Luces y sombras en el fútbol

Hay casi 900.000 futbolistas federados en España. Entre los que no lo están un 31% lo juega en algún momento del año en sus diferentes modalidades y un 75% alguna vez ha comprado entradas para acudir a un partido profesional. El 70% de los ciudadanos ha visto alguno de los encuentros que se programan casi diariamente por televisión. Y así otras tantas estadísticas reveladoras. Aunque entendamos a sus detractores hoy por hoy es muy difícil poner diques al futbol.

Quizá porque pocos deportes generan tantas emociones y no hay nada comparable a saltar de alegría tras la consecución de un gol propio. Con el futbol sueñas, te apasionas, te ilusionas, pero también te enervas y te desengañas. Con el futbol disfrutas y sufres casi a partes iguales. Lo sientes tan tuyo que cuando tu equipo gana o pierde te consideras directamente implicado, no eres cómplice en el resultado pero siempre buscas culpables del éxito o el fracaso. E
l futbol es una montaña rusa, tan pronto te llenas de euforia cuando los tuyos responden a las expectativas como los destierras a los infiernos cuando estas no se cumplen. Jugadores que pasan del endiosamiento en los buenos momentos al disparadero instantáneo cuando yerran en una acción. Esto es el futbol, un carrusel de sentimientos, lleno de blancos y negros, sin prácticamente espacio para los grises.     Desde el punto de vista de los aficionados todo es categórico en este deporte, un comportamiento comprensible pero injusto por parte de los seguidores que enseguida sentenciamos como si no tuviéramos días desacertados en nuestros trabajos. Esta es la foto cotidiana del sobredimensionado futbol profesional pero en el amateur e incluso en el escolar también encontramos interesantes e inexplicables luces y sombras.
En la cara más positiva, el trabajo en grupo sintetizado en un deporte que arrastra empatía y genera sentimiento de pertenencia a unos colores. El futbol desde este punto de vista es un excelente vehículo para integrar y hacer comunidad. Esta es una de las caras amables del balompié, llena de solidaridad, abrazos y manos tendidas, pero sin embargo también hay cruces que acompañan en sus categorías inferiores al más universal de los deportes.   El universo del futbol que se jacta de integrar a cualquiera –siempre y cuando tenga habilidades para jugarlo, se convierte en una esfera excluyente  para los que no responden al patrón. Ahí comienza una de las vertientes más oscuras del futbol base, que es por donde debería empezar todo. Más del 80% de los alumnos de tercero a sexto de primaria participó el año pasado en la campaña deportiva escolar de una u otra forma y buena parte de ellos se decantaron por el futbol, hasta ahí todo muy positivo.
Pero cuando los chavales empiezan a jugar se activan los peores comportamientos en algunos de los adultos que los tutelan. Todos en la noble ingenuidad de la infancia juegan para divertirse aunque no todos lo hacen igual. Hay niños habilidosos y otros que no lo son, niños que no dan valor al resultado y otros que lo convierten en capital, pero son niños y eso justifica que sean como veletas girando a diestra y siniestra por el aleatorio golpe del viento.  El problema no son ellos, que no suelen nacer tóxicamente competitivos. La primera contaminación de la esencia de este fantástico deporte llega de aquellos padres y/o entrenadores que desde que el niño da sus primeros toques de balón quieren hacer de él una estrella, tenga o no las cualidades que se precisan para alcanzar semejante propósito.
Hacer una criba o un descarte por razón de nivel futbolístico en un grupo de niños -pongamos de 10 años, es un ejercicio hasta cierto punto cruel, por mucho que los clubes busquen ya desde estas categorías los mejores equipos para alcanzar sus objetivos.
En esos filtros siempre hay entrenadores ambiciosos y padres cómplices que creen que el hecho de que su joyita juegue en un equipo de más cache les va a dar cierto prestigio social. Siempre es un error supeditar los resultados a la enseñanza que supone para cualquier niño trabajar en grupo, fortalecer la relación con sus amigos, y aprender a comprender y compartir con ellos las victorias y las derrotas.   No quiero espantar ninguna vocación y a todos los que creen tener un Aduriz en casa les diré que ojala se cumpla ese sueño casi imposible, les recomendamos efectivamente que no pierdan la ilusión y lo sigan intentando. Puede que algún un día veamos al lumbrera en los cromos, pero es francamente complicado que alcance el mismo objetivo que también persiguen cientos de miles de niños muchas veces azuzados por sus respectivos padres.
Siento aguarles la expectativa pero seguramente les resultará más factible trabajar en la NASA que vivir profesionalmente del futbol. Ahí queda el dato, hay 900.000 futbolistas federados en España pero solo 2.370 de estas licencias se corresponden con jugadores profesionales. Ahora mismo en la primera división española juegan unos 500 y no llegan a 15.000 los que han jugado alguna vez en primera o segunda a lo largo de la historia de estas competiciones.  Pregunten a sus hijos. Si les dieran a escoger ¿qué creen que elegirían? ¿Preferirían el futbol entre amigos o el excluyente futbol ficción que se fomenta desde algunas escuelas y clubes?
Por Angel López, periodista de Onda Vasca 

@SesmaAngel