Alégrame el día
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El Atlético de Madrid se llevó los tres puntos de La Cartuja con goles de Giuliano Simeone y Álex Baena
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Marc Bartra opina sobre el penalti y Álex Baena 'responde': "Pueden protestar lo que quieran"
¿Recuerdan al inspector Harry Callahan? Sí, hombre. Aquel policía que se convirtió en un icono del cine, siempre bien parecido y siempre mal hablado, al que conocían como ‘Harry el Sucio’, porque hacía el trabajo que nadie quería hacer. El bueno de Callahan, interpretado por Clint Eastwood, tenía una frase de cabecera cada vez que tenía que desafiar a un criminal. Sacaba su imponente ‘magnum’ y espetaba: “Alégrame el día”.
Algo parecido hizo el Atleti en La Cartuja. Tiró de chapa, marcó territorio y cuando el conflicto se puso serio, disparó a quemarropa. Sin piedad. Básicamente, el Betis le alegró el día a los de Simeone. Fue un Atleti de dos caras, de gatillo fácil primero y de modo supervivencia después, pero los puntos se quedaron en la saca colchonera por primera vez en lo que va de temporada. Más vale tarde que nunca. En el primer acto, ritmo, velocidad, combinaciones y ambición. En el segundo, espesura, bosque de piernas y defensa a ultranza. El duelo sirvió para redescubrir que Giménez, si está sano, es el mejor central del equipo. Para reconocer que un poco de Koke, una vez más, sigue siendo mucho. Para maldecir, por enésima vez, una lesión muscular de Barrios. Y para disfrutar, como un niño en el recreo, con el golazo antológico de Álex Baena, un señor de personalidad arrolladora, calidad, precisión y golpeo de francotirador. Absoluto cine.
Para todo lo demás, Giuliano Simeone. Ya saben, el señor que nos dicen que juega por ser ‘hijo de’, el de los pies cuadrados y nivel Segunda RFEF. Sí, Giuliano, el del enchufe trifásico. Giuliano, que tiene algo de inspector Callahan porque siempre hace el trabajo que otros no quieren hacer, se puso al Atleti por montera. En su repertorio, una decena de explosiones incontrolables. Un terremoto 7.5 en la escala del Atleti: La bendición de un gol de volea con la zurda, un rosario de balones imposibles que recuperaba como si tuviera siete pulmones y la brutalidad de conducciones suicidas en las que Giuliano se lanzaba contra el mundo y ganaba el duelo.
El torbellino Giuliano, que tiene un margen de mejora muy grande en cuanto a definición y toma de decisiones, volvió a ser justo aquello que le define: pura energía volcánica capaz de reventar cualquier partido. Giuliano, del que se dudó con gratuidad y mal gusto, es una bendición para los atléticos. Es un chico de la casa, que siente el escudo, que vive su sueño y que hace realidad, en cada carrera, el espíritu colchonero: de padres a hijos. Habrá quien siga insistiendo en que Giuliano juega por ser hijo del entrenador, pero como solía decir el inspector Callahan en sus películas, “las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno”.
Me gusta el paralelismo, aunque Callaham donde ponía el tiro, ponía la bala. A Giuliano le cuesta más acertar más, mucho más, pero es cierto que está mejorando mucho más en las tomas de decisiones en los últimos metros.