Vanessa Almeida, un 8.000 para visibilizar el autismo

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Vanessa encara su desafío más ambicioso: el Manaslu (8.163 m), en Nepal, dentro del proyecto 8.000 sin barreras
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Vanessa Almeida (Vitoria-Gasteiz, 1978) sabe lo que es luchar contra la corriente. Durante años, brilló en la vela de élite: fue campeona del mundo, tres veces campeona de España y entrenadora del equipo paralímpico español en los Juegos de Londres 2012. Pero detrás de ese palmarés, había una sensación persistente de desconexión, de vivir con un código distinto al que usaban los demás.
Pasados los 40 años, encontró la clave: le confirmaron que tenía síndrome de Asperger, dentro del espectro autista. No lo vivió como un diagnóstico que marcara un límite, sino como una explicación que ordenaba su historia. No estaba “fuera de lugar”; simplemente, habitaba el mundo desde otra perