Segura de la Sierra, Jorge Manrique y el yelmo
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RECUERDOS DE UN PARQUE DE JAEN" (Sierras de Cazorla y Segura). Segunda 'entrega'. "SEGURA DE LA SIERRA, JORGE MANRIQUE Y EL YELMO"
Desde el taxi que corretea por Orcera en medio de la noche, Segura se ve como una sinuosa procesión de luces que se prolonga montaña arriba hasta alcanzar su castillo. Es una visión sumamente hermosa: entre olivos, llamaradas, y nada se quema, aunque todo arda, noche próxima a los 'Reyes', y en el pueblo, aunque falten días, un regalo en forma de precioso apartamento, que, aunque este al llegar la Epifanía, no están nuestros cuerpos para establos y pesebres.
Una mansión deseamos, la mansión está servida. Solos en el apartamento, luego de Encarni y Antón, hacedores de este sueño, habrá un ligero desorden en busca de los pijamas, un poco de comida para cenar; la boca, la pasta, los dientes... y a dormir, que mañana será otro día. Y lo fue...
Santa Genoveba, viernes. Me despierto. Abro la ventana, y el tejado, algunos montes y el inicio o el final de un pantano. La vuelvo a abrir, esta vez de par en par, y, oh, por todos los dioses, que espectáculo: ¡Qué montañas, qué mar de nubes flotando sobre verdes valles! Son muy blancas las nubes, como espuma de bomberos, y es muy verde la tierra: miles de olivos con sus pendientes de aceituna colgando, pronto le llegara la vara, y caerá, con rama y todo, sobre la red, pescadores de olivas son estos hombres y mujeres, mejor si vinieran ya, desde el árbol, de anchoa "folladas", trabajo ahorrado, aceite que sabe a tierra y mar, bebida de Dioses...
A pesar de la nebulosa, desde la ventana se aprecian los inmensos campos que van a chocar, y no progresan, contra las montañas que cierran el horizonte bajo un cielo de nubes grises. Si cambio de ventana y es ella la que mira, apoyado yo en el alféizar, vestido aún de pijama, del cielo, de tanto peso, cayó el mar en forma de nubes, o las nubes creando un mar.
De nuevo los olivos tienen techo. Tienen techo... y humedad. Sobre el alféizar, también, de la ventana de al lado, un gato madrugador nos da los buenos días. Quieto está, como lagartija al sol, y es blanco, y pardo también... y sus ojos vivarachos...
En la atalaya más alta de Segura de la Sierra, más alta aún que la torre de su iglesia, la muchacha, bien abrigada, deja caer frontalmente su cabeza y reflexiona. Las diez menos veinte en el reloj de la torre, al fondo, las montañas bajo la amenaza de una densa hilera de nubes. Detrás de mí, que también estoy en su balcón, no hay reloj, ni tiempo, se ha detenido para transformarse en el "pico más importante del sector septentrional de la Sierra de Segura". Con 1809 metros de altitud, el Yelmo es un desafío, o una amenaza, depende de que las nubes circunden su cumbre o no lo hagan.
Hoy, con cielo claro, nos es permitido ver su silueta rocosa e insinuante. Tanto ella como yo, que damos la espalda a la sierra, estamos callados, ella, como se acaba de decir, meditando; yo, fingiendo torpemente una sonrisa. Porque lo mío no es la sonrisa, mucho menos la risa: lo mío es la fascinación que en mí ha creado el mito y me ha dejado mudo. Callados los dos, siguiendo los dictados de la 'Palabra Nueva', comienzan a hablar las piedras. Afino el oído, mientras ella está a lo suyo y como enojada, tal vez sea dolor, o amargura, o una pena muy profunda, y escucho nítidamente...
"Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir"...
Reacciona la mujer y me pregunta, Quien ha dicho tal cosa, La piedra, Las piedras no hablan, fue una metáfora aquello que dijo Jesús, Te equivocas, recuerda que El dijo, hablando de sí mismo, que era "el camino, la verdad y la vida". Y para que creas viendo, mujer de poca fe, date la vuelta y repara, sobre el pedestal, en esa figura que de pie está leyendo, Quién es, Jorge Manrique, Y por qué aquí una estatua en su memoria, Porque él era segureño, de este pueblo, de Segura de la Sierra"...
Bajábamos ya, descendíamos el pueblo en busca de un coche que nos acercara hasta el inicio de la ruta, unas ruinas de la casa forestal 'El Campillo', cuando creí seguir escuchando la triste voz de Manrique... "Este mundo es el camino / para el otro / que es morada / mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar" ... Y tome estas últimas palabras como la advertencia de un buen amigo. No sé si erré, o si fue osadía, pero el caso es que, intentando hollar el Yelmo, estuve a punto, y no exagero, de toparme de bruces con la muerte... "Y llegados son iguales / los que viven por sus manos / y los ricos"...
