No apto
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No es que vaya a hablar otra vez de carnaval, porque ya dije que no lo haría, y yo cuando digo algo lo cumplo. La gente que se contradice me resulta contradictoria. Pero el otro día me enteré de que los jueces del año que viene no van puntuar en preselección, sino que se van a limitar a calificar con un “apto” o “no apto” a las agrupaciones. Lo que no queda claro es si “no apto” implica algo más que “tú no vale pa esto”, “no siga ensayando que es pa ná”, “dile a Youtube que borre el vídeo de ustedes”, “la culpa es de la costurera, no pagarle”, “no vení má”, “inútiles”… Además, sería justo que le devolvieran al espectador el dinero de la entrada, proporcional al número de “no aptos” que se ha tragado en su función. 18 pavos la entrada. 6 grupos. 3 “no aptos” = Procopio te devuelve 9 pavos.
Carnaval aparte, que no es de lo que estoy hablando, a los “no aptos” dicen que les van a regalar —junto con el diploma— unos libros de autoayuda de Dierdre Boyd, de cómo superar y entender la ansiedad y la autoestima. Están muy bien para los días posteriores al trauma, pero esto aún no está aprobado por la Junta Directiva del COAC.
Lo que sí está aprobado, por lo visto, es que a los aptos los van a puntuar como en el cole, de 0 a 10, que es el esquema mental de puntuación que tenemos incardinados desde la párvula formación de nuestro organigrama psíquico calificatorio (toma ya), y no sobre 18 ó 22, que son números primos hermanos, porque se suben o se bajan según filias o fobias, como en la pasada edición. A lo mejor es que piensan recolocar de jurado a los maestros que han sido excluidos de las oposiciones.
Pero la gran putada —no sé si alguien ya la ha visto venir— es que el jurado tendrá que puntuar de 0 a 10 y por separado la letra, la música y la afinación (menos mal que la cuestión gestual de momento no cuenta). O sea, que los jueces tendrán que tridimensionarse para ser capaces de estar pendientes de manera independiente del poema, la sinfonía y el orfeón, en dos minutos; o en uno, si es cuplé; o en medio, si es estribillo; o en diez, si es popurrí. Qué capacidad, carajo (uy, perdón por la expresión pero es que estaba haciendo un cuplé).
No estoy hablando de Carnaval, que nadie me malinterprete: el COAC —que ya no es aquel vulgar “er Falla”— no es un mero concurso de carnaval. Va mucho más allá. De hecho, ya quisiera el CGPJ tener a tanto técnico en la materia perfilando los artículos de sus informes. Pero el problema es que, al lado de esta tridimensionalidad cuantitativa para la puntuación del jurado, queda sin resolver la cuestión previa de qué carajo se puntúa. Para aplicar un sistema de puntuaciones, previamente debe advertirse un criterio técnico y —además— una orientación al participante sobre aquello que sé valorará más y mejor, del mismo modo que se concretan las causas y las cuantías de las penalizaciones (o descalificaciones). O sea, que si yo que paso un kilo del carnaval, por ejemplo, un año me da por presentarme al Concurso con la exclusiva intención de ganarlo, quiero saber si el jurado valorará de 8 parriba la letra a Cádiz que sea bonita, aunque contenga quince diminutivos y sus metáforas no sean comprensibles sin cannabis, y de 8 pabajo si dices que Cádiz se hunde. También quiero saber si los cuplés fálicos valen igual que los de Bárcenas, o el hecho de referir a una parte pecaminosa de nuestro ser material daña estructuralmente la moral colectiva y ha de ser suspendido. También quiero saber si vale lo mismo una música original que una de Los Chichos porque, si es así, vendo la guitarra. Y por último, también es necesario que el participante sepa si el miembr@ puntuante tiene carné y de quién, vaya a ser que se me cuele un morado y yo diga que Maduro es un cabrón o que el Kichi se debería haber abstenido en el religioso reparto de las medallitas de oro de la ciudad.
Siempre nos hemos quejado de que hay profesores que no corrigen los exámenes, que ponen la nota al peso o por el apellido. Y es cierto. Yo lo hago. Sobre todo cuando el peso es insoportable o el apellido compuesto. Pero entiéndase. Soy interino y tengo que conservar el puesto como sea. Pero en el COAC hasta ahora también se ha hecho, y aunque el jurado se tridimensione, multiplique, seleccione o divida, a mí me da que como salga de jurado uno de mis “amigos”, al grupo le ponen un 10, pero la letra y la música no pasa del 6… por una cuestión técnica, claro está.
La justicia no es un cachondeo. Pero el carnaval sí. Y como tal debe ser tratado. Quien quiera tomárselo en serio que se meta en el mundo de la judicatura, que ahí es donde hace falta seriedad. El carnaval, si no es en plan compadre, no es carnaval. No vale ná. Por eso lo dicho: de carnaval ni hablo.
EL RUBIO (temiendo que le den un no-apto en Alaska por culpa de la letra)