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Gracias, fútbol, por Jesús
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Gracias, fútbol, por Jesús

Jesús Navas, en su despedida del fútbol (Foto: AFP7 / Europa Press).
Jesús Navas, en su despedida del fútbol (Foto: AFP7 / Europa Press).

El 7 de diciembre de 2003, el Ramón Sánchez-Pizjuán estaba, sin saberlo, ante el nacimiento de un mito, una leyenda. Dos semanas después de debutar en Barcelona, Jesús Navas se estrenaba en un estadio que acabó siendo el pasillo de su casa. Allí, los 30.000 según las crónicas que poblaron las gradas nervionenses, además de tragarse un aguacero que obligó a casi todo el mundo a meterse en los vomitorios para resguardarse en la primera parte, vivía un momento histórico. El Sevilla FC remontaba un 0-2 para ganar al Real Zaragoza, siendo el gol definitivo obra de Antoñito, que apenas unos minutos antes había sustituido al entonces jovencísimo extremo palaciego, un adolescente con cara de niño que acabaría siendo historia.

Muchos de esos sevillistas, que ni imaginaban lo que les quedaba por vivir, volaron a Eindhoven, y allí estuvo Jesús Navas, a Mónaco, y allí estuvo Jesús Navas, a Glasgow, a Madrid, a Madrid de nuevo, a Barcelona… y allí estaba Jesús Navas. También dando alegrías a toda España en Johannesburgo -qué español no le empujó en la jugada del gol de Iniesta- o en Kiev. Todo antes de marcharse, se sabía que no para siempre, a darse el gusto a sí mismo de vivir desde dentro el apasionado fútbol inglés. Lo disfrutó, cómo no, a nivel futbolístico pero, sobre todo, como confirmación de que nada ni nadie podía con él, como le cantaban en Nervión, ni siquiera esa cabecita que tantos problemas generó en su inicio y que acabó convirtiéndose en su gran fortaleza. Disfrutó lo de Manchester, claro que sí, pero no tanto como volver a casa para pasar de ser uno de los jugadores más importantes de la historia de su Sevilla, a convertirse en su gran leyenda.

Sergio Ramos y Jesús Navas, en la final del Mundial de 2010 (Foto: Cordon Press).
Sergio Ramos y Jesús Navas, en la final del Mundial de 2010 (Foto: Cordon Press).

Volvió para levantar copas con el brazalete puesto, y aunque en Colonia no había nadie, allí estaba Jesús Navas. Después, muchos de esos 30.000 sevillistas que lo vieron contra el Zaragoza, cerraron el círculo en Budapest, donde había 11.000 con Jesús Navas, con la gran leyenda levantando la Séptima de esas copas que, en conjunto, solo se pueden ver aquí.

Muchos de esos 30.000 sevillistas que lo vieron contra el Zaragoza, cerraron el círculo en Budapest, donde había 11.000 con Jesús Navas, con la gran leyenda levantando la Séptima

Jesús Navas ha sido un rara avis en el fútbol actual. Lo es prácticamente en la sociedad. Un hombre convencido de sus creencias que da gracias a Dios cuando no está de moda hacerlo, que no tiene su cuerpo lleno de tatuajes, ni se le conoce un peinado extraño ni una declaración altisonante. Un chico de familia, de pueblo, que se siente tan feliz entre los suyos y en Los Palacios que no necesita nada más que el fútbol.

Un futbolista que ha sido capaz de alargar su carrera hasta los 39 años, haciendo un fútbol reservado prácticamente para veinteañeros. Nada ha cambiado en la forma de jugar de Jesús Navas desde esos días de 2003. Apenas unos detallitos para forjarlo en leyenda, su poquito de físico lógico con el paso a la vida adulta, una pizca de actitud defensiva, y el retoquito que hizo en él Pep Guardiola en Manchester para hacerle vivir unos últimos años exitosos como lateral. ¡Y qué lateral!

Jesús no ha sido el típico centrocampista que con el tiempo empieza a contemporizar, o el lateral que a la veteranía pasa al centro de la defensa porque ahí hay que correr menos, o el delantero que ya no baja a recibir ni se descuelga tanto a banda como antes. Jesús ha sido siempre Navas. El chico con cara de niño metido en un mundo de adultos, tan capaz de dar la misma entrevista durante 20 años que de ser, con su sola presencia, digno de admiración del vestuario de la selección campeona que deslumbró en la Eurocopa.

Jesús ha sido siempre Navas. El chico con cara de niño metido en un mundo de adultos, tan capaz de dar la misma entrevista durante 20 años que de ser, con su sola presencia, digno de admiración del vestuario de la selección campeona que deslumbró en la Eurocopa.

A dos días de Nochebuena, no queda otra que dar gracias a Dios -o a quien cada uno quiera-, por haber asistido a la vida y obra de otro Jesús, el futbolista. El nacimiento hace más de dos décadas, vivir de primera mano toda su carrera, y asistir al merecido homenaje que se merece un futbolista único. Gracias, fútbol, por Jesús. Una de esas personas que te reconfortan y congracian con el ser humano. Gracias, Dios, por Jesús.

Jesús Navas, en el Santiago Bernabéu (Foto: Cordonpress)
Jesús Navas, en el Santiago Bernabéu (Foto: Cordonpress)

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