‘JoaKing’: la alegría de vivir ‘manquepierda’
En cualquier club de fútbol profesional del mundo, que un señor de 38 años brillara con luz propia entre bigardos jóvenes y bien criados supondría un mal síntoma; una aberración, si se me permite. En el Betis, no. En esta institución, atribulada por múltiples padecimientos históricos y víctima de endémicas luchas intestinas, no es sino una bendición.
La entidad verdiblanca ha disfrutado en más de un siglo de vida de variados héroes maduros o virtuosos puretas, pero ninguno como el que ahora alumbra su existencia. Joaquín Sánchez ya no es sólo eso. Ya es JoaKing, el genuino elixir que edulcora el alma del beticismo.
Nunca se sabe si cesará definitivamente el sufrir del inicio de temporada, pues el Betis parece abocado a una vida deportiva que transita a perpetuidad por el alambre. Nadie puede predecir si el equipo seguirá su camino por la autovía de la felicidad o por el arcén del infierno, ya que su condición tiende a lo inescrutable. De lo que nadie duda es de que todo es mejor, más fácil y más bonito de la mano del Mesías Joaquín.
Su halo envuelve las trece barras, protegiéndolas de pesares y reverdeciendo su ilusión, marchita por momentos. La chispa de sus regates y sus goles detona la pólvora de las balas de cañón. Él encarna el simbolismo del manquepierda, ahora también discutido pero tatuado a hierro en la piel verdiblanca.
Porque Joaquín representa la alegría de vivir. Y el manquepierda no es más que eso: sentir una pasión más allá del sufrimiento que ésta conlleve. Por mucho que batallitas ególatras quieran emponzoñarlo, el lema que inspira a los béticos nada tiene que ver con el conformismo, la resignación o la falta de exigencia. Se trata de sobrellevar la vida, la que sea, de la mejor manera posible.
Dos tetas de las que ha mamado
Aquel chaval que dejara El Puerto por una carrera en el fútbol conoce bien el sentimiento bético por haberlo mamado desde pequeño. No de la teta que le dio el prodigio genético de su físico, sino de la que representa una cantera de la que han salido muchas figuras. Nadie quiere ganar más que Joaquín, nadie compite mejor que él. Partiendo de esa base, todo lo que no sea ganar no tiene que conducir a tirarse por un puente. O no debería.
Con su trayectoria, podía haber vuelto al Betis a sobarse los genitales, a darse unas vueltecitas por el césped, acurrucado en sus virtudes y amparado por su leyenda. Pero no. Quiso renovar su pacto con el diablo para poner al servicio del club de sus amores la eterna juventud de su juego.
Sus chistes, el capote y el descaro de su mirada no distraen las ganas impúdicas de hacer un Betis grande. Luego, cuando sus botas queden mudas de fútbol, ya discernirá si se guarda otro papel en la historia bética o se entrega al mundo del show business para el que parece predestinado. O ambas cosas.
El genio de El Puerto habrá hecho reverberar el orgullo de su paisano Alberti en el Olimpo de los artistas. Y, desde luego, ha hecho honor a la canción del malogrado Ray Heredia que enaltece la ‘alegría de vivir’. Esa alegría tornó orgasmo el pasado domingo con un hat-trick tipo Benjamin Button. El beticismo renueva los votos a su Dios y su Dios sugiere que lo renueven. Renuévenlo, por amor de ídem. Y también, a la madre que lo parió. Con su santa teta, por supuesto.