El discurso de Haro
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Ángel Haro es un bienintencionado. Eso es lo primero que pensé de él. Más despegado que el resto del entorno, con una capacidad de trabajo enorme y con éxito en los negocios. Y además, legitimado, a diferencia de casi todos los que le precedieron, por sus acciones. Su único pero: La falta de experiencia y de conocimiento de un mundillo al alcance de muy pocos, capaz de fagocitar las ilusiones de cualquier empresario con éxito y de entronizar al más golfo de los mortales. En cualquier caso, había tiempo para aprender, tiempo para la esperanza.
De esto hace más de un año. Desde entonces, la figura de Haro, por culpa de su entorno, que no del ‘entorno’, se ha sumido en pleno proceso de combustión. De su entorno y de sus miedos, claro, porque no se entiende de otra forma que el presidente del Betis se deje calentar en el día a día por gente tan poco preparada en el mundo de la comunicación y del fútbol como la que le rodea. La mayor parte de sus últimas apariciones públicas se cuentan por ridículos que, más que dejarle a él en entredicho, acaban manchando la imagen del Betis… un poco más si cabe.
Haro se ha arrogado un papel quijotesco en el que sus molinos de viento son algunos medios de comunicación, todos ellos claro está, empeñados en la destrucción del Real Betis Balompié. En Twitter, extraordinario invento que no debe caer en malas manos, también ve un ejército de enemigos, a buen seguro calentado por la falta de conocimiento y preparación de ese mismo entorno suyo que no domina ni una sola cifra real de lo que se mueve en las redes sociales, ese mismo entorno que organiza cutre y torticeramente a sus huestes del 3.0. Y así, con unos apuntes en la mano escritos desde la más absoluta sinrazón, se presenta de vez en cuando ante la opinión pública cual Lopera moderno, aunque con menos empaque. Algunos están de acuerdo y jalean estas actitudes, como jalearon el ‘talante’ de Gordillo, la imagen de Guillén, el rigor de Bosch y la seriedad de Ollero, pero repudiarán a Haro cuando esto no se sostenga más, como les pasó a ellos. Entonces, sólo entonces, y ojalá me equivoque, Haro se dará cuenta de que el enemigo no está en la prensa ni en Twitter, el enemigo está dentro, anida en las oficinas del estadio, se hace oir y su opinión importa. Está dentro de sí mismo y de otros individuos que tienen por costumbre acudir a diario al templo de los béticos. Sin ellos, este desastre no sería posible. ¿Estamos a tiempo, Ángel?