Cuarentena sin fútbol, Día 31: La primera vez que salgo de casa
Vaya por delante que lo primero que ha sabido mi hijo de cinco años cuando me ha presentado el dibujo que ilustra esta opinión es que tenía una falta de ortografía. Luego ha corregido ese fallo porque desde pequeñito debe entender que las palabras se escriben bien y se dicen bien. Que no cuesta tanto. Y vaya por delante también que esa imagen dice lo contrario que el titular, pero lo tenía que explicar.
Sí, hoy he salido de casa por primera vez durante este confinamiento por el maldito coronavirus. Y no he cometido una ilegalidad, por si alguien lo esperaba. Mi primera salida un mes después ha sido para hacer la compra, porque de momento sí se puede. Y lo he hecho para evitar que mi mujer estuviera en otro foco importante de posible contagio. Ya tiene bastante lo que aguanta día a día en la farmacia.
Y ha sido raro. Un camino de varios kilómetros para ir a un supermercado que está a las afueras de la población. Con una mascarilla de las buenas, guantes y el gel hidroalcohólico. Un kit indispensable. Ah, y la lista de la compra bien apuntada porque uno va perdiendo memoria. La sensación en el coche ha sido extraña, un poco de mareo. Digo yo que sería por la mascarilla, que uno no está acostumbrado. O por las dichosas rotondas que he tenido que cruzar.
Me esperaba más gente en el supermercado, la verdad. Compra relativamente rápida, con algunos productos acabados. Mañana no tendremos albóndigas ni mi cuñada podrá hacer postres. La harina desaparece, por lo visto. El resto, al carro y a las bolsas. Pago con tarjeta y al coche. Y vuelta a casa. Objetivo cumplido.
El ritual no acaba. Hay que quitarse los zapatos, la ropa y lavarse muy bien las manos, aunque llevara guantes. Lo peor no ha llegado: ¡lavar todos los productos comprados! Habrá que hacerlo, si dicen los entendidos que es lo mejor. Así aprenden también mis hijos. Como el dibujo, familia. Sigan quedándose en casa y salgan sólo para lo justo, necesario y legal. Por favor.