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Dying Light: The Beast – El regreso de Crane en su versión más salvaje
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Dying Light: The Beast – El regreso de Crane en su versión más salvaje

Dying Light: The Beast
Dying Light: The Beast
DMQ
Periodista. Músico. Padre. Gamer.

Techland nos ha sorprendido. Cuando pensábamos que la saga Dying Light había perdido parte de su identidad tras Stay Human, llega Dying Light: The Beast para recordarnos por qué nos enamoramos de este universo plagado de infectados. La nueva entrega vuelve a explotar los elementos que nos hicieron disfrutar de sus dos primeras entregas, priorizando los movimientos, el parkour, las oleadas de infectados salvajes y desafiantes y el terror absoluto cuando se pone la luz del sol y no estamos a resguardo en un refugio seguro.

Tras más de cincuenta horas de juego, podemos afirmar que no estamos ante un simple spin-off, sino ante lo que muchos jugadores (y hasta el propio director de la franquicia, Tymon Smektała) consideran el auténtico Dying Light 3. Es un título que vuelve a poner a Kyle Crane en el centro de todo, el mítico protagonista de la primera entrega que nos dio grandes momentos, devolviéndole el protagonismo y la fuerza icónica que se echaban de menos desde el final de la expansión The Following.

Kyle Crane contra el Barón

El juego nos sitúa trece años después de los sucesos de The Following. Kyle, convertido en un infectado consciente, ha sido capturado por el siniestro Barón Fischer, un villano de manual que mezcla tiranía corporativa y sadismo científico. Tras años de tortura, Crane logra escapar gracias a Olivia, una científica renegada, para descubrir un nuevo infierno: Castor Woods, un precioso valle alpino que está atestado de infectados y de los letales experimentos del Barón, aberraciones conocidas como Quimeras.

La trama arranca como un viaje de venganza por todo lo que Crane ha tenido que sufrir como rata de laboratorio, pero pronto se convierte en un relato mucho más humano y con muchas e interesantes variantes y ramificaciones. Los supervivientes de Castor Woods aportan algunas buenas historias: un padre consumido por la culpa, hermanos enfrentados por la tragedia, ancianas que buscan cumplir su última voluntad... Cada misión secundaria, lejos de ser mero relleno, enriquece la narrativa y conecta con el trauma de Crane. Y abre un mundo abierto rico en narrativas y desafíos que explorar.

Dying Light: The Beast
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Aunque no suele ser muy común en este tipo de juegos que propirzan la acción, tenemos que decir que estamos ante un guion sólido, oscuro y muy bien narrado, que logra equilibrar los momentos de tensión con algunos de buana carga emociuonal inesperada.

Parkour, combate y modo bestia

La jugabilidad de The Beast es una de sus grandes fortalezas. El parkour regresa más fluido que nunca, con movimientos ágiles, intuitivos y un diseño de escenarios que invita a explorar tejados, ruinas y bosques sin límites artificiales. A diferencia de Dying Light 2, el juego evita la sobrecarga de iconos en el mapa y apuesta por un ritmo más natural, donde hay que explorar y memorizar el terreno para no perderse.

En cuanto al combate, la brutalidad se dispara gracias a la incorporación del modo bestia, una transformación que se activa tras acumular daño infligido o recibido. Esta habilidad convierte a Crane en una máquina de destrucción capaz de despedazar hordas enteras de infectados o enfrentarse cara a cara con las Quimeras, unos mini-jefes muy interesantes que ofrecen batallas intensas y con momentos muy cinematográficos.

Dying Light: The Beast
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El arsenal es tan variado como siempre: desde machetes y martillos hasta arcos, rifles y armas improvisadas cargadas de mods. Pero las armas se desgastan y tienen que ser reparadas o sustituidas. El crafting y unos bancos de trabajo para construir todo tipo de ayudas para nuestro inventario es un elemento que aporta mucha profundidad al juego. El juego vuelve a hacer gara de un extremo gore hiperrealista y unos animaciones detalladas que convierten cada enfrentamiento en un espectáculo grotesco pero a la vez hipnótico. Eso sí, los combates contra los humanos vuelven a ser lo menos inspirado del juego, con enemigos que abusan de bloqueos y evasiones.

La noche vuelve a ser terror

Uno de los mayores aciertos de esta entrega es recuperar la esencia del miedo nocturno. En Stay Human las noches perdieron impacto; aquí los Coléricos vuelven a ser una amenaza implacable. Basta un despiste con la linterna para que una horda te persiga por el bosque, creando momentos de tensión dignos de una película de terror.

Explorar edificios infestados bajo la presión del anochecer inminente devuelve esa sensación de vulnerabilidad que convirtió al primer Dying Light en un clásico. Es un desafío que obliga a medir recursos, buscar refugios y valorar cuándo arriesgarse y cuándo huir.

Dying Light: The Beast
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Castor Woods como protagonista

Castor Woods es un escenario más compacto que Harran o Villedor, pero también más rico en detalle y narrativa ambiental. Los coleccionables —grabaciones, recortes de prensa, recetas locales— ofrecen un trasfondo fascinante que conecta la plaga con la historia de la región, desde los juicios de brujas del siglo XVII hasta los recientes experimentos del Barón.

El entorno es increíblemente fotogénico y variado: bosques densos, pueblos abandonados, zonas de acampada, asilos siniestros y paisajes alpinos iluminados por atardeceres espectaculares. Esta belleza ambiental contrasta de manera brillante con el horror gore de los infectados y los cadáveres que se amontonan en cada esquina. La decisión de añadir un modo foto con cámara libre es un acierto total para quienes disfruten inmortalizando la crudeza del apocalipsis zombi.

Dying Light: The Beast
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Un apartado técnico a la altura

Visualmente, The Beast logra un equilibrio notable entre realismo y expresividad. El detalle gore es enfermizo en el mejor sentido: vísceras que caen con peso, ojos que estallan tras un disparo certero, cuerpos desmembrados con precisión quirúrgica. Los escenarios, tanto urbanos como naturales, brillan incluso en equipos modestos, lo que demuestra un excelente trabajo de optimización.

El sonido acompaña a la perfección. Desde los gruñidos lejanos que ponen la piel de gallina hasta la música ambiental que intensifica las persecuciones nocturnas, todo contribuye a mantenernos en tensión. La interpretación de voces (tanto en su versión original en inglés como en el genial doblaje al castellano), en especial la de Crane, aporta un carisma innegable. Y la banda sonora de Olivier Deliviere merece un capítulo aparte, por su intensidad y temas épicos en los momentos de tensión.

Dying Light: The Beast
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Conclusiones de Dying Light: The Beast

Dying Light: The Beast es un triunfo absoluto para Techland y un regalo para los fans. Recupera la esencia del primer título, mejora lo aprendido en entregas posteriores y logra equilibrar historia, jugabilidad y atmósfera con una campaña que te puede llevar hasta las 50 horas de juego dependiendo de la dificultad (y que puedes disfrutar en modo cooperativo). Es la prueba de que la franquicia sigue viva, más sangrienta y emocionante que nunca.

Plataforma analizada: PC

Lo mejor:

  • El regreso de Kyle Crane con un arco narrativo muy sólido
  • Parkour fluido y combate visceral, potenciados por el modo bestia
  • La noche recupera el terror, devolviendo la tensión clásica de la saga

Lo peor:

  • Combates contra humanos poco inspirados, con una IA repetitiva.
  • Algunos problemas de escalada y con el gancho gancho, que pueden frustrar en momentos puntuales.

86/100

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