La Gaditaníssima
Llega un momento en la vida en el que te planteas que vas ganando el partido, el resultado puede ser suficiente y, en todo caso, el juego te divierte lo bastante. Pasado el minuto 60, llega la ocasión de hacer los cambios. Pero ¿para qué? Tal como va la cosa, si los haces, sabes que se multiplica el riesgo de la derrota. Es cierto que cuando te acostumbras al riesgo ya no sabes vivir sin él; pero si pierdes, te quedarás con la insatisfacción de no haber sabido jugar hasta el final del torneo, que es de lo que se trata, y es lógico también que gran parte de la grada no lo entienda ni lo acepte: “Ni hemos venido a emborracharnos, ni el resultado nos da igual”. Eso para otros.
Todo el mundo sabe que fui chirigotero por accidente. La culpa fue de los tintos de verano. Malditos tintos de verano. Podía haber tomado Nestea de maracuyá. Yo era comparsista. Pero ¿quién le decía que no a la chirigota, sabiendo que en el “sí” entraban los tintos de verano? Lo que vino después ya fue un laberinto de pasiones que me fueron desatando entre la fama barata y el narcisismo carnavalesco, mientras mi naturaleza comparsista se disolvía en tipos estrafalarios, delirios macarroides, payaseo mediático y finales de cuplé acabados en “Mortadela” (o “Pepino”, según se encartara la rima).
Consciente de ello, cojo la guitarra y reúno al grupo B en el local:
—Queridos compañeros —les digo abriendo un discurso cuyo incómodo final de algún modo intuían. Llevo muchos años haciendo el carnaval que quiero, tela de años. Si ahora giro hacia donde pretenden ustedes, cuando venga a darme cuenta me he estrellado. Y entonces ¿quién se va a quedar para ayudarme a recuperar el prestigio? Por tanto, he decidido proponerles algo que son muy libres de rechazar —si no lo ven, faltaría más. Pero quiero que quede claro que yo voy adelante con esto y que no negocio nada.
—¿Otra comparsa, Papá? —preguntó el niño que, si no me conoce mejor que el resto, al menos tiene valor para adelantar mis intenciones.
—¿Quieres llamarla así? Llámala. Es una palabra libertina, subversiva y necesaria, sobre todo en esta posmodernidad tan gregaria y vacía. “Comparsa”. Semánticamente redonda. Poéticamente perfecta. Políticamente ácrata. Religiosamente nuestra. Gaditanamente única —asentí desenfundando la guitarra y entonando la célebre estrofa de aquella inolvidable canción de Juan Carlos Aragón:
“Si Cádiz por fin fuera cantón independiente
para gobernar una república de barcas,
dándole la espala a su maldito continente,
y la dejaran, siempre, junto al mar, sin tocarla…”
Ahí va eso. La Gaditaníssima. Ante su incrédula y atónita mirada, les expliqué que se trataba de una especie de Serenissima pero en gaditano, para restaurar el daño causado a nuestro carnaval por aquel ininteligible repertorio, rescatando del letargo musical los valores del carnaval de la segunda mitad del siglo XX y, por supuesto, desde una ética declaradamente antimilenials.
—Eso sí, mu gaditana, pero mu pesá con el discurso esdrújulo; por eso lo de “Gadita” (de gaditano puro) y el superlativo “íssima” (llevando al último extremo el cosmopolitismo patriótico). ¿Cogen el juego de palabras? —concluí mientras guardaba la guitarra, sabiendo que acababa de improvisar lo primero que se me había ocurrido.
Se miraron y rieron tímidamente. Seguro que al principio pensaron que había vuelto a las andadas. Pero cuando les pedí que se reunieran a solas y se plantearan si tod@s, algun@s o ningun@ estaba dispuest@ a seguirme, la risa fue enmudeciendo sola. Les avisé de que iba a salir del grupo de casa para que pudieran reflexionar con mayor comodidad entre ell@s. A día de hoy nadie me ha llamado. Ni Luisa. Sinceramente, me temo que estén intentando convencer al Libi o al Sheriff porque, conociéndolos, ni se van a desunir, ni se van a atrever a presentarse en comparsa (o en chirigota, pero con este tipo).
Como es obvio, tengo plan A. O mejor dicho: grupo A. Sin cerrar aún, por supuesto, por si algún leal de mi último trienio vital me quiere seguir acompañando. Javi interpreta del carajo. Suso puntea mejor que mi hijo con la boca. Yo sigo donde antes era la bambalina de la “punta jurado”. Paso de salir otra vez: ni con la boina del Chele Vara me tapo el lenguao sobradamente.
Por si alguien cree que estoy jugando al despiste, solo os digo que mi suegra, tal como se ha enterado, ha seguido llamando todos los días a la hora de la siesta (se nota que ésta no me conoce). Y yo, en parte, me debo a un público que espera impaciente una decisión que, a estas alturas de la pretemporada, ha estado ya sólidamente tomada y compartida con mi gente. No es casualidad que aún no haya completado el grupo de la chirigota, pues chirigota como tal no hay de momento… A menos que de aquí al año que viene cambie la cosa. Que lo dudo. Pero no hay más. Ese es el plazo. Viva el carnaval. Viva la comparsa. Ustedes no sé si la disfrutarán. Ajolá. Yo, sí que sí.
Pd.: Dani Obregón me acaba de llamar asegurándome que no se va a dejar las barbas, por si le reservo alguna octavillita o algún dúo, que se vea bien que es él quien lo hace. Sería la rehostia.
EL CHELE VARA