Goles contra la histeria

Álvaro Ramírez IIIEl Sevilla ha sacado adelante un partido vital, vital era antes del encuentro y vital durante el mismo, porque hubo fases en las que el nerviosismo inundó de tal manera el Sánchez Pizjuán que un tropiezo podía haber resultado fatal. Pero ganó el Sevilla, sin hacer un buen partido, con superioridad numérica, con poca consistencia, pero ganó, goleó incluso, y respira. Respira Emery, pero no puede coger aún mucho aire. Todavía cuenta su proyecto de equipo con demasiadas carencias, que debe subsanar pronto. Claro que también tiene virtudes, sobre todo en algunos futbolistas que empiezan a coger peso.

Lo tiene, desde hace tiempo, Rakitic, que como mediocentro o mediapunta es capitán general en este equipo. Es el único que da algo de sentido al juego y si ya marca dos goles, uno bastante bueno de falta, se gana los galones que le faltan, si es que alguno no tiene. Y los va cogiendo Gameiro, que ha dado la razón a Emery ante el Rayo. Evidentemente se equivocó al quitarlo en Valencia. El francés, pese a no marcar, fue el mejor junto con el croata. Incisivo, vertical, veloz. Es capaz de desarbolar defensas y ante el Rayo lo hizo para brindar el 3-1 en bandeja a Carlos Bacca. Además, ofreció algo que le encantará además a Emery, sacrifico en defensa y en la presión. Corrió hasta caerse, literalmente, cuando acabó el partido.

Ahora, eso sí, además del peso que deben coger más jugadores, también debe cogerlo el entrenador, Unai Emery. La situación no es fácil, y el partido ante el Rayo debe ser un punto de inflexión para empezar a redondear al equipo, sobre todo en defensa, y el equipo pide a gritos solidez; será con algunos futbolistas que regresen, o será con cambios, pero la necesita. Es cuestión de superviencia. El entrenador debe proporcionársela.
No la tuvo ante el Rayo. Y eso que el Sevilla, al menos, saltó al campo como quizás debería haber salido en Valencia. A morder, arriba, muy agresivo, robando, presionando, y al Rayo le cogió por sorpresa. Esa agresividad y esa presión bien pudieron permitir a los de Emery adelantarse en el marcador a las primeras de cambio, porque además el equipo madrileño tampoco estaba para muchas fiestas. De nuevo Jairo, que tuvo el mérito de robar una buena pelota, se cegó al acercarse a la portería, como en Mestalla, y no cedió atrás un balón que lo demandaba. La pertinente bronca se la llevó de Marin, que esperaba el esférico para empujarlo.
No es que tuviera demasiada claridad el Sevilla, pero robaba en campo contrario y con un buen pase, cuando lo había, lograba acercarse a Rubén. Esos primeros minutos de partido se jugaron en campo del Rayo, salvo alguna contra que metió el miedo en el cuerpo a los aficionados. Y esta vez la mejor disposición del Sevilla tuvo premio, porque en una falta lejana Arbilla realizó un verdadero placaje de rugby a Coke que no pasó desapercibido para Mateu Lahoz, apenas a dos metros. Rakitic no perdonó.
A partir de ahí el encuentro cambió, porque con el tanto el Sevilla bajó el ritmo (imposible de mantener esa agresividad e intensidad todo el partido), planteó otro desarrollo del encuentro y porque el Rayo también reclamó la pelota para sí. Para entonces ya se había lesionado Cheryshev y había entrado en el campo Trochowski, y para entonces ya se había puesto la defensa local nerviosa en alguna que otra ocasión. Sobre todo Pareja, que dejó claro que físicamente aún no estaba listo y que la lesión de Navarro precipitó su regreso. El Rayo tocaba fácil en la medular y hasta que M'Bia y Rakitic se dieron cuenta de que tenían que defender un par de metros más atrás porque la presión de arriba ya no era tan intensa, casi a placer. Lo cierto es que no tuvo demasiadas ocasiones el Rayo porque el conjunto de Emery junto líneas, no demasiado bien, pero las juntó. Y esperó alguna contra. La tuvo, pero a Gameiro, muy activo, le dio por intentar un trallazo cuando superó al portero. En realidad, el partido estaba más peligroso por lo que transmitían los sevillistas que por la realidad del potencial ofensivo del Rayo.
Ese punto de histerismo propio, fomentado a veces desde el terreno de juego, aumentado a veces incluso por el entrenador por la tardanza en algunos cambios, y consolidado en la grada, especial y excesivamente nerviosa, fue lo que inundó gran parte de un segundo tiempo a ratos difícil de explicar. El encuentro se retomó con presión de nuevo sevillista, siguió con dos goles casi inmediatos, el de Rakitic, de falta y el de Adrián, y tuvo una fase de un nerviosismo excesivo, en el campo, en la banda y en la grada.
En el campo porque los futbolistas nunca tuvieron controlado el encuentro. La causa principal, la anarquía sevillista a la hora de defender. Cada uno defiende su hombre, su parcela, pero qué difícil es ver un apoyo, una cobertura reforzada o una defensa conjunta. Si Coke tiene un complicado uno contra uno, allá él. Si a M'Bia lo superan, allá él, si alguien pierde un balón, pobre de él. La conciencia colectiva brilla por su ausencia a la hora de defender. Y claro, poco tiene que ver que el rival tenga once o diez jugadores, como los que tuvo el Rayo cuando Gálvez se fue a la caseta por doble amarilla. Las batallas eran individuales, y muchas se perdían, y si las batallas se pierden, la guerra, por más que numéricamente esté ganada, se iguala. En realidad esa fue una de las causas por las que el Rayo gozó de tanta posesión y tanto peligro pese a su inferioridad. Y por las que el Sevilla no se veía superior.
Desde el banco se alimentó el histerismo con cierta tardanza en los cambios, sobre todo en sacar a un negado de nuevo Jairo, que acabó pidiendo él el cambio. Antes sacó esta vez Emery a Marin del campo. Y, todo hay que decirlo, acertó, el nuevo '7' sevillista anduvo de nuevo perdido, intrascendente. Además, sacó al campo a Bacca y a partir de ahí fue cuando, por fin, el encuentro se estabilizó ante la inferioridad rayista. Por Bacca, claro, que marcó dos goles que decantaron el partido, pero tanto o más por Gameiro, porque el francés, el mejor del partido junto a Rakitic, fue el que dio el 3-1 al colombiano y el que más incisivo estuvo en el ataque. Se mereció además un gol que no le llegó, pese a que estrelló en el larguero el que luego fue el 4-1 en escorzo del colombiano.
Con ello, finalmente, la grada respiró, respiró tras coger mucho aire y tener la respiración entrecortada en un partido malo del Sevilla, pero en el que ganó, con goles además. El encuentro esta vez se descantó a su favor, incluida la actuación arbitral, sin hacer un papel brillante, más bien al contrario, como otras veces se decantó en contra.
Queda claro que hay trabajo, horas y horas de trabajo, para mejorar el equipo, que a día de hoy tiene más deficiencias que virtudes, pero, como dice Emery, se crece mejor desde las victorias. Al menos ya ha llegado una.