Un San Valero de roscón y merengue

Llegó el día D; la hora H. Como si del desembarco de Normandía se tratara, es el momento que tantos aficionados estaban deseando desde el momento que se conoció la noticia. El Real Madrid volvería, siete años después, a visitar el estadio municipal de La Romareda, que aguardará al conjunto merengue con el deseo de volver a vivir una noche mágica.

Ha sido menos de una semana de espera, pero tiempo suficiente para desatar la absoluta locura en la capital aragonesa. Filas kilométricas alrededor del estadio para conseguir una entrada en las escasas horas en las que estuvieron disponibles. A partir de ahí, una tensa espera, marcada por el debate habitual de si el Real Zaragoza debía poner a todos sus hombres para jugar contra el equipo madridista o si la prioridad, como es sabido, es otra y el partido de Cádiz es demasiado importante.

Una duda que pareció disipar Víctor Fernández en rueda de prensa. El técnico anunció la presencia de jugadores menos habituales para medirse al Real Madrid, con la cabeza puesta en el compromiso del Carranza. No es tan así la idea de Zidane. El técnico francés desplaza a Zaragoza la práctica totalidad del arsenal del que dispone. Circunstancias que harían pensar en que el partido es de marcado color blanco y que los madrileños harán del encuentro en La Romareda un paseo triunfal.

Nada más lejos de ese pensamiento, esta semana ha servido para rememorar los dos últimos compromisos coperos entre ambos equipos, la final de Montjuic y el 6-1 en el coliseo zaragozano. Dos muestras de que la Copa es torneo fetiche para el Real Zaragoza y que, juegue quien juegue, lo hará para ganar y para darle una alegría a esa afición de La Romareda, que lleva tantos años acostumbrada a luchar en el barro.

Será precisamente ese un factor determinante. La magia de La Romareda. Un estadio que aguarda paciente, con el deseo de vivir otra de esas noches mágicas. Una de tantas. Con el deseo de escribir con letras de oro en la historia la de aquel día de San Valero de 2020, en la que en Zaragoza, además de roscón, se comió merengue. Porque aunque las prioridades sean otras, a nadie le amarga un dulce.