De mis manos vivo yo, con ellas voy, día a día, alimentando mi espíritu y mi conciencia. Pero en Segura, camino del Yelmo, no siendo las manos para la escritura, sean estas utilizadas para agarrarse a las ramas o para asirse al saliente de una roca.
Y así fue, fundamentalmente, porque, en un ataque de audacia, en vez de zigzaguear, quise buscar la línea recta remontando una acusada pendiente. Al principio, mientras pretendíamos seguir el camino que nos señalaba el libro de..."Las mejores excursiones por...", nada hacía presagiar momentos de tanto apuro. Alegres, ella colocaba la cámara en lo alto de una piedra, pulsaba un botón y salia disparada hacia mí, que la esperaba para rodear su cuello y tomar su brazo con las manos y los brazos míos...
De momento, me sigue, señal de que existe camino, a pesar de que, tomándonos un breve descanso, todo parezca un bosque de pinos, y, sobre ellos, la escarpada y empinada roca. Hay tiempo aún, antes de mi 'fuga', de acusar la sombra de un pino muy oscuro, augurio, ese lugar, ese momento, de haber errado por haber perdido el camino. Me acordé, entonces, de las palabras de Jorge Manrique, y las fui ordenando como Dios me dio a entender: camino, tino, yerro, morada.
Ya ordenadas, y dichas para mí mismo, me senté en el tronco de un árbol extinto, y, rodeado de pinos, sobre un suelo desigual, me quedé mirándolo, en gesto de desafío, al Yelmo. Cualquiera que me mire, dirá, He ahí a un hombre dudoso, con miedo, pero este cualquiera no estará, ni mucho menos, acertado. Porque al poco de haberle retado con mis ganas, saqué mis manos de los bolsillos, y, dejándola a ella recostada sobre una enorme roca a modo de pared protectora, me eche a la carrera como liebre azorada, como animal alocado que no tiene otra opción que no sea la meta de su hogar o la pieza que sacie su hambre...
Ningún testimonio hay de lo que hice, pero yo, que me acuerdo perfectamente y no puedo mentir, ni a vosotros ni a mi persona, sé que trepé, cual Tarzan, agarrandome a las ramas a falta de lianas; que me arrastre por la piedra como un reptil; que me quede colgando de un tronco podrido, que rasgue mi jersey con el saliente afilado de un árbol.
Obcecado iba, ascendiendo muy poco a poco, y cuanto mayor era la dificultad para el progreso, más tozudo me volvía: hacia atrás, ni un solo paso. Y así, por puro instinto, fui ganando metros hasta llegar a una carretera envuelta entre tinieblas. El espectáculo era épico, glorioso, y nadie si no yo lo sabía. Destilaba mi cuerpo adrenalina...pero nadie la media.
Corriendo, cruce la carretera un par, tres, cuatro veces, hasta que hallé un camino de los de verdad, de esos que se conservan todavía puros. Un arreon más, un esfuerzo todavía, ahora ya sobre la hierba, o sobre la tierra, o sobre la piedra... ¡qué sé yo!
El caso es que, alcanzada la cima, aún no recordándolo bien, sé que a algo me abracé: un buzón, un vértice geodésico, una escultura...¡el Yelmo, vencido!
La bajada, como suele suceder en las montañas traidoras, fue mucho más dificultosa que la ascensión. Con tiento, con mucho tiento, me fui dejando caer, como bola de nieve, como ardiente lava, arrastrando en mi descuelgue piedras y pedruscos que, al desprenderse de lo suyo, en caída libre se precipitaban Yelmo abajo, provocando un ruido terrible, estremecedor, que hacía nacer en mi compañera los peores miedos.
Y es que, sin yo saberlo, en mi progresar a la manera de los gasterópodos, muy cerca de ella me movía, poniéndola en peligro: una pesada rama sobre su liviano cuerpo, una dura piedra contra su frente, un alud de tierra que la sepultara. Al final, habiéndome jugado prácticamente la vida, llegue hasta ella, que me recibió, quiero pensarlo así, con los brazos abiertos, actitud que no excluye, ni mucho menos, una seria reprimenda por el desmedido riesgo... y por su triste abandono...
Un artículo para ElDesmarque Bizkaia de Luis Mari Pérez 'Kuitxi', futbolista, periodista, montañero, pero sobre todo escritor: cuentos, relatos, crónicas, artículos radiofónicos, literatura de viajes.