Noche de ronda
Anoche un poema arañó mi alma. Por sorpresa. Quise despedir el día con unas palabras más emocionantes que las que pueden oírse en televisión, las palabras de “los prestidigitadores del verbo de la conjugación imposible” (autoplagio); y, en todo caso, quería leer sin pantalla, oliendo el perfume a papel de aquel libro. Tenía a Benedetti a la derecha, cerrado (aunque su lugar natural siempre fue la izquierda). Lo abrí por cualquier página y con la primera estrofa me atrapó. No le hizo falta ni música de lo sonora que era y de las imágenes que fundía. Solo un poema y sobraron hasta las buenas noches.
Me da pena de un mundo que vive de espaldas a la poesía. Es definitivamente triste que la gente apenas tenga hoy la sensibilidad suficiente como para rendirse ante la emoción estética de los artistas de la palabra. Esto no va de formación académica, de posición social. Ni siquiera de país. Esto va —si va— de sensibilidades que no pueden florecer al rayo abrasador de la lógica del capitalismo. La poesía pertenece al reino de los valores inmateriales, más sutiles y de más rica talla que los del otro reino, el de las modas, los coches, los cacharros electrónicos y la competición salvaje.
Cuando dicen eso de que la poesía no sirve para nada, quienes lo dicen no se dan cuenta de que esa nada es la que ellos llevan dentro… por eso no les sirve. Precisamente, la Era del Vacío fue la metáfora con la que Lipovetsky bautizó a esa posmodernidad a lo que yo ahora llamo Edad Estúpida. La fuga de valores inmateriales de territorio occidental no es nueva. La apoteosis capitalista que asola al mundo, sobre todo desde la caída del Muro de Berlín, ha ido vaciándolo de producción para llenarlo de consumo; o lo que es lo mismo, el vacío se ha ido saturando de estupidez. Y el pobre mono sapientísimo de nuestra era ha caído en su red y su trampa. Quizá sea la poesía el testigo de cargo más contundente y creíble para rendir cuentas de este imperdonable sacrilegio de lesa humanidad, cual otro vándalo crimen de guerra.
Compadezco seriamente a los compis de Literatura cuando tienen que vérselas con grises mentes de adolescentes náufragos, que sobreviven sin herencia, como si eso fuera posible por mucho tiempo. Siempre recordaré a la entrañable y roja profesora de Literatura que me invitó a enamorarme de la poesía, obligatoriamente. Yo había dado previas señales de vida, es cierto, pero también enganchó a otros tantos compañeros que hasta entonces no las habían dado. No me quiero imaginar a esa mujer intentando lo mismo 33 años después. Igual a mí me seguiría fascinando. Pero la labor docente de la palabra artística está condenada al fracaso en los albores de una civilización en la que no brillan más gatos que los pardos. Lo siento por ella (por la civilización, claro).
Qué pena, insisto, no poder compartir la emoción poética más que con extravagantes marcianos como yo. La percusión de las consonantes cuidadosamente encadenadas. El vuelo alto de la fantasía creadora. El nudo en la garganta del alma a punto de romperse. El grado superlativo de la serenidad hecha bastón. La libertad desterrada en los castillos seminales del pensamiento. La luz de la luna alumbrando el jardín de la esperanza. La música puntiaguda rasgando la transparente pleura que separa la locura de la pobreza. Qué pena…
Y ahora, si me lo permiten:
Elegir mi paisaje
"Si pudiera elegir mi paisaje de cosas memorables, mi paisaje de otoño desolado, elegiría, robaría esta calle que es anterior a mí y a todos. Ella devuelve mi mirada inservible, la de hace apenas quince o veinte años cuando la casa verde envenenaba el cielo. Por eso es cruel dejarla recién atardecida con tantos balcones como nidos a solas y tantos pasos como nunca esperados. Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos, los espías aleves de la soledad, las piernas de mujer que arrastran a mis ojos lejos de la ecuación de dos incógnitas. Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte, hojas secas, bocinas y nombres desolados, nubes que van creciendo en mi ventana mientras la humedad trae lamentos y moscas. Sin embargo existe también el pasado con sus súbitas rosas y modestos escándalos con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera y su insignificante comezón de recuerdos. Ah si pudiera elegir mi paisaje elegiría, robaría esta calle, esta calle recién atardecida en la que encarnizadamente revivo y de la que sé con estricta nostalgia el número y el nombre de sus setenta árboles."
Mario Benedetti. Antología poética.
Pd.: citando entre comillas…
Juan Carlos Aragón
La poesía no caerá, las almas que la guardan las van desgranando lentamente por y para que el mundo siga "vibrando". Saludos.
cierto...la poesia deberia estar mas presente en la sociedad....
juan carlos, la poesia lo es todo, hermana gemela de la música y hoy más que nunca se necesita por el vacio que existe y la falta de expresiones del alma. Salud