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Un diván en San Siro
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Un diván en San Siro

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La final de la Liga de Campeones, el momento estelar de la temporada de clubes, supuso el undécimo título del Real Madrid en la competición. También la reaparición en escena de un invitado tan habitual como molesto en las desdichas del subcampeón. Y la impresión evidente de que la presunta deuda que mantiene el torneo con el Atlético es extraordinariamente difícil de cobrar.José Antonio Garrido
El origen del conflicto data de 1974. Entonces, un central alemán arruinó en Bruselas en el último minuto de la prórroga lo que era ya el éxtasis rojiblanco. Cuarenta años después, un central español en Lisboa en el último minuto del partido. En 2016, en Milán, un delantero portugués en el último penalti de la tanda. En estos dos casos, además, concurre el agravante de rivalidad extrema.
Elemento clásico de la parafernalia psicoanalítica, el diván apareció en San Siro como lo había hecho dos años antes en la capital portuguesa. Igual que entonces, el Atlético de Madrid revivió el trauma incluso con mayor crueldad. Fue una derrota con la última bala de la ruleta rusa.
La final de Milán reunió a los mismos protagonistas del 2014. Sergio Ramos, que abrió el marcador, y Cristiano Ronaldo que lo cerró y que reprodujo en un rincón del estadio la escenografía de Lisboa. Sin camiseta, tensando abdominales y entre alaridos se apropió de la imagen final de un partido en el que había sido irrelevante.
El diván había aparecido antes de que Cristiano engañase a Jan Oblak, sobre todo con la actitud complaciente del Atlético durante una prórroga a la que llegó en muchas mejores condiciones que su rival, con varios jugadores a punto del colapso físico. A modo de aviso de lo que se aproximaba, Antoine Griezmann había fallado un penalti al comienzo de la segunda parte.
El resto de la película estaba escrito: Lucas Vázquez, un advenedizo, se dirige impasible hacia el punto de penalti, juguetea con el balón y marca. Poco después, Juanfran, con aire apesadumbrado, lanza al poste y deja el momento de gloria para Cristiano otra vez.
La insaciable ambición del portugués se vio sobradamente recompensada este curso. Tres títulos con el equipo, campeón de Europa con Portugal y más de 50 goles, datos suficientes para ganar su cuarto Balón de Oro y, con seguridad, el de Mejor Jugador FIFA. Fue su respuesta a quienes advierten señales de algo parecido a un declive incipiente.
Usain Bolt cumplió 30 años el mismo día de la clausura de los Juegos de Río, los últimos de su memorable carrera. Como en las dos citas olímpicas precedentes ganó tres oros sin demasiado esfuerzo, lo que estaba descontado. Su irresistible magnetismo hizo lo demás. Desde Pekín la imagen con la que se identifican los Juegos no es tanto los cinco aros como un alegre jamaicano de casi dos metros.
En el reciente documental biográfico sobre su vida, titulado sin complejos "I am Bolt", se presenta la trayectoria del atleta como un arduo camino desde los tiempos de quinceañero en Trelawny hasta Río, pero si la cinta pretende humanizar a Bolt no parece que vaya a tener mucho éxito. Se trata de una divinidad por aclamación.
"No es fácil ser Bolt", confiesa en el 'biopic'. Probablemente tenga razón. Sin embargo, solo el hecho de ser Bolt le otorga un protagonismo absoluto en los Juegos. De hecho no es fácil recordar que en Río de Janeiro un británico de origen somalí repitió los títulos de 5.000 y 10.000 y menos aún el nombre del sudafricano que pulverizó el récord mundial de 400 de Michael Johnson con una portentosa carrera por la calle ocho.
Los Mundiales de Londres serán la última oportunidad para que algún velocista alcance la gloria solo por el hecho de haber superado al coloso jamaicano, invicto en Juegos y Mundiales, series incluidas, desde hace ocho años, en los que de 21 medallas de oro en juego se ha colgado 20. Tal vez no sea fácil ser Bolt, pero mucho menos atleta de superélite condenado a competir con él.
Si los sueños de Usain Bolt se han cumplido, y sobradamente, los del Atlético de Madrid con la Liga de Campeones tendrán que seguir esperando. De momento todo han sido pesadillas desde que Joerg Schwarzenbeck, hace 42 años, inaugurara la serie. Y en los dos últimos episodios las pesadillas han tenido un contenido casi sádico.
La noche de San Siro encumbró a Zinedine Zidane, sin historial técnico entonces y bajo sospecha de complaciente, y sumió en un paréntesis de duelo a Diego Simeone. Si el argentino pensó que Milán había sido otro mal sueño se equivocó. Cuando Simeone y el Atlético despertaron, Ramos, Cristiano y el diván todavía estaban allí.
Recursos de archivo en www.lafototeca.com: http://bit.ly/2gPjeXg

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