La selectissima
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Joder, primo, no lloraba tanto de risa desde el ensayo aquel con Los Enteraos, una de esas mágicas veces en las que el carnaval te brinda la versión íntima del “arte mayor para una chusma selecta”. O selectissima…
En el pasado Carnaval de Verdad encarnaron la magistral “V de Vavetta”. En este serán “Los que gritan en la puerta del Juzgado”, aunque anoche el que gritó fui yo, de risa, de alegría, de satisfacción, de gozo gamberro y juvenil por verme devuelto al mejor carnaval posible, al injustamente conocido como “ilegal”, injusto como lo de “chusma” para el que lo hace, dos tremendas erratas, no tanto semánticas como sociales, pero asumidas con insuperable orgullo por los que vemos en el carnaval una película de aventuras tan grande que no cabe en el cine.
Pero estas erratas no seré yo hoy quien las corrija porque en el fondo sí son intencionadas. De hecho, el Carnaval debe ser una errata, si no, no es Carnaval. Así, por ejemplo, si dices que Cádiz es muy bonito en un pasodoble con pellizco, no estás haciendo Carnaval, por la sencilla razón de que lo estás haciendo bien, y para hacer las cosas bien ya tenemos el trabajo, la familia, el partido y la cofradía. El Carnaval está —si no para hacer las cosas mal— sí por lo menos para hacerlas al contrario, aunque tampoco vale cualquier “al contrario”: tiene que ser un “al contrario” capaz de convertir una palabra en bomba, un sintagma en carcajada, un reojo en ráfaga, un estribillo en ley y una canción en asignatura. Cuidado con la teoría del “todo vale”, que tiene como principales defensores a aquellos que no valen para nada y se llevan por delante lo primero que cogen, ya sea Barbacoa, San Fermín, Erizada o Concurso que, dicho sea de paso, tiene ya más de ilegal que el carnaval de la calle. Pero mucho más.
Nunca nos echaron de clase por decir la lección de memoria, ni recordamos con nostalgia la Facultad por aquella matrícula que nos pusieron en Teoría e Historia del Teto y la Piragua. El estudiante se hizo en los pasillos, la tasca y los jardines, el cigarrito compartido con boquilla de cartón y la velada interminable en el ático aquel. El valor del título y la orla no es el mismo si ningún examen fue copiado, si ningún polvo fue clandestino: si nunca se hizo insufrible el deseo de que aquella vida no acabara nunca.
Cada vez tengo más claro que lo que se entiende por “carnaval bien hecho” no es carnaval, sino fiesta típica gaditana; que dentro del Teatro hay más canto que encanto. Y viceversa fuera .
Quizá la mayoría de los que sufrimos de niño la terrible picadura de la serpentina portadora del veneno del carnaval, el primer carnaval que quisimos hacer fue justo el contrario al que hacemos ahora. Que con todo nuestro golpe de periféricos y marginales, fuimos sucumbiendo ante los seductores tentáculos del centro, hasta convertirnos en lo que somos hoy, trovadores que el propio sistema dispone al servicio de los más necesitados, entre los que se encuentran nuestros propios egos, trovadores que, selectos o no —eso es lo de menos—, tenemos la munición controlada y hemos aprendido a dosificarla en aras del éxito, sin caer en la cuenta de que, en este carnaval que hacemos, el único éxito real y repetido es el del sistema, que ha conseguido poner a su servicio a su peor enemigo, y sin que este siquiera se haya dado cuenta. O sí…
El paralelismo entre el Patronato del COAC y la Junta de Cofradías no es casual. Que las agrupaciones gasten más en atrezo que en repertorio, tampoco. Y que el Falla se haya convertido en la Carrera Oficial del itinerario anual de los carnavaleros es una muestra más de que el Carnaval Oficial ha dejado de ser una errata. Incluso el fanatismo que criticamos solo cuando se hace en favor del rival está concediéndole ese grado de perfección social que lo hace antropológicamente aburrido. Ahora entiendo por qué, para la mayoría, una preselección es mejor cuanto más larga y una final mejor cuanto más corta.
Después de lo vivido antes de anoche he empezado a contar los días que me faltan para ser mayor, porque uno solo es mayor de verdad cuando hace lo que le da la gana, y no quiero pasar de la juventud a la vejez sin disfrutar unos años de esa excelencia vital que supone ser mayor. Y cuando yo sea mayor quiero hacer una chirigota como la de Paquito Gómez, que para eso tiene de padre al mismo que yo tuve de maestro.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Toda la razón del mundo, por eso anoche la chirigota de Juanlu Cascana se quedó fuera de los cuartos.