espectadores que estén perdiendo el tiempo como tú.
Anoche volví a intentarlo. Noche del 25 de diciembre y yo, optimista por naturaleza, esperaba que Papá Noel hubiera dejado un par de cintas de calidad en HBO, Netlix, Movistar+ o Amazon (estoy apuntado a todo, sí). Algo así tardío e inesperado. Nada de nada. En HBO hay que irse a películas como Los Gremlins o Polar Exprés, ambas tan buenas como requetevistas; ¿Amazon? Love Actually, El Grinch, Los fantasmas atacan al jefe, The holiday o Un vecino con pocas luces. ¿De verdad? ¿Esta es la apuesta por la navidad? ¿Esta es la apuesta por el momento en el que las familias deciden abandonar —aunque sea a la fuerza— el individualismo del resto del año, dejar el teléfono a un lado (bueno, un poco…) y sentarse juntos a ver algo?
He intentado ver de todo, sometiendo mis tragaderas a un esfuerzo descomunal. Hasta una miniserie sueca llamada Navidad en casa. Aguanté hasta el tercer episodio como pude. Otra historia de amor, una soltera que no encuentra pareja y que tiene mala suerte con los hombres… Mira, no, ¿eh? El milagro navideño no puede ser siempre que una chica medio atontolinada acabe emparejada gracias a un giro de guion ultraprevisible en el minuto cinco.
Hay una española. Días de navidad se llama, pero por ahí no paso. La voz de Verónica Forqué es de todo menos navideña. Aún recuerdo cómo dejó su huella para siempre sobre Shelley Duvall en el doblaje de El Resplandor. Ni a Stephen King se le podría haber ocurrido algo tan terrorífico. En mi opinión, desde que Chencho se perdió en la Plaza Mayor (La gran familia) no hemos sabido hacer una película de este género en condiciones. Lo nuestro son las comedias de verano, los culebrones ambientados en la España de mediados del siglo XX y las teleseries con un narcotraficante más lo que sea. Ahí no nos tose ni Dios.
Esta noche volveré a intentarlo con todas mis fuerzas. Con el arbolito encendido, las luces del balcón tintineando y el umbral de mi puerta a prueba de epilépticos. Que no se diga que soy el Grinch. Ojalá el año que viene pueda escribir algo distinto. Estoy deseando disfrutar una buena historia. No digo yo que se vuelva a hacer un Qué bello es vivir, pero sí estaría bien alcanzar el umbral de la dignidad.
¿La excepción? Al principio de este artículo he comentado dos que me sacaron del bucle pesimista y de aburrimiento: Feliz Navidad y esas cosas, y Klaus.
La primera, una miniserie de ocho episodios cortitos protagonizada por un Dennis Quaid viudo que intenta mantener el statu quo en su hogar al más puro estilo Los padres de ella. Risas aseguradas y apta para todos los públicos. Sobre Klaus solo diré que es una preciosa historia de animación que explica muy bien el origen de la leyenda de Papá Noel. Si las dosificáis, puede que lleguéis hasta Reyes sin tener que sufrir lo que yo he sufrido en estas dos semanas interminables.