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La ruina alternativa
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La ruina alternativa

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Juan Carlos Aragón

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No eres más pobre cuando tienes menos dinero, sino cuando más necesitas gastarlo, como ya no me sucede desde que dejé de fumar y empecé a darme cuenta de lo absolutamente prescindible que es casi todo lo que creemos necesitar. Necesario solo es el amor y la tierra. El dinero, a lo sumo, conveniente. Y pobre del que no encuentre algo mejor con lo que sustituir la conveniencia del dinero porque, en una sociedad de consumo, sin dinero para consumir… apañado va, porque dice la Epa que hay unos cuantos parados menos —o sea, más camareros de verano—, pero no dice cuántas horas echan y cuánto cobran. Más vale.

Hasta tal punto es verdad lo que digo que perdí la cartera y tardé más de tres días en echarla de menos —lo mismo que Suli en resucitar—. Fue hallada porque realmente no fue perdida, sino olvidada, lo cual me alegró más. Y el fastidio no fue tener que volver ciento sesenta kilómetros para recogerla, sino el escaso valor de lo que una cartera contiene y representa, la mía inclusive, en contra de todo el que le damos: códigos de identidad para el control del Estado sobre el individuo, tarjetas de un sistema sanitario tercermundista, fotografías que en ningún caso superan el álbum de la retina y un papel timbrado que no da ni para entrar en la frutería. Al menos, mi cartera. Sé que en este país hay otras carteras mejores, pero no me cambiaría por sus dueños.
Nos ha tocado vivir la decadencia en todas sus formas. Solo danzan cachondas sobre nuestras cenizas la ciencia y la tecnología, disputándose entre el carmín y las pieles a quién corresponde el deshonor de ser la gran puta del capital. Nuestra generación ya no verá más Estado del Bienestar que el que sea capaz de construirse al margen del dinero. Pero la decadencia solo es absoluta si no hay ruina alternativa que ponga color y humanidad donde ellos ponen ladrillos, cristales y diésel. Y dentro del catálogo occidental de ruinas actuales, falta incluir un tipo de ruina que desafía la gravedad financiera, la corrupción, la explotación y el desempleo: la ruina alternativa, la que nos hace convivir con ella pasando por encima de ella misma, presididos por un espíritu que no mira a la cartera o al ladrillo sino al mar y a la mano derecha. En estos días en los que se forran cuatro piratas explotando a unos pobres necesitados de techo y arroz, debe germinar la semilla de otro valor prohibido para los esclavos del poder y el dinero. Esta semilla se planta recuperando —e incluso transgrediendo— el concepto de necesidad, el que hasta ellos están dictándonos para construir su fortuna. Párate un momento y pregúntate a ti mismo qué necesitas para ser feliz. ¿Dinero? ¿Seguro? ¿Y nada más?

La revolución tecnológica ha convertido a los obreros en esclavos

Paralelamente a mi desinterés por la cartera he ido viendo durante estos días como ya mucha gente no entra en las tiendas, ni se sienta en las terrazas, ni paran en la playa al vendedor de refrescos, ni miran de reojo al senegalés de las pulseras. No estoy diciendo que no sean necesarios el pan y las paredes. Esas aún las tenemos y la seguiremos teniendo, aunque provengan de la caridad: la caridad es el seguro de vida del rico frente al pobre, el gran antídoto contra la revolución. Maldita virtud.
La alegría no solo está en la cartera, como defienden los esclavos del dinero. Si nos damos la vuelta dos mil trescientos años y caminamos hasta las afueras de Atenas, en el Jardín de Epicuro se reían ya de todos estos ricos de mierda y pobres de espíritu. Era el Jardín de la Ruina Alternativa, ese tipo de ruina que solo es ruina —insisto— para estos ricos de mierda y pobres de espíritu, y lástima del que no lo sea pero aspire a serlo, pues de modo probable muera en el intento, sin dinero, sin poder, pero también sin amor, sin la tierra, la palabra, la música y la risa.
No estoy resignándome a la defensa de una estética y una ética de la pobreza. Mi reactividad no va por ahí. Pero los valores del consumo nos han provocado neurosis obsesiva hasta tal punto de haber conseguido que llamemos “trabajo” a las nuevas formas de esclavitud del capitalismo tardío y nos quedemos tan frescos. Eso sí que es conformismo, mayor incluso que renunciar a él, porque renunciar a la esclavitud solo está al alcance de quien es capaz de llenar su vida sin tener que echar mano de la cartera. El problema ya lo detectó Aristóteles: “hay esclavos por naturaleza”, y esos esclavos son los artífices del éxito del capitalismo. Si recuperásemos dignidad, el capitalismo tendría los días contados y el trabajo vendría solo. A ellos son a los primeros que les conviene: si no, ¿a quiénes van a vender lo que fabrican? La revolución industrial convirtió a los esclavos en obreros. La revolución tecnológica ha convertido a los obreros en esclavos. La historia se repite. Con el siglo XXI estamos estrenando el feudalismo digital. La Edad Media duró mil años. A ver cuánto dura la Edad Vieja.
EL RUBIO (dudando entre si coger un chapú o seguir dándole a la guitarra)

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  1. José

    Por desgracia la pobreza no es económica, es mucho más acentuada de ideales, hipotecados de condición, y viviendo la vida con opiniones prestadas, pan y circo, fútbol todos los dias y chulos y putas televisivos vendiendo las dignidades de terceros, en fin, cuando se es libre de opinión es más difícil ser esclavo de condición

  2. Jaime Salinas Jaime

    Estimado Juan Carlos, me encantan tus escritos. Un abrazo

  3. Alberto Corrales Ruiz

    La verdadera esclavitud , no la provoca lo que te quieras comprar, si no lo que ya compraste , encima con dinero de otro. Lo llaman deuda y todo esclavo la tiene incluido los estados

  4. antonio garcia garcia

    Gracias cabeza de verdad un immigrant x mil euros

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