El Molinón, por fin, vuelve a disfrutar
El triunfo del Sporting de Gijón ante el Éibar en la ida de la eliminatoria de dieciseisavos de final de la Copa ha servido para restañar alguna herida. El 2-0 ha servido de alcohol medicinal. La brecha, que los últimos malos resultados habían abierto, entre equipo y Molinón ha comenzado a cicatrizar. El buen encuentro despachado por los menos habituales aplacó las protestas iniciales y dio paso al disfrute.
Un importante paso para recuperar la sintonía. Los 12.902 espectadores presentes en el municipal gijonés abandonaron las gradas con un rostro muy diferente al de las últimas citas. El cambio de las prestaciones de los pupilos de Rubén Baraja sobre el terreno de juego tuvo su reflejo en la alegría vivida en las tribunas de El Molinón. Imponerse a un rival de superior categoría, con intensidad, goles y buen fútbol tiene ese efecto.
La cita, en horario matinal y fecha festiva, sumado a la crisis de resultados con la que afrontaba el equipo la eliminatoria, no llamaba a poblar las gradas. Los incondicionales que se acercaron a apoyar a los suyos se llevaron una grata recompensa. Un triunfo que sirve para aplacar el complicado ambiente que se había vivido en las últimas jornadas disputadas por los rojiblancos en su feudo. Un resultado para la tregua. Tenues fueron los cantos de reprobación hacia técnico y directiva.
Los aplausos con los que abandonó el terreno de juego Pablo Pérez. La ovación para el delantero Uros Djurdjevic después de su estreno goleador. El reconocimiento para el buen partido de Isma Cerro. El júbilo tras el pitido final. Por fin, una alegría en un complicado inicio de campaña.