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Un crucero a ninguna parte: una pareja malagueña pasa 37 días confinada en alta mar
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Un crucero a ninguna parte: una pareja malagueña pasa 37 días confinada en alta mar

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A nadie le puede gustar que un viaje se termine. Dejar la maleta huérfana en medio del salón, volver a pensar en el día a día. El trabajo, el colegio de los niños, las tareas del hogar. Vaya bajonazo. Es, en un escenario lógico, algo habitual. Muy mal tienen que ir las cosas para celebrar encontrarse con unos muebles llenos de polvo y un frigorífico más pelado que el de Carpanta. Pero la cosa cambia cuando vives 37 días confinado en un barco, sin poder pisar tierra firme. Repudiado por países que no quieren contacto humano por culpa de un virus que se cobra millares de vidas mientras tú sólo ves agua. No hay lógica, sólo whatsapps, noticias inquietantes y una mezcla entre preocupación, rabia y, por qué no decirlo, miedo.  Es entonces cuando la película cambia por completo. Es la historia de José Luis y Carmen, una pareja malagueña que ha vivido una auténtica odisea marítima en plena pandemia mundial.

"Ha sido emocionante", resalta con un suspiro que lo dice todo José Luis, ya jubilado y que a sus 67 años sólo quería dar la vuelta al mundo en un crucero, el Costa Deliziosa, con su mujer, Carmen. Se refiere no precisamente al viaje, sino al momento de meter la llave en la cerradura de la puerta de su casa, en Torre del Mar. Atrás quedaron este lunes 37 días en un barco, con días en cuarentena dentro de los camarotes y compañeros de viaje que iban conociendo la muerte de familiares o amigos: "Se lleva mal por la preocupación por la familia, tenemos dos hijas y dos nietos, y mi madre es muy mayor". 1.831 pasajeros entre los que se encontraban, además de José Luis y Carmen, otra pareja costasoleña más residente en Torremolinos. También, seis ciudadanos malagueños más nacidos entre Alemania e Inglaterra.

"Era una cuarentena de facto, antes de llegar a los países sabíamos que no nos dejarían entrar"

Este lunes atracaron en el puerto de Barcelona después de recibir noes en otras ciudades como Venecia o Marsella. No les ha faltado de nada, eso es cierto, ni tampoco han tenido que lamentar ningún caso de coronavirus dentro del barco. Si nos paramos a pensarlo, realmente, han estado más a salvo que cualquiera. Desde el 14 de marzo hasta este lunes el Costa Deliziosa sólo se ha detenido en puertos de medio mundo -Australia, Omán, Italia- para reponer combustible y víveres. Nada más. "Salíamos de los camarotes, pero era una cuarentena de facto por si alguna persona había estado en contacto con un positivo", detalla José Luis. Las noticias llegaban por la comunicación de la compañía pero, sobre todo, de lo que olisqueaban en internet: "Antes de llegar a los países sabíamos que no nos dejarían entrar".

Fue en las costas australianas cuando todo cambió. Antes, se había suprimido la travesía por el continente asiático, epicentro de la pandemia en sus albores. Se modificó la ruta (ver imagen inferior) con el coronavirus azotando el planteta. Y, como telón de fondo, la única vía para volver a casa. "No ha sido un crucero, ha sido una repatriación", dice sin ningún atisbo de duda, explicando cómo los pasajeros franceses han tenido que pisar suelo en Barcelona -al igual que los casi 180 españoles- porque el puerto de Marsella negaba la entrada incluso a sus compatriotas. Es una cara más del coronavirus.

Un tripulante del Costa Deliziosa explica a los pasajeros el cambio de ruta.
Un tripulante del Costa Deliziosa explica a los pasajeros el cambio de ruta.

Las horas de internet se convirtieron en la mayor de las necesidades. Hablar con la familia, una bala más para pasar los días. Dentro del barco todo era igual: comercios y restaurantes abiertos, teatros a disposición de los pasajeros. Todo igual, pero a la vez infinitamente distinto. 37 días así, se dice pronto. Incluso miembros de la tripulación llegaron a decir a José Luis y su mujer que la tesitura era "difícil de soportar incluso en profesionales del mar". Pero ni el mar ni el poder de un virus ha impedido que una casa en Torre del Mar haya vuelto a llenarse de vida. La que les queda por vivir a los malagueños José Luis y Carmen, que, al contrario de lo que uno pueda pensar, ya están pensando en cuándo volverán de nuevo a subirse a un barco.

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