Quemaera estival
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“Quemaera” es un sustantivo femenino que la RAE rechaza por andalú, pero define mejor que ningún otro sinónimo castellano el estado habitual del ciudadano medio cuando llega el verano. El que no trabaja, padece la “quemaera” del paro; el que trabaja, la “quemaera” de haber estado trabajando. Pero durante las vacaciones, lejos de refrescarse, suele incrementar su sensación de “quemaera”. Alguno, como Isra, empieza con buena voluntad.
—Conchi, este verano dejo de fumar. Fijo.
El primer día va a correr para estrenar la camiseta de running del Decathlon que le regaló la parienta por Reyes y vuelve con la “quemaera” propia del que no corre desde el último recreo del colegio, el mismo en el que empezó a fumar.
—Conchi, esta camiseta da tela de calor.
—Claro, te la regalé por Reyes.
—Po córtale un poco las mangas.
—¿Con 9’99 euros que me costó? Ni mijita.
—¿Y así quieres tú que deje de fumar?
Ya, al tercer día de playa protesta por la “quemaera” de las sillas, la sombrilla, la cesta, la mesa, la nevera... Al cuarto salta levante. En un principio lo celebra porque así evita la playa. Pero cuando comprueba que el levante ha venido para quedarse reflexiona acerca de la posibilidad de aliviar la “quemaera” del levante con la lectura de un buen libro. En una feria ambulante de libros de ocasión compra a dos euros uno muy sugerente de Jorge Bucay, por recomendación de un amigo que trabaja de conserje en un centro de drogodependencias.
—¿Tú has oído hablar de este tal Jorge Bucay? —pregunta inseguro a la parienta, tras haber superado tres páginas sin enterarse de nada.
—Ese juega en la NBA —responde ella para animarlo. Mira el título: Veinte pasos hacia adelante.
Los mismos que le separan del chiringuito. Deja el libro en la mesa de la terraza para que se vuele, se guarda el tabaco en el bolsillo y le dice a la parienta que va a tomarse un mojito para quitarse la “quemaera” mental del libro. Lógico. El camarero del chiringuito le confiesa la “quemaera” de trabajar en verano la hostelería, a lo que él antepone la “quemaera” de su trabajo de vigilante de seguridad de una urbanización, cuyo tedio provoca que la mayoría de las noches se quede dormido en la garita. No obstante, coinciden en que mayor “quemaera” padecen los senegaleses que deambulan bajo el sol intentando venderte el elefante de la suerte. Al quinto mojito, un wasap de la parienta le advierte que la cena está lista. El “ahora voy” desemboca en la bronca que reabre la “quemaera” del matrimonio. Pero para no recordar la “quemaera” económica que les impide divorciarse, de momento, cierran la disputa con el tácito acuerdo de cenar viendo el telediario: la “quemaera” de los bosques les hace olvidar la propia.
A la mañana siguiente, el remordimiento de conciencia por los mojitos de más le conduce a una agencia de viajes, donde se interesa por algún lugar exótico, económicamente posible y que, por supuesto, no esté “quemao”. Tras oír atento su demanda, el encargado de la agencia le muestra sonriente un catálogo con su oferta estrella: Punta Cana. 600 euros, una semana con todo incluido. El paraíso. Se presenta ante la parienta con su segunda luna de miel.
—A Huelva no voy yo, que está hasta arriba…
—Eso es Punta Umbría, Conchi, Punta Cana está en Las Antillas.
Conchi abre el Google Maps e insiste:
—La Antilla, Huelva, España…
Isra subraya lo del plural, Antillas: nos vamos a la República Dominicana, la capital de Santo Domingo, el país más seguro de América. 600 euros. Todo incluido. Ella opta por el escéptico silencio e inmediatamente le vacila a su amiga por WhatsApp con fotazo del catálogo.
—Yo ya he estado allí…
—¿Y qué tal?
—El primer día bien. Luego una “quemaera”. En el hotel. Ciegos todo el día. Eso sí. Todo incluido.
Su gozo en un pozo. Se dirige a la terraza donde sorprende a su marido cortándose las uñas de los pies y tirándolas a la calle.
—Isra, no seas guarro. ¿Por qué no cogemos mejor el coche y nos vamos a otro sitio más cerquita, a Cádiz, por ejemplo, y escuchamos allí algo de carnaval?
—El carnaval es una “quemaera”, Conchi, siempre lo mismo. Además, en Cádiz sólo se puede ir a la playa. Pero eso, ir. Luego en la playa no te dejan hacer nada. Para colmo nunca hay aparcamiento y, encima, han puesto el paseo marítimo entero “zona azul”. En las terrazas te clavan. Y hace el mismo levante que aquí. O más.
Yo, en parte, estoy de acuerdo con Isra. El verano es una “quemaera”. Sin dinero y con levante, o con poniente, o con calor, sin un solo lugar con encanto que no esté convertido en romería, sin fútbol y sin barbacoas, sólo te queda la posibilidad de un buen libro, pero claro, no de Bucay. Aunque el problema no es tanto Bucay, sino Isra. No es el libro, sino el lector. Hay más libros interesantes que lectores interesados. Un buen libro te puede devolver la paz que tu espíritu necesita, puede hacerte viajar sin moverte del sitio, soñar sin necesidad de cerrar los ojos. Por eso, dejé aparcado para estos días un libro de Daniel Pinilla que —intuía— me podía salvar del verano: Hasta el mojito siempre. Lo mismo tú prefieres el mojito, como Isra.
EL RUBIO (leyendo al aire acondicionado)