Estreno para echarse a llorar
Inoperante, aburrido, tedioso, inofensivo, inocente, descolocado… cualquier adjetivo descalificativo cabe para definir el incomprensible partido realizado por el Sevilla en Valencia. De entrada, no ha generado una sola ocasión de gol en todo el partido. Sólo con esto se explicaría el resultado. Pero el Sevilla de las dos últimas temporadas ha adquirido algunos vicios que le lastran sobremanera. Con arbitrajes tendentes al gatillo fácil no sabe comportarse. Es candidato número uno a quedarse con un futbolista menos. El expulsado hoy, en la jugada que ha marcado decisivamente el partido, ha sido Kanouté. La temporada pasada les tocó a otros. Y encima, desde el banquillo no se saben aportar soluciones.
La apuesta inicial de Jiménez fue incomprensible. El equipo no tenía nada que ver con lo que había probado durante la pretemporada. El ‘especialista’ José Carlos se quedaba en casa jugando el derbi de filiales, el mediocentro que ha costado diez millones de euros se quedaba en el banquillo y el ‘creativo’ Duscher salía como titular para generar ¿fútbol? Más tarde, cuando surgieron los problemas, las soluciones tomadas desde el banquillo no fueron mejores. Se cargó las bandas, no quitó a su inoperante mediocentro y cambió al delantero de la selección de Brasil cuando más necesitaba poner toda la carne en el asador. La expulsión de Juan Lozano no es más que una muestra del desconcierto y la turbación que se vive en el vestuario de los técnicos del equipo dentro y fuera de los terrenos de juego.
De los goles del Valencia nada bueno se puede decir. En el primero faltó el aplauso de la contemplativa zaga ante la maniobra de Mata, y en el segundo Duscher hizo aguas en el centro del campo propiciando el churro de Pablo Hernández con la ayuda del patatal de Mestalla. Con este panorama, poco se le puede achacar al nefasto Rubinos. Es malo, lo sabe y le gusta. No está al nivel de la categoría y menos para dirigir un Valencia-Sevilla sin poder evitar ser protagonista del partido.