Para el Sevilla no hay resurrección

Álvaro Ramírez IIIEl Sevilla no gana un partido en la Liga a domicilio desde septiembre (en La Coruña), y difícilmente lo volverá a hacer esta temporada a tenor de lo ocurrido este sábado ante el Levante. El Sevilla, que a domicilio es vulgar, es mediocre, es endeble, es, sobre todo, inocente. Regala goles y le cuesta un mundo hacer alguno, incluso cuando le llegan ocasiones, incluso cuando las tiene ante el portero rival.

Así, con este enorme y casi definitivo lastre fuera de casa, es casi imposible el asalto a los puestos altos, dar el paso hacia Europa. Así es difícil llegar a más de donde se está, y probablemente sea ya ese sino el del Sevilla esta temporada, el de la medianía.
El equipo nervionense ha vuelto a completar en el Ciudad de Valencia otro de esos partidos insulsos, sin consistencia, sin plan, sin ruta ni camino que seguir hacia la victoria. Pero incluso con esa tesitura, la tejida en Valencia por un horripilante centro del campo formado por Maduro y Kondogbia, acompasado por unos intrascendentes Rakitic y Reyes, tuvo ocasiones el Sevilla. A arreones, a impulsos, a los de Navas, de una u otra forma, el equipo hispalense, a pesar de su flojo partido, tuvo ocasiones suficientes, de sobra, para al menos llevarse un punto ante el Levante. Pero ni así. Negredo la falló a puerta vacía, Babá ni las ve en el área, los rechaces se pasean sin clientes ante los sevillistas, los remates siempre se desvían. Y así, evidentemente, es imposible ganar fuera de casa.

No sabrá ya Emery lo que inventar para intentar que los suyos den la cara fuera de casa, para intentar que sumen, que ganen. Para que jueguen con la profundidad que exhiben en casa, para que jueguen con la intensidad que exhiben en Nervión, donde sacan los partidos adelante. En este último capítulo los futbolistas sevillistas han estado deficientes, muy deficientes en el Ciudad de Valencia. Capítulo aparte merecen Kondogbia y Maduro, cuyo naufragio en el centro del campo hundió todo el juego del Sevilla, que empezó incisivo, profundo, sorprendente, con Navas en la izquierda, pero que se difuminó por varias razones, la principal, la falta de disciplina en el posicionamiento, en la presión. Kondogbia y Maduro se acularon tanto que partieron al equipo, Reyes y Rakitic confundieron sus movimientos, se solaparon, dejando huérfana la banda derecha hasta que allí volvió Navas. Con estas deficiencias el Sevilla, que había gozado de una clara oportunidad nada más comenzar el partido que erró Reyes, desapareció y dio la vez al Levante, que empezó a robar con más peligro, cada vez con menos jugadores del Sevilla para encarar.
Ilusos granotas, no haría falta eso para ganar. Bastaba con esperar la empanada local, la defensiva. Balón de Alberto a Fazio, este en vez de quitársela de encima cabecea a Maduro, y este no se sabe cómo pierde la posición y la pelota ante Rubén. Luego el disparo lejanísimo del granota no lo pudo atajar un lento y mal colocado Beto. El Sevilla ya había regalado un gol por su defensa. En la segunda parte lo regalaría por el ataque.
Emery cambió su centro del campo, sacó a Medel, en el banquillo de inicio por su cansancio, a Babá, y a Cicinho, intentó buscar fórmulas, pero casi todas por dentro, y el peligro solo llegó cuando el Sevilla se abrió y Alberto y Navas tuvieron llegada. Llegaron ocasiones, claras y menos claras, aproximaciones con peligro, a cambio también de contras peligrosas que pudieron acabar en el segundo. El caso es que en el intercambio de golpes el conjunto sevillista no acertó a marcar, ni Negredo, ni Babá... ni nadie. Nadie acierta. Solo Navas y Alberto tiraron del equipo en los últimos minutos, pero eso no basta.
Y con tan pocos argumentos, solo con arreones del palaciego, es difícil que el Sevilla gane fuera de casa. Tendrán que ocurrir milagros para que eso suceda. Y ese milagro, el que llegue la victoria sin merecerlo, sin ocasiones que se definan, no ha llegado este Sábado Santo. En su caso, pues, no hay resurrección que valga.