La casa del Betis, un domicilio siempre inquietante para el Athletic
Oscuro, triste, grave. Tétrica visión la que se asimilaba con los oídos en el Benito Villamarín. Un mundo inerte poblaba tribunas y graderíos del Real Betis. Como si el estadio no estuviera habitado. Nadie se movía. Escenario pintado. Naturaleza congelada. Onírica tensión como si se estuviera a la espera de la muerte. Miedo como sensación de un pánico contenido. Dos universos paralelos.
Hostiles ambos. Heliópolis siempre ha sido un domicilio inquietante para el Athletic Club. Morada con lechos proclives a la pesadilla. Jose Mari Mujika dio fe de ello con aquellas crónicas irrepetibles que fueron izadas hasta el arco de San Mamés cual número de la camiseta de Txetxu Rojo recién retirada como muestra de fervor hacia una zamarra sagrada.
Hasta en el verde se sentía. Agitación moderada de futbolistas. Tensa espera. Tenso partido. Tengo miedo, ay de mí, de que este choque de estilos tóxico sea. Y que en las piernas de Iker Muniain insufle su veneno. Todo ello, todo, de principio a fin, ahogándose en una atmósfera ensordecedora de esas que provocan las cigarras cuando al unísono estridulan en lo negro de la noche.
El Real Betis vs Athletic Club no se merecía eso...
Regresaba el fútbol luego de la 'paradinha' del Mundial. El 'healing game'. Juego curativo más necesario que nunca con intención de paliar pérdidas tan sentidas como la de Txetxu Rojo, el padre de Luiz Enrique y esa otra de 'O rei' Pelé que se estaba consumando en el fragor de la 'batalla'. Como si la alegría del fútbol estuviera reñida con esa otra que se genera en la 'Feria de abril'. O tal vez sí y todo se entienda, también por mi parte, si asumimos que el partido es una sesión de ruleta rusa en la que no resultar 'muerto' es lo único que importa.
Y sin embargo, el Athletic que yo veía evolucionar sobre el tapete del Villamarín era un conjunto armonioso. Un equipo que me gustaba.
Enfrente tenía un Betis con 'cache' europeo. Un grupo homogéneo con piezas talentosas. Entrenado por Pellegrini, el hermano intelectual del llorado Joaquin Murieta. Parco en palabras en la previa: "el Athletic es un gran equipo que practica un gran fútbol". ¿Escaso discurso? De ningún modo. Se dice que 'el halago debilita'. No, en lo que a los leones respecta; tampoco, en lo que respecta a su entrenador.
Un sólido, compacto, atrevido Athletic terminó cuajando una gran primera parte. Con el mérito que conlleva ser valiente en fechas señaladas por la muerte. Tanto que, antes y durante, Manuel Pellegrini estimaba tanto al Athletic que cerró filas a la altura del centro del campo. A la espera del error ajeno. Y ni aun así. Porque las llegadas eran todas 'aleonadas', y tan solo la falta de finura en la decisión de los últimos metros impidió que Rui Silva resultara dañado con el disparo del gol.
Tensa segunda parte, también. Tensa espera. Con turnos de réplica para un Betis cauto. Cual serpiente emplumada en la espesura de la selva. Sigilosa. Una mordida. No más. Pellegrini sabe que una dosis de veneno bastaría para matar al Athletic. Lo intenta y de seguido recula. Y a todo ello, hay un árbitro, existe un juez. Permisivo en grado sumo. Como si la 'tragicomedia' no fuera con él. Yéndolo porque es él el que la desencadena con su inacción. Juez y parte, por tanto.
Tacos de bota sobre el delicado empeine de Yuri Berchiche. ¿Te duele, muchacho? Duele, sí, duele mucho. Pero como no hay escarmiento por el dolor en la carne ajena, Hernández Hernández insensible asiste al concierto de las cigarras que el respetable del Villamarín interpreta.
Oscuro, triste, grave. Tétrica visión a través de los oídos. Onírica tensión como si se estuviera a las puertas de la muerte. Sale a escena Joaquín. Se trata de un 'cameo'. Le ofrece su frente a Yuri como el que busca respuesta a su gesto retador. Joaquín, por San Mames aplaudido. Joaquín, en La Florida, mediando una copa querido. Joaquín, en fin, Joaquín.
Y cuando la tétrica visión parecía difuminarse, he ahí el lado primitivo del ser humano. La terrible entrada de Luiz Felipe sobre Iker Muniain podría haber destrozado las dos rodillas del 'pony de la Txantrea'. Lejos de asustarse por lo sucedido, se enfurece el 'bravo' central. Helo ahí. Bramando en su retirada. Poco antes de que en el Villamarín concluya el 'Concierto de las cigarras'.
• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista