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Prohibido sostener la mirada al macho alfa
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Prohibido sostener la mirada al macho alfa

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EFE

En la retina de los aficionados de todo el mundo está grabada la imagen de un rostro risueño, el de Usain Bolt, que no pierde la sonrisa ni antes ni después de una carrera. A veces, ni siquiera en el fragor de la batalla.

José Antonio Diego
Y sin embargo esa faz amable puede ser muy diferente de puertas a dentro, cuando comparte la cámara de llamadas con quienes van a ser sus enemigos, unos minutos después en la pista.
La antesala infunde terror a muchos atletas que, a punto de entrar en combate, se sienten como reos en capilla pendientes de ejecución.
Bolt, en efecto, los ajustició en la pista para alzarse con su séptima medalla de oro olímpica, pero antes los había debilitado en dos tiempos, sometiéndolos a un lento proceso de maceración.
En semifinales sembró el pánico entre sus rivales al ganar la segunda carrera en 9.86 segundos, su mejor registro del año, pese a que había sido el más lento de todos en abandonar los tacos de salida y dejándose ir en los últimos metros, cuando miró al soslayo, como en el soneto cervantino, y vio que nadie llegaba por los flancos.
Una hora después, de regreso a la cámara de llamadas, esta vez para dirimir la última batalla, Bolt marcó territorio a sus rivales, paseando lentamente, serio y concentrado. Cuando posaba la mirada en alguna de sus futuras víctimas, todos eludían el contacto visual, según se pudo comprobar a través de las cámaras interiores del estadio.
La ley de la selva prohíbe mirar a los ojos al macho alfa, a menos que uno se atreva a retarle a un combate a muerte. Cuando uno no está seguro de sus fueras, mejor bajar la mirada.
Un peso corporal de 94 kilos repartidos en 195 centímetros de estatura constituye una máquina pesada cuya puesta en marcha consume mucha energía, pero una vez que alcanza su velocidad de crucero es imparable.
Bruno Hortelano, la nueva joya de la velocidad española, que viene de proclamarse en Amsterdam campeón de Europa de 200 (tras la descalificación del vencedor, el holandés Churandy Martina, por pisar fuera de su carril), sorprende a menudo a los periodistas al considerar a Bolt "un adversario más".
Pero termina por confesar que el astro jamaicano impresiona a cualquiera. "Sí, impresiona. No sólo por sus resultados y sus marcas, es que es físicamente muy grande".
Su sola estampa intimida a sus contrarios, y si además el público se vuelca con el grande, la batalla se desequilibra todavía más.
La noche del domingo, con el estadio Olímpico lleno por primera vez en tres días de atletismo, 56.000 espectadores se pronunciaron a favor de Bolt de forma abrumadoramente mayoritaria. El clamor puso escucharse 10 kilómetros a la redonda cuando el locutor le convocó a la pista durante la presentación de la final de 100 metros y el ídolo apareció por el túnel, sonriente y gesticulante.
"¡Bolt, Bolt, Bolt!, gritaba rítmicamente el público brasileño, que adoptó desde hace años al jamaicano como ídolo propio. El rey del esprint acostumbra a visitar Brasil al menos una vez al año para participar en una carrera espectacular en la playa de Copacabana.
Por el contrario, su máximo adversario, el estadounidense Justin Gatlin, tuvo que competir frente a la animosidad del público. Los espectadores no le perdonan su pasado (cuatro años suspendido por dopaje), pero tampoco aguantan a nadie que, al menos sobre el papel, esté en condiciones de batir a su ídolo. El norteamericano, "el malo de la película", tuvo que contentarse con ser el medallista olímpico de más edad en esta prueba, con 34 años.
Con el público entero a su favor, una vez ganada entre bambalinas la batalla psicológica y con ese cuerpo, a nadie pudo extrañar que Bolt venciera con tanta facilidad. Ocho centésimas en 100 metros son muchas. El año pasado, en los Mundiales de Pekín, sólo 13 milésimas los separó en la meta, también a favor del macho alfa.
Bolt ha vencido en Río con 9.81, el peor tiempo de sus tres títulos olímpicos del hectómetro, pero con igual autoridad, en una repetición del podio mundialista de Pekín 2015, aunque en aquella ocasión el canadiense De Grasse compartió el bronce con el estadounidense Trayvon Bromell.
"Alguien dijo que puedo convertirme en un atleta inmortal. Dos medallas de oro más y lo habré conseguido", comentó el bólido jamaicano.
El reto del triple-triple sigue adelante. Si lo consigue, Bolt habrá igualado las nueve medallas olímpicas del fondista Paavo Nurmi y del esprinter estadounidense Carl Lewis.

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