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FÚTBOL, panem et circenses
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FÚTBOL, panem et circenses

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ElDesmarque

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Tiene delito escribir sobre lo poco que me gusta el fútbol en una publicación que se nutre de hablar de él, pero soy un delincuente desde hace años.

Pues sí, soy de Bilbao de toda la vida y no entiendo la pasión por los colores rojiblancos, no me quita el sueño ese deporte de 22 millonarios en calzoncillos dando patadas a un balón o entre ellos, y no creo perderme nada por no pertenecer a la tribu de los leones. Mi intención con estos párrafos es ser positivo y he empezado con demasiados "noes". Pretendo explicar que aquel circo romano se ha convertido en un rectángulo verde y que los gladiadores ahora visten Adidas, Nike o alguna de esas multinacionales del sudor. Dicen que el fútbol triunfa en el planeta porque es un deporte sencillo, sólo 17 reglas, apenas la primera hoja de un juego de rol, cualquiera puede jugar casi en cualquier sitio con un balón, cuatro montones de algo para señalar las porterías y emular a esos defraudadores de impuestos de pantalón corto, pero hay algo más. Seguro.   Todo en el fútbol está estudiado: uniformes, himnos, cánticos, formaciones, contagio del fervor por unos colores, exhibición del lujo que dan los muchos millones de sueldo y hasta la teatralidad de las faltas, algunas merecedoras de Óscar. Pues bien, en el fútbol profesional la histeria alcanza su culmen. Antes de seguir dando tortas he de decir que no estoy en contra del fútbol como deporte, ni del que se juega entre gente digamos normal, es el profesional el que me saca de quicio, aunque sobre el fútbol escolar y los progenitores endiosados habría para llenar muchos blogs, y espero leer algo en esta publicación. Al lío.  Parece que siempre hemos necesitado héroes a los que admirar. Desde antiguo se ha rendido honor y pleitesía a los gladiadores, a los que volvían victoriosos de las guerras o de las batidas de caza, y como parece que los mercados se cargaron esa épica acercando la comida a nuestras mesas, hemos de buscar otras figuras para convertirles en lo que nos gustaría ser y no somos. Si a ese sentido de pertenencia a un grupo con el que me identifico le doy un uniforme, unos colores, un himno casi militar, unas señas de identidad que lo hacen diferente a otros del entorno, tengo creado el club de mi corazón, al que idolatraré y defenderé, con violencia si es necesario. Para ambientarme a la hora de escribir esto, me invitaron a presenciar uno de esos espectáculos en una magna Catedral, pero eso merece otro párrafo.  No había ido en mi vida a San Mamés a ver un partido oficial hasta este miércoles, la eliminatoria de Copa contra el Barcelona, y lo vivido esas dos horas en la Catedral me reafirman en todo lo que me produce rechazo de ese mundo. Aplausos generalizados al arbitro cuando salía por su polémica con el entrenador rival, aplausos cuando sacó una tarjeta al capitán del otro equipo especialmente odiado sólo por estos lares, y de repente, un par de faltas mal (?) pitadas que según el criterio del respetable (?) eran de patíbulo, y el concierto de silbido y los insultos ya se los podían repartir entre el de negro y los once de la legión extranjera. La falta de criterio obnubilada por el fervor a los colores parece ser que se da en todo recinto deportivo, ya sea esa alfombra verde o el fútbol de canastos que decía Gomaespuma, y que a la misma hora se desarrollaba en otro punto de Bilbao, donde en las gradas, sin duda, también se dicen lindezas.   El valor terapéutico de ese par de horas viendo sudar a millonarios, insultando a todo lo que se mueve, deshaciéndose en halagos a un jugador en el minuto 5 y pidiendo su cabeza en el minuto 15, ese valor de sesión de psicoanálisis debe de ser impagable. En las gradas no eran energúmenos los que bramaban, era gente de todo pelo y señal que utiliza ese rato para soltar sus malos rollos y salir bendecidos, cosa que se notaba poco por las caras largas del final. Luego, en los triunfos, hablarán de catarsis colectiva, de comunión en los colores, de pasión desatada, y otra parte de la sociedad hablará del chorro de dinero que genera el deporte profesional. Nada que objetar a esto último porque la realidad es esa, pero hay otras realidades, amaños de partidos, sobres, maletines, corrupción en la FIFA... Mientras en la antigua Roma se distraía al populacho con "panem et circenses", aquí se hace lo mismo con el deporte profesional en general y con el fútbol en particular. Y todos somos cómplices.  Este fútbol hecho espectáculo de masas puede que no sea más que una forma de distraer a la ciudadanía, de hacerles sentir importantes porque sus mercenarios hacen triunfar a su escudo y sus distintivos. Entiendo esa necesidad de pertenencia a una hueste ganadora pero no me pidáis que la comparta, que me disfrace con esos colores, que ensalce a esos profesionales excelentemente pagados. No siento esa pasión ni la he sentido nunca, por puro orgullo bilbaino (con diéresis) me gusta ver a la gente feliz cuando ese equipo gana, pero hasta ahí. Ya era muy crítico con el fenómeno hooligan que parece impregnar el fútbol en todo el planeta, y mi visita a San Mamés (una y no más), hace que todas mis dudas se disipen. El ínclito Paco Martínez Soria decía aquello de "la ciudad no es para mí", pues bien, cambiad "la ciudad" por "el fútbol" y todo quedará claro. A otro perro con ese hueso.
Por Mikel Ortiz de Etxebarria. "Antimilitarista, bilbaino, irakasle, geek, biólogo, euskaldun y procrastinador. Bastante ácrata e idealista. Naturazalea eta mendizalea".

@eztabai

eztabai.blogspot.com

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