Valverde asiste templado a la fechoría del Athletic

"Le gustaban mucho las flores; tenía muy buena mano para ellas"... "Y el Athletic, cómo no acordarnos de ese 'Athletic suyo', fuente de alegrías y tristezas". Para cuando el Athletic Club estaba 'delinquiendo' sobre el verde de la 'Cerámica' con la aquiescencia ["permiso y consentimiento"] de su entrenador, la 'amatxu' de mi compañero ya 'no estaba'.

Quiso la vida que cerrara los ojos a la violenta luz de este mundo poco antes de que Ernesto Valverde se elevara hasta lo excelso para, desde lujosa atalaya, contemplar, permisivo, una de las fechorías más sangrantes que se le recuerdan a mi memoria desde que al Athletic le diera por traicionarse así mismo fuera del alcance de las 'almohadillas' de la 'Casa de Misericordia'.

¡Ay, si la canallada de Castellón la hubieran perpetrado al amparo de la 'tribuna de Garai' y la General de a pie desnuda de techumbre y de paraguas prohibidos! Ay, si, Ay: los cimientos de la Catedral, de seguido al pitido final, se habrían resentido debido al ruido ensordecedor de miles de gargantas traicionadas.

Suerte tiene este Athletic de que ya no se le quiera tanto como entones. De que sus heridas duelan menos, y a veces ni siquiera. Será porque las niñas ya no compran cromos que pegar en las páginas del álbum de la Liga Santander. Será porque los niños 'funden' la paga en tabaco y bebidas de esas que les procuran 'colocón' y pérdida de conciencia. Será porque el resto ya no está por la labor de sumergirse en una tristeza infinita; de irse a la cama sin cenar y con la promesa de un mal sueño.

Será porque, como a mí me sucede desde que se lo escuché a 'Piru' Gainza, el nivel de mi sufrimiento se pone 'a cero' cuando el Athletic conquista los 'dígitos de la permanencia'. El Athletic, desde que se fundó a Liga, seguirá siendo, es, será, uno de los diecisiete 'mejores' equipos de esta Liga en la que compite; a pesar de que, henchido de habitar su propio 'Paraíso, se arrastre por el césped cual serpiente equivocada por aquello del 'fruto prohibido'.

Caín ha vuelto a matar a su hermano. Como castigo, vagar y vagar por el extenso territorio que le ha tocado en suerte. Con la certeza de que la marca negra que 'el Señor' le pintó en su frente habrá de librarle de las violentas manos de la gente. Y es así que, al quererlo tanto, sabiendo que si lo matáramos en efigie equivaldría a nuestro propio suicidio, lo dejamos ir, para que se desfogue con Lilit, y aún advertidos de que terminará colándose en un Arca a fin de que no quede títere con cabeza.

Y si alguien cree que lo que se escribe no viene a cuento, sepa que, si me voy con los modos del que advierte su fuga definitiva, lo hago, no más, por no hacer leña del árbol caído, por no echar vinagre en las heridas. Y es que si lo hiciera, con el arma que manejo me estaría destrozando el cuerpo a hachazos o, en el mejor de los casos, vertiendo el vinagre en mis propias heridas: ¡porque el árbol soy yo; porque soy yo el que se duele de sus propias heridas!... ¡Porque el Athletic soy yo!

A punto de poner fin Valverde y sus muchachos a la tortura de tanta humillación como padecíamos desde la distancia, algo muy nimio les pedía a los que se habían puesto la camiseta en mi nombre. Que, de seguido al pitido final, huyeran, rojo el hocico y pavoridos, a las negras entrañas de su vestuario. Se inició, entonces, una sesión de regodeo. Abrazos y charlas con 'nuestro enemigo brutal'.

No satisfechos, Iker Muniain, que desde el banquillo se había sumado para 'engrandecer' 'la gesta' de Ernesto y sus compañeros, al tanto de que la cámara lo atraparía en un perfecto primer plano, llevó a cabo lo que yo nunca habría imaginado en escenario semejante. Mancillando el brazalete de capitán que lo distinguía, se liberó de la camiseta para ofrecérsela en intercambio a un jugador groguet de cuya faz no quiero acordarme.

Desnudo estaba, 'Tómala, que yo no la quiero; prefiero la tuya'. Llegado a su casa, cuando al jugador del Villarreal le llegó la hora de la cama, sobre un cáliz retorció  la camiseta del Athletic para que el sudor que contenía cayera, gota a gota, en el recipiente. De sudor inevitable; del polvo que se había mordido. Elixir de gladiador. Fragancia romana que le garantizara a la 'vestal' una noche de pasión con su afortunado compañero.

• Por Kuitxi Pérez, periodista y exfutbolista