Domingo de Repuigdemont
Siempre vi con hipercríticos ojos el evangelio del independentismo catalán, no por desacuerdo —siempre defendí el derecho de autodeterminación— sino porque tenía la asertiva certeza de que tanta movida iba a terminar entre rejas, silencios, rabias y llantos. Siempre advertí que para que un independentismo contase con apoyo internacional necesitaría unas circunstancias que en Cataluña no se daban. Siempre temí que el independentismo catalán pusiera en bandeja el rearme nuclear y la resurrección del franquismo, latente en el azul y efervescente en el naranja. Siempre adiviné que bajo el lazo amarillo y las burguesas bufandas no se escondían fusiles de asalto. Siempre temí que hicieran el ridículo ante el mundo, Spain y ellos mismos, que es lo más doloroso. Y todo lo que siempre vi, defendí, advertí, temí y adiviné, coño, así resultó.
Los mismos que celebran y se burlan del fracaso del Procés votan o mantienen al gobierno más corrupto de Europa. Y no me refiero solo a sus rivales políticos, sino a los ciudadanos de a pie, a esos pobres españoles muchos de los cuales llevan a gala ser del Barça “porque el Madrid era el equipo de Franco”. Estos son los que llevan meses haciendo y rulando chistes y memes sobre el independentismo, los mismos que vituperan que en España no hay presos políticos sino políticos presos, sin darse cuenta de que el orden de los factores no altera el producto; o dándose cuenta, los muy cínicos: depende del grado de analfabetismo público o concertado que hayan padecido. Son los mismos que, de momento, no lamentan que, en lo que ellos llaman “su nación”, no sólo se estén reabriendo viejas heridas, sino que se estén provocando heridas nuevas, de las que no cicatrizan, ni con la porra ni con la palabra.
Al igual que muchos catalanes cuentan con la desgracia de ser españoles, muchos españoles cuentan con la desgracia de no ser catalanes y, por tanto, de no saber contemplar la realidad desde la trágica óptica contraria. Aunque geográficamente yo me sitúe en la parte no catalana de la pandereta, moralmente cada vez me encuentro más al norte. No defiendo el martirio, pero menos aún a los que lo causan. El movimiento había retrocedido. Estaba sacando una tímida y soberbia bandera blanca. O beige. Pero es igual: el “enemigo” estaba tocando retirada. ¿Era necesario ahora, justo ahora, todo esto? ¿Pretende acaso Llarena ser el Garzón de la ultraderecha? ¿Otro mesías que viene a devolverle a España la paz y la unidad… en vez de la decencia?
Es agotador asistir diariamente a la normalización del vandalismo político, lo que antes llamábamos corrupción, pero que ya es de tal grado que ha superado incluso el propio término con el que se la definía. Y venga telediarios. Y otra tanda de carruseles informativos (o lo que sean). Y otra tertulia de pijas y calvos. Y otro chorreo de articulismo mediático. Y otro sálvame. Y otro púdrete. Si en los libros de historia le contaran a los niños cómo es España de verdad seguro que estudiaban más para poder buscarse la vida bien lejos de aquí. Unos estremecidos ante un paso y otros estremecidos por dar un paso, o por no haber dado los que faltaron por dar… El resto, los que ni paso, ni patria, ni lazo, ni ley, perplejos mirando un partido de tenis entre mancos.
Muchos de los que están aburridos de la causa catalana repiten y recrean la causa cristiana, la del cirio y el capirote, y de esa no se aburren. Quizá porque la suya tiene final feliz cada año, y la otra, ni tiene final y, si me apuras, ni siquiera causa. Pero ambos, cada uno a su manera, cumplen la misma función social: redimirnos de la realidad a través de la novela histórica y la de ficción llevada al circo nuestro de cada día. Esta Semana Santa, el impacto por la detención de Carles me ha distraído de la de Jesús. Además, el nazareno siempre termina resucitando. En cambio, el pobre Carles creo que ya está mutilado de por vida. Ojalá no. Ojalá esté España llena de cristianos de verdad y cambien su libertad por la de todos los Barrabás que siguen vacilándonos a pelo, sin profilaxis.
Ya que no es posible la revolución —y menos entre tanta gente que se acojona con solo oír la palabra— hágase pues la resurrección, que parece más sencilla, no compromete a nadie y no hay peligro de que te detengan, porque no es fuga, sino huida, pero huida en la dirección contraria a la que por defecto se sobreentiende: hacia adelante. Dicho de otra manera, aquí ya no queda más que lo que alcancemos con nuestras manos, y ahí van muchos de nuestros sueños. Para convertirlos en realidad, solo hace falta una mañana soleada, una melodía que taladre, una arena desierta y un dolor que se aleje. ¿Adónde quiero llegar? Permítanme esta vez que me limite a limpiar mi casa y mi futuro, a quitar fetiches inútiles de en medio, a despejar el mayor número posible de caminos y a divorciarme de quienes me quieran llevar por el suyo. Aleluya.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Después de los comentarios anteriores... Comento solo para confirmar al autor que otros hemos comprendido y compartimos el enfoque del artículo. Un saludo.
La politización del deporte. ◦ Los desfiles nocturnos de antorchas ◦ Los mosaicos humanos. ◦ El culto a la simbología (esteladas por doquier). - Las tesis supremacistas * El saludo con el brazo en alto ◦ Adulteración de la historia y sustitución de ésta por mitología. - El adoctrinamiento escolar ◦ Manipulación informativa y control de los medios de comunicación.Y ya son demasiadas coincidencias . Más propio de la Alemania de los años 30 que de la Catalunya del siglo XXI
En los presupuestos de 2016, la Generalitat destinó 315,2 millones de euros para gastos en políticas de comunicación. Luego la sanidad no funciona. Ya esta demostrado y declarado. Además hay serias sospechas de que partidas que en los presupuestos se destinaban a otras cosas se han destinado al prucess. Eso es lo que investiga el juzgado de instrucción n 13 de Barcelona.
Defender un idenpendentismo pijo, de derechas y supremacista. Lo que tienen que hacer algunos por llevar la contraria.. Poco de revolución y más de huida al 3%. Hay políticos presos por corrupción y por saltarse las leyes. Ahh y sin la gorra, puede tener sitio en cualquier tertulia junto a alguna pija.