Iribar deja su portería a cero en Vallecas
Tanta emoción previa. Tanta intensidad mientras y durante hasta que en el [93'] a Melero López se le fue la cabeza y pensó que era cosa buena para el fútbol expulsar a Oihan Sancet. Desde el banquillo, Ernesto Valverde le agradeció al trencilla que se hubiese aguantado las ganas hasta las postrimerías del partido.
Sin el talentoso navarro sobre el verde, se trataba tan solo de amarrar en un suspiro el empate inicial que tanto esfuerzo había requerido. Para él, y para Iraola, ese fantástico lateral derecho del que, cuando jugaba a sus órdenes con la zamarra zurigorri, llegó a decir que "soy el número uno en la lista del 'Club de los que adoramos a Andoni Iraola".
Languidecía el de Usurbil por entonces. Oscar de Marcos era ya ese sustituto que nunca debería haberlo sido porque el 'Gudari' de 'la Popu' había brillado como nadie en esa media punta plagada de 'espacios' que para él creo el genial Marcelo Bielsa, ese 'loco libre pensador' que, así como Koldo Aguirre lo hiciera, consiguió que el Athletic llamara a las puertas del cielo.
Como si de la 'explosión de dios' se tratara. Un continuo estallido cósmico del que se derivaría el universo con sus galaxias, sistemas solares, y el planeta tierra desde el que el Athletic voló a Madrid para en el 'foro' posarse y, al final de la partida, terminar exclamando, "Un paso para la liga, un salto para la autoestima del equipo". Fueron, en realidad, pasos y saltos, plural mayestático donde cabían leones, papas, reyes y emperadores. Intensidad, frenesí, "machetes entre la zafra, balas feroces al centro del combate".
No era así Iraola cuando jugaba en San Mamés. Era la calma que se asociaba al compás de su inventiva. Cuando llegan al banquillo, los futbolistas brillantes tienden a renegar de lo suyo para abrazar causas que en vida les eran ajenas. Del virtuosismo como jugador al rayo violento que no cesa porque grabado a fuego está en la camiseta de un equipo que no da tregua en la batalla de los partidos.
Apareció la diminuta esfera como si de la nada. Reventó. Surgió el espacio, y el tiempo empezó a correr en el cronómetro de Melero Gómez, hombre y juez incapaz de asimilar los misterios del fútbol cuando la pelota empieza a rodar. Acaso yo tampoco, y peque de injusticia cuando trato de traerlo a mi terreno. Tampoco yo, a entender lo que en el breve rectángulo de Vallecas sucedía me refiero.
Un continuo ir y venir. Saltar, elevarse al cielo en busca de atrapar los balones 'divididos'. Proteger y perder. Ganar y robar. Salir en estampida, superar líneas, para, alcanzado el balcón del área, asomarse a él y poner a prueba la fortaleza y debilidad de un rival que por ley del juego se convierte en enemigo. Nadie cedía, ni se perdía ni ganaba. Hasta que, exigidos hasta el límite los cuerpos, con el pecho ya muy cargado y deshecho, Rayo y Athletic amagaron con dar su brazo a torcer.
En el "templo sagrado" de Vallecas, una vez situados los "peladores" en "la distancia del dinero", el árbitro del combate, exigido por el reglamento, inició siete 'cuentas atrás'. Y no por caída o tambalearse. Lo que se media era la intención de los golpes y sus repeticiones. Dos veces se acercó al Athletic para señalarlo con su dedo; cinco, al Rayo, para que escuchara "10, 9, 8, 7, 6".
Un disparo a la base del poste; la intención maliciosa de Raúl de Tomás. Hasta ahí le dio al cuadro de Vallecas. Un asedio de cabezas, un pase endiablado de Berenguer a Nico, un 'romper la pelota' de Alex que se estrelló en el exterior de la red... y un posterior querer y no llegar del extremo de Barañain.
Y como colofón, cuando el partido se iba a la simbólica prórroga del empate inicial, Sancet lideró un contraataque vertiginoso que terminó habilitando al menor de los Williams en un cara a cara ligeramente ladeada.
Dimitrievski era un condenado al fusilamiento luego de transitar, pasito a pasito, durante hora y media, por la 'milla verde' de su 'corredor de la muerte'. Por la mente del portero rayista pasaron las secuencias más cruciales de su vida. Y cuando se vio obligado a pisar yerba del presente más rabioso, escuchó un disparo, sintió como el travesaño de su portería temblaba. "Ahora caerá sobre mi cabeza la espada de Damocles".
Esto último lo pensó, pero no lo dijo. Su pena de muerte, conmutada. Fue cosa del destino, que se mostró benévolo, del mismo modo que provocó una tristeza infinita en el joven 'verdugo' al saber que perdería la mitad de su sueldo por no haberle quitado la vida a ese portero que tras su muerte ya nada recordaría.
Algo similar le sucedió al cronista, que decidió dejar para el día siguiente lo que por la noche no podía hacer. Saturado. Como si el partido hubiera consistido en una única toma. Una imagen. Una fotografía. Una, tan solo. Acostumbrado a manejar una media de 30 fotos para desarrollar sus Cuadernos de viaje, se encontró perdido, indefenso, solo...
"¿Cómo imaginar las palabras que una contra crónica merece y necesita para ser colgada en El Desmarque Bizkaia por mi compañero Asís Martin?". "Al día siguiente no murió nadie". Al menos, alguien que yo conociera.
Al despertar, abrí mi mano que en estrecho puño cerrado había permanecido durante la noche y los sueños que conseguí vivir. Sobre su palma, un grano de maíz. "Todo el mundo cabe en un grano de maíz", escribió José Martí. Lo guardé en papel de aluminio. Lo convertí en 'pendrive'. Y al intentar introducirlo por la ranura del portátil, el ordenador lo rechazaba como si la 'fiesta' no fuera con el. Qué hacer, me dije, si con la memoria ni me sobra, ni me basta, ni me vale.
Salí a la calle, entonces, para 'romper' esta canción que debería haberme salido alegre, pero confusa, casi vacía de letra, ha resultado. Alegre porque el Rayo vs Athletic se había 'peleado' en el estadio cuya entrada principal se asienta en la 'Calle del payaso Fofo'. "Hola José Angel", "Hola, Iribar y Txopo a la vez". "¿Pasó usted por Vallecas?"... "En Vallecas estuve yo, defendiendo la portería del Athletic, dejándola imbatida, a cero, 80 años tenía la camiseta gris oscura que yo vestía".
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista