La frase más bonita
Acabo de llegar de hacer deporte, con mi camiseta de entrenamiento de la Real Sociedad como siempre, y como desde hace unos meses, con la mascarilla. Algo tan simple como salir a correr, a andar, es hoy por hoy casi un lujo. Parece mentira porque tuvimos un confinamiento severo, pero todos estábamos igual de recluidos, sin embargo, ahora los hay que por suerte entramos y salimos y otros que por haber dado positivo o por estar en aislamiento preventivo por ser contactos estrechos de otros positivos, pasan las horas metidos en casa esperando que pasen los días y puedan volver a salir. Mucho ánimo para todos.
Sin querer ser alarmista ni pesimista, estamos viviendo días difíciles, días raros, y el fútbol no es ajeno a todo ello. Ya sabíamos desde hace tiempo que no podríamos ir a los campos ni ocupar las gradas, pero en mi caso al menos, cuando llegó el día del sorteo del calendario me di cuenta de verdad de lo que iba a suponer no poder ver ni animar a la Real en directo. Los nervios y la curiosidad de cada año minutos antes del sorteo para ver en qué jornada y en qué fecha visitaría la Real los campos de Andalucía se habían esfumado. Era como un desierto en el que andar en una dirección o en otra iba a tener el mismo resultado.
Al final, un rato después de terminar el sorteo, con más resignación que otra cosa, miro y observo que la Real abre la temporada en Valladolid. Precisamente del partido en Pucela del año pasado guardo un grandísimo recuerdo, pues en compañía de dos grandes amigos, Mikel e Iñaki, pasamos allí un fin de semana de escándalo. No tanto por el 0-0 que apunto estuvo de convertirse en derrota a manos de un posible gol de Sandro, como también pudo ser una victoria nuestra si se hubieran aprovechado aquellas dos o tres claras llegadas; sino por el homenaje gastronómico a basa de lechazo, buen vino tinto y otros productos de la zona de los que dimos buena cuenta. Ese día marcamos este partido como fecha fija para un encuentro, una cita fija anual, en la que darnos ese gusto y ese premio; hay que cuidarse y por qué no, premiarse.
En mi caso, y como ya dejé escrito por aquel entonces, intenté no perder oportunidad para disfrutar lo que la vida me presentara, y con mi hermano Iñigo conquistamos el Bernabéu y clavamos la bandera de la Real para siempre allí arriba, en aquel córner donde la valla metálica aún tiembla. Mis costillas se recuperaron, pero la valla seguro que aún sigue vibrando. Y a Miranda había que ir como fuera, y gracias también a un amigo, viví con mi hermano una fecha histórica. Además de una txapela con el escudo de la Real bordado, de Anduva nos trajimos muchas más cosas imposibles de olvidar. Sevilla nos esperaba, pero…mejor, paso palabra.
La vida ha cambiado. No sé si también nos ha cambiado, quizá eso nunca lo lleguemos a saber del todo. La famosa nueva normalidad es un rollo la verdad, mi única REALidad, la que no ha cambiado, es la de la camiseta de rayas azules y blancas, la de gritar con cada parada de nuestro portero y con cada gol que metamos. La de escribir mensajes a amigos y familia durante y tras cada partido, la de que la frase de la semana más bonita que me gusta oír y decir sea gol de la Real.
Ahora ponle la voz de esa persona tan especial y olvídate de todo lo demás: gol de la Real…