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El oro de Moscú
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El oro de Moscú

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Juan Carlos Aragón

Es ésta, sin duda, la causa principal del desastre de la selección en Rusia, y nadie ha sido capaz de ponerla sobre la mesa. Con ese mismo oro que los malditos comunistas españoles se llevaron en su día a Moscú, Putin le regaló un Róle al árbitro para que hiciera con el VAR lo que él viese. Ni Lopetegui, ni Rubiales, ni Hierro, Ni De Egea: vulgares excusas. El oro de Moscú. Los males del comunismo siguen pasando factura a nuestra gloriosa nación.

Bromas aparte, también hay dos factores más que fueron determinantes y que ningún medio se ha atrevido siquiera a dejar caer: la mano de Piqué y el tatuaje de Ramos, y la relación causa-efecto de lo segundo a lo primero. Si se observa a cámara lenta la jugada del penalti, comprobarán cómo durante el salto sincronizado de Ramos y Piqué, el sevillano se mantiene dos cuartas más abajo mirando fijamente al catalán y le dice por lo bajini:

—Ira, loco, el tatu nuevo del pescueso, ¿qué, cómo te quea? —apuntándose al verso recién tatuado: “Ruviale cabrón, Lopotegi selesión”.

De súbito, un lógico ataque de pánico atraviesa el sistema nervioso periférico de Piqué, levantándole de modo reflejo el brazo izquierdo, que ya no puede bajar hasta que el balón impacta con él. El árbitro interpreta una declaración unilateral de independencia por parte del catalán y la castiga con penalti. Inmediatamente, Piqué se dirige al árbitro negándole con el índice una y otra vez su intención:

—Que no es “in-dá-pendenciá”, árbitro, que es “el-tatu-del-colega”, mire el VAR…

—Peor me lo pones —responde el árbitro completamente seguro ya de lo que ha pitado.

—¡Que quería ponerse la letra del himno y, al final, con el follón que se lió, se puso nervioso y se tatuó eso...! —insiste desconsolado Piqué.

Por eso, en la tanda de penaltis, cuando a Koke le asignan el tercer penalti, él, hábil, se pide el segundo. “Yo marco, me quito de problemas, quedo como un buen español, y como Koke falla seguro y el Egea no para ni uno, po que ellos se coman el marrón”. De hecho, el árbitro no se da cuenta del error cometido hasta que Ramos se acerca a tirar su penalti en la tanda y observa el-tatu-del-colega, que no engaña al portero ruso, sino que también lo asusta. Pero ya era tarde y  El España, por un motivo u otro, da igual, hacía las maletas (llenas de dinero, por cierto y para colmo).

Sin ser patriota, confieso que en el salón de mi casa también hubo comida familiar con sofocón de postre. Rabia. Impotencia. Frustración. Desconsuelo. El “Te lo dije” no sólo lo cantaron Compay y Costa. No hace falta saber mucho de fútbol para que el sentido común dicte quién nunca jamás en la vida terrenal debe tirar un penalti en una tanda… ni en un entrenamiento. Pero el fiasco venía de mucho atrás. El España, sencillamente, no era un equipo competitivo. Si no la única, quizá la mayor crueldad, procede de la consideración de El España como favorita. ¿A quién carajo se le ocurrió vender que El España podía llegar lejos? ¿Qué criterio siguió para tan desafortunada quiniela? Ni que fuera un campeonato mundial de ladrones. Coño. Y la gente (mucha gente, no toda) quiso creerlo. Como dijo el torero, “hay gente pa tó”, y en España, “pa tó y pa más”.

Si te gusta el fútbol con todas sus letras y en toda su grandeza, ves jugar a El España un simple amistoso y te das cuenta de que tiene cero posibilidades de hacer algo importante en un mundial. Puedo entender que los medios de comunicación vendan mejor la alucinógena condición de favorita que la palpable evidencia futbolística, pero la responsabilidad de ilusionar a la gente para después dejarla llorando con la cara pintada también es suya. Como en todas las grandes citas.

Aquí lo importante no es que El España gane el mundial, sino que la gente no siga sintiéndose frustrada con su país. Con el plan que habita en nuestra economía y en nuestras instituciones solo faltaba que el opio del pueblo también viniese adulterado. Vender —y seguir vendiendo— que España pudo llegar más lejos es una gran mentira. Otra más. España jugó el mundial porque le tocó en el grupo de clasificación a cinco equipos de aficionados y a la peor Italia que se recuerda. En condiciones normales, El España nunca se habría clasificado. Los buenos, hace años que están viejos. Los nuevos, hace años que están sobrevalorados. El seleccionador fue un portero malo. Y el que lo puso, un mafioso bueno. Paisano, por supuesto; de lo contrario, era impensable que Lopetegui dirigiera a la tricoronada por los mismos que la terminaron arrastrando.

No hay nada de pobre ni de traición a la patria en la sensatez de reconocer las cosas como son, aunque no sean de nuestro gusto. Y esto va a durar, al menos, hasta que aparezca una nueva legión de estrellas (nacionales) que, dadas las características actuales de nuestra Liga de las Estrellas (extranjeras), lo tiene más cerca de imposible que de probable. Es una opinión, y como tal, debe ser compartida, aunque no respetada.

JUAN CARLOS ARAGÓN

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  1. Paco

    “... Mas cada cual el rumbo siguió de su locura; agilitó su brazo, acreditó su brío; dejó como un espejo bruñida su armadura y dijo: “El hoy es malo, pero el mañana... es mío”. Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda, con sucios oropeles de Carnaval vestida aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;”.

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