Despelote: cuando el fútbol es memoria, comunidad y arte interactivo

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Una carta de amor a la infancia y al fútbol desde el corazón de Quito
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Una experiencia íntima, distinta y profundamente emocional que nos ha conquistado
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Despelote tiene un nombre muy divertido, un aspecto gráfico sorprendente y ‘va de fútbol’. Pero más allá de todo esto, es un juego distinto a todo lo demás que hayas jugado. Despelote es una fabulosa propuesta indie que recorre, de una forma muy peculiar, los mimbres de la novela interactiva o, como sus desarrolladores la definen una aventura "Slice-of-life". Es una obra que elige detenerse en la calle, en la vida cotidiana, en los recuerdos borrosos de una infancia marcada por el bullicio de un balón en los pies.
Despelote no es solo un juego sobre fútbol. Es un viaje autobiográfico y nostálgico por la ciudad de Quito en el año 2001, cuando Ecuador estaba a punto de clasificar, por primera vez en su historia, al Mundial de fútbol. A través de los ojos de Julián, un niño de ocho años que encarna a una versión infantil del propio desarrollador Julián Cordero, caminamos, escuchamos, pateamos y soñamos.
Desde los primeros minutos, con una peculiar propuesta gráfica que mezcla dibujos a mano con fotografías ‘duotono’ de las calles de Quito, Despelote deja claro que estamos ante una experiencia muy especial. Apenas cuenta con dos horas de duración, pero logra ser más memorable y emocional que muchos títulos de decenas de horas. Y es que aquí el fútbol no es solo un deporte: es la excusa para hablar de comunidad, de familia, de la forma en que la pasión colectiva puede dar sentido a una época de incertidumbre política y económica, y sobre todo, de cómo recordamos la infancia con una mezcla de nitidez y neblina.
La magia de lo cotidiano
La narrativa de Despelote es sencilla y directa, una historia contada desde los ojos de un niño de ocho años. No hay grandes giros argumentales ni clímax cinematográficos. Todo transcurre entre viñetas breves que muestran a Julián en sus rutinas: ir al colegio, jugar en el parque, acompañar a su madre a hacer la compra, saludar a los vecinos, observar adultos que discuten el futuro del país entre cafés y televisores en blanco y negro. Pero hay algo universal y profundamente humano en estas escenas. Reconocemos en Julián a nuestro propio niño interior, aquel que pateaba lo que fuera por la calle (una pelota, una botella, un globo) y se perdía en su imaginación mientras el mundo de los adultos giraba a su alrededor.
Los personajes, aunque dibujados con trazos simples (literalmente, en blanco y negro sobre fondos fotográficos escaneados), están llenos de vida. Hablan con voces reales, con acentos que ubican la acción en una Quito real y palpable, y sus interacciones con Julián están cargadas de afecto, humor y ocasional incomodidad. A Julián le regaña su madre con severidad, pero después siempre hay una muestra de afecto maternal, seguido de las prisas de los adultos por sus extraños asuntos.
La vida con un balón en los pies
Despelote se juega en una perspectiva en primera persona. Julián pude moverse, llamar la atención de los personajes que pueblan su pequeño mundo e interactuar con algunos objetos resaltados en blanco sobre los fondos fotográficos. Pero su mecánica principal es la de controlar y patear una pelota. Esta mecánica la aprendemos jugando a la consola (un videojuego dentro de un videojuego) con un viejo cartucho. Básicamente podemos controlar la pelota en cualquier dirección, correr con ella y patear con fuerza empujando el sitck derecho. Los mismos controles que tomamos en el videojuego son los que luego seguiremos usando cuando controlemos a Julián.

Parece simple y tosco, pero el juego logra capturar con asombrosa precisión la sensación física de jugar con un balón siendo niño: la torpeza, la improvisación, la libertad. El control no es perfecto, ni pretende serlo, y eso es precisamente lo que lo hace auténtico. Usamos el stick derecho para chutar, lo que requiere coordinar cámara y movimiento, y eso genera una especie de mini desafío orgánico. No somos Messi; somos un chaval descalzo soñando con serlo.
El juego nos da libertad para explorar el parque, la plaza o el patio del colegio. Pero esa libertad está siempre limitada por el tiempo, replicando esa sensación infantil de que el recreo o la tarde en el parque no duran para siempre. Podemos mirar el reloj para saber cuándo volver a casa, y esa limitación, lejos de frustrar, refuerza la sensación de estar reviviendo recuerdos encapsulados en un espacio y tiempo concretos. Intenta encontrar a tus amigos en la cancha para jugar un rato, patea unas cuantas botellas y rompe unos cuantos jarrones del vecindario, o encuentra a tu hermana pequeña un par de veces mientras juegas al escondite… todo antes de que se cumpla la hora a la que tu madre te pidió que volvieras a casa.
Un estilo visual y sonoro inolvidable
Uno de los grandes aciertos de Despelote es su apartado artístico. La ciudad de Quito ha sido reconstruida a partir de fotografías reales escaneadas y teñidas con una paleta monocromática que cambia según el momento: tonos sepia, verdes pálidos, naranjas cálidos, dependiendo del estado de ánimo de Juliñan. Sobre este fondo nostálgico, los personajes y objetos interactivos aparecen como recortes dibujados a mano, un contraste que funciona como metáfora: los recuerdos son reales pero están incompletos, y nuestra memoria rellena los huecos con mucha imaginación.

La estética nos recuerda a obras como Return of the Obra Dinn o The Unfinished Swan, pero sin imitarlas y con su propio sello. Aquí cada fotograma parece una polaroid viviente, con la textura de un álbum familiar olvidado.
El trabajo sonoro es otro de los pilares que sostienen la inmersión emocional de Despelote. Todos los sonidos han sido grabados in situ en el parque central de Quito y en otras localizaciones reales, y se filtran suavemente en nuestra percepción como recuerdos que emergen en oleadas. Risas de niños, el rebote de un balón, conversaciones entre adultos, el zumbido de un televisor: todo suena como una memoria auditiva que se entrelaza con la imagen.
Fútbol, sociedad y el peso de la historia
Aunque Despelote gira en torno al fútbol, en realidad habla de mucho más. A través de los comentarios del narrador, vamos conociendo el contexto social y económico de la época: la crisis financiera, la hiperinflación, la incertidumbre colectiva, pero también algunos logros del país en algunos aspectos como el cine o el deporte… El fútbol, en ese escenario, se convierte en símbolo de esperanza, de identidad nacional. En bodas, mercados y escuelas, todos comentan las posibilidades de Ecuador en la eliminatoria previa al Mundial de Japón y Corea. El deporte se convierte en conversación constante, en telón de fondo de una sociedad muy necesitada de alegrías.

Además, el juego integra elementos de la cultura ecuatoriana: la música, la comida, el cine local (incluyendo una referencia al film 'Ratas, ratones, rateros' dirigido por Sebastián Cordero, padre del desarrollador). Todo esto aporta profundidad, textura y autenticidad. Y como el hilo conductor es la clasificación para el Mundial, siempre tendremos de fondo los partidos de aquella eliminatoria: en pantallas encendidas en las casas, en las tiendas y en casi cualquier parte. Siempre podemos acercarnos a un televisor y disfrutar de la retransmisión real de aquellos partidos.
La metanarrativa
Uno de los elementos más fascinantes de Despelote es cómo entrelaza la autobiografía con la ficción. Hay momentos en los que el narrador rompe la cuarta pared para hablar del proceso de creación del juego, de los sacrificios que implica contar una historia personal y de lo que significa reconstruir el pasado desde la imaginación. Incluso hay un momento en el que el juego se interrumpe y pasamos a pasear por un mapa en color del parque más grande Quito, escaneado en 3D por los desarrolladores, donde nos cuentan muchas peculiaridades del proceso de desarrollo. Despelote no solo cuenta una historia de manera magistral, sino que nos invita a pensar sobre cómo la contamos.

Conclusiones de Despelote
Despelote es una joya silenciosa. Un homenaje al fútbol, sí, pero sobre todo a la infancia, a la comunidad y a la memoria. Por supuesto, no es un juego para todo el mundo, ya que requiere paciencia, sensibilidad y una disposición a dejarse llevar por la nostalgia, pero quien conecte con su propuesta encontrará una de las experiencias más conmovedoras del año. Para quienes creemos que los videojuegos pueden ser arte, Despelote es una confirmación. Y una celebración.
Plataforma analizada: PC
Lo mejor:
- Una narrativa íntima y evocadora, que convierte lo cotidiano en algo memorable
- Estética visual muy original y excelente audio y banda sonora
- El fútbol como metáfora emocional
Lo peor:
- Limitaciones técnicas: algunas animaciones torpes y glitches
- Público reducido: es una propuesta para un público reducido
90/100