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Justicia poética
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Justicia poética

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Juan Carlos Latxaga, periodista

 
El jardinero del Iberostar acabó haciéndole la vida más fácil al Athletic en Mallorca. El erial que tienen por aquellos pagos como campo de fútbol, acabó jugando una mala pasada a sus inquilinos. El equipo de Bielsa no estaba sufriendo ningún apuro para defender la renta del primer partido pero estaba a la espera del asalto con todo que los de Caparrós debían ejecutar en los últimos minutos.
Faltaba un cuarto de hora para el final cuando Ramis cedió el balón a su portero, Calatayud puso el interior de su bota derecha para recibir el envío y éste, juguetón, saltó por encima para terminar alojándose en la red. El ondarrutarra Zubikarai debió esbozar una sonrisa amarga en aquel momento. Algunas generaciones de rojiblancos, los que sufrieron más de un infierno en el viejo Luis Sitjar, los que jugaron con unos pantalones verdes, los que cayeron allí en otra eliminatoria copera... el tesorero del club que sigue intentando tapar el agujero del impago de Aduriz, se reirían con ganas con el número cómico y por la alegría de ver a su equipo definitivamente en la semifinal. Los más veteranos retrocedieron casi una veintena de años, cuando en un amistoso jugado en San Mamés, el gran Franco Baresi le coló un gol idéntico a Taconi. En aquella ocasión la culpa no la tuvo el césped, sino una bolita de papel albal estratégicamente situada en el borde del área pequeña del gol norte. El invencible Milan cayó en la catedral rompiendo una racha de alrededor de un centenar de partidos invicto. Capello dijo que aquello no contaba porque era un amistoso. Otros tiempos.
El gol de Ramis decidió el partido de Mallorca, pero no la eliminatoria. Esa llevaba mucho tiempo decantada, prácticamente desde que acabó el encuentro de San Mamés. Meterle dos goles a este Athletic es tarea reservada a equipos mucho más grandes o que jueguen con más grandeza que el Mallorca. Joaquín Caparrós planteó el partido casi en el plano psicológico. Su idea era no sufrir daños irreparables al principio, para poder llegar al tramo decisivo con posibilidades de éxito. Durante todo el primer tiempo, el equipo que tenía que remontar se dedicó más a defender que a atacar, una paradoja nacida de la mente de su entrenador. El Athletic hizo eso que ahora se llama defender con el balón, esto es, mantener su posesión de forma que el rival no tenga otra cosa que hacer que mirar. Durante muchísimo tiempo la pelota circuló de las botas de Javi Martínez a las de Amorebieta, de las de éste a las de Iturraspe, y vuelta a empezar. Alguna vez se asomaba por allí algún mallorquinista a hacer como que presionaba, poca cosa como para inquietar a un Iraizoz que no tuvo que intervenir para otra cosa que no fuera devolver una cesión o sacar de puerta. Defender tan lejos de la portería evita cualquier sensación de agobio y eso siempre se agradece.
El Athletic tuvo algunas ocasiones para remachar la eliminatoria, casi siempre por fallos de defensas o portero rivales, pero ni Muniain, ni De Marcos, ni Llorente anduvieron finos. La lesión de Muniain cerca del descanso obligó al técnico a reordenar el esquema dando entrada a Toquero y cambiando de banda a Susaeta. Fueron unos movimientos que condicionaron lo que ocurrió a continuación.
Tras el descanso Caparrós puso en marcha la segunda parte de su idea, aunque fue el Athletic el que le facilitó las cosas. Ocurrió que los rojiblancos perdieron el balón que había sido suyo durante todo el primer tiempo. Muniain es un jugador que incluso lejos de su mejor momento, aporta una considerable posesión de la pelota y ofrece soluciones a sus compañeros para mantenerla. Susaeta no compensó su ausencia en esa faceta porque el de Eibar no entró tantas veces al centro como lo hace Muniain. Para colmo a Herrera le dio por ponerse fallón en el pase y el control hasta el punto de que Bielsa le retiró para el cuarto de hora. El Athletic perdió el centro del campo, Toquero y Llorente quedaron desconectados y los rojiblancos se tuvieron que dedicar a defender en plan clásico, o sea, con la defensa en el borde del área y siempre expuestos al albur de las decisiones de un árbitro de criterio imprevisible. Pereira creaba problemas a Aurtenetxe y buscaba el área como escenario donde poner en práctica sus dotes interpretativas, aunque, afortundamente, Del Cerro Grande no picó. No hubo nunca peligro real, pero sí una permanente e incómoda sensación de incertidumbre.
La salida al campo de Chori Castro, su hombre más incisivo, culminó la pregonada estrategia de Caparrós, pero la noticia fue el propio Athletic, el más defensivo y vulgar de toda la era Bielsa, encerrado atrás, definitivamente perdido el balón y renunciando a cualquier cosa que no fuera dejar pasar el tiempo, sostenido únicamente en la seguridad de los imperiales Javi Martínez y Amorebieta, bien secundados por Iraola. Como rendidos al influjo de su antiguo entrenador, los rojiblancos recuperaron modos y maneras que creíamos olvidados. Vimos durante ese tramo del partido a un Athletic ramplón y especulador que nada tuvo que ver con el equipo alegre y ambicioso al que ya nos habíamos acostumbrado. Dicen que todo se contagia menos la hermosura y el Athletic se contagió del fútbol áspero y tosco de su rival dejándose llevar a un terreno que no le convenía. Llegó ese gol que volveremos a ver en los resúmenes de la próxima nochevieja y el Mallorca se quedó sin poder desarrollar la tercera parte de su plan, ese que apuntaba a la búsqueda del milagro en el último cuarto de hora. 
La final queda a un solo paso, el que obliga a superar al sorprendente Mirandés y el Athletic llega a la cita presentando un balance copero de cinco victorias, un empate, nueve goles a favor y ninguno en contra. El equipo de Pouso tiene mucho mérito y Anduva será un fortín, vale, pero en septiembre hubieramos aplaudido con las orejas si nos dicen que a estas alturas estaríamos ante semejante escenario. 
Conversaciones en la Catedral (San Mamés)

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