Gayà, una cuestión de fe

Después de dos horas de sopor y escuchar algunas gilipolleces en la sala de prensa; después de una partida de tute en el bar y escuchar a mi hijo decir "jolín que pena" tras conocer que el Valencia no ganó, después de asumir que el Valencia - Villarreal tiene menos historia que el 0-0 que reflejaba el marcador; he decidido cambiar de tercio y mirar al futuro.

Y por fortuna aún queda en este mundo súper profesionalizado del fútbol un espacio reducido, (pero espacio a fin de cuentas) para las personas y los pálpitos; para el sentido y la sensibilidad. Es ese pequeño hueco del cerebro en el que el dinero no entra, ni los agentes, ni los clubes, ni nada por el estilo. Es, imagínate amigo lector, ese pasillo por el que solo transitas tú cuando vas a acostarte y que precede a tu habitación, en el que no hay nadie más que tú. Es ese momento cuando haces la lista de tu boda, en el que sólo estáis tú y tu pareja haciendo el inventario de invitados y mirándoos a la cara preguntando por dónde cortas (¿Verdad Bea y Julio?).
Al tajo, que me descentro pensando en la carne de Abrasador. El caso es que, en todas las renovaciones, y especialmente en las que se complican como la de Gayà, ese recóndito lugar del cerebro en el que uno se encuentra ensimismado, es el que debe entrar en juego y pronunciar la última palabra a la hora de tomar la última decisión. Las cartas están sobre la mesa: Por un lado, el Valencia le ha ofrecido un buen contrato, pero nunca puede ser el mejor pagado de la plantilla por su juventud y por su capacidad de mejora. Por otro, él tiene derecho a exigir un gran sueldo porque se lo ha ganado sobre el campo.
El caso es que, aprovechando que he disfrutado de la Semana Santa en un sitio dónde la religión está muy presente como es Valladolid, me he dado cuenta de que lo que entra en juego en situaciones como éstas es la fe. Sí, porque en el caso de Gayà, lo que le pide una parte a la otra es algo tan sencillo (o tan complicado) como fe.

¿Qué es la fe?

Es cuestión de creer en lo que no ves, creer en lo que vendrá. Es cuestión de creer que en el futuro Gayà será lo que apunta (un jugadorazo, uno de los mejores laterales zurdos de Europa). Pero ojo, también Gayà, cuando pase por el pasillo de su casa y se quede sólo en su habitación debe pensar y creer que el Valencia es un club señero, que va a reverdecer los laureles de antaño. En definitiva, un club en el que todos los jugadores querrán estar porque luchará por ganar títulos en un futuro cercano; con un campo viejo pero que es la envidia de la Liga y uno nuevo que hará desatar las iras de los rivales. Y, sobre todo, con una afición fiel y que te dará algo que no se puede pagar con dinero: amor. 
No voy a hacer apología de ninguna religión en esta columna, pero sigo convencido que creyendo en que hay 'algo' después de la muerte, uno es más feliz y la vida se vive mejor, y a fin de cuentas eso es lo que buscamos todos ¿no?.
Por cierto, se me olvidaba decirlo, yo tengo fe... en que Gayà renovará. Feliz semana.
David Torres
Delegado ElDesmarque Valencia