“Para mí ha sido muy emocionante sentir el amor de todo el mundo en el lugar que he amado más que ninguno”. Con esas palabras ha encendido Rafa Nadal los corazones de la grada de París nada más caer en primera ronda de Roland Garros. Además, el tenista español ha querido dejar una mínima ranura para la esperanza, para el milagro. “Espero veros otra vez, pero no lo sé”. Como ya anticipara hace unos días, no quiere decir definitivamente que no volverá a Roland Garros. Sin embargo, tras perder con Zverev, el manacorí también ha dicho que igual en dos meses decide que todo se acabó.
Ha llegado el día, 20 años después, que ningún aficionado al tenis quería vivir. El día que muchos, casi todos, no hace demasiado creíamos imposible. Rafa Nadal ha dicho, con mucha probabilidad, adiós a la tierra batida de Roland Garros para siempre. Una superficie sobre la que ha mandado con puño de acero durante casi dos décadas. La derrota, ante Alexander Zverev (6-3, 7-6 6-3) ha llegado demasiado pronto, pensarán muchos. El capricho del sorteo lo ha deparado así. Pero esta circunstancia no debe interpretarse como infortunio. Si Rafa Nadal tenía que caer en Roland Garros sólo podía ser así, ante un grande y con agonía épica hasta el último golpe. Otro récord para Rafa en París, haber jugado el que posiblemente sea el partido de primera ronda más importante de toda la historia del torneo.
Desde 2005, 14 títulos de los 20 que se han disputado están guardados en la vitrina de Nadal. El año pasado, por lesión, Rafa no estuvo presente en el Grand Slam francés. En todas las demás, nada menos que 19 ediciones, el manacorí no faltó a su cita con la historia. Y, repetimos, en 14 de ellas la Copa de los Tres Mosqueteros acabó en sus manos. Con semejante currículum no importa si juegas cuartos, primera ronda o un entrenamiento. Ése será el partido más importante del torneo.
La gesta de este año era imposible para cualquiera que no analizara el cruce sólo con el corazón. Alexander Zverev, además de ser el nº 4 del mundo, es el jugador en mejor forma del tenis actual. Una máquina de llegar de extremo a extremo de la pista que hace prácticamente imposible ganarle un set. Es un milagro, decía Álex Corretja en la retransmisión de Eurosport, que Nadal haya competido como lo ha hecho. Porque, más allá de la derrota, el gran miedo que Nadal había metido en el cuerpo a todos aquellos que llevan 20 años detrás de su raqueta era el de un final deslucido, desgarrador. Una derrota apabullante, una paliza, hablando en plata. Ni mucho menos. Rafa ya dijo que honraría el nombre de Roland Garros saltando a la pista sólo si de verdad estaba para competir. Y esa promesa la ha cumplido con creces.
Se despide el hombre. Pero del sudor de este último partido derramado sobre la tierra batida brota el mito. Quien se atreva tan solo a soñarlo, que lo intente. Ganar 14 títulos de un mismo Grand Slam. Hacer de una pista como la Philippe Chatrier el patio de su casa. Dominar una misma superficie durante dos décadas seguidas, dejando apenas alguna migaja, pocas, para toda una generación de tenistas que durante 20 años tuvo que resignarse a la realidad de haber nacido en la época equivocada.
Rafa Nadal ha cumplido el milagro. Llegar con nivel competitivo a este Roland Garros de 2024. El azar ha hecho que se cruzara con Zverev tan pronto. Y caer de esa manera, en primera ronda y con semejante honor, eleva aún más la talla de su leyenda. Porque Rafa Nadal ha caído con honor. Y deja un hueco imposible de llenar. Es tan grande ese vacío que no se ha atrevido ni a decirlo en firme con su propia voz. “Espero veros otra vez, pero no sé”, se ha despedido. Y no hace falta que diga más. Decida lo que decida, las puertas de Roland Garros nunca estarán cerradas para él. Debería bastar que pida permiso para que la organización, el año que él quiera y a la edad que sea, le haga un hueco en el cuadro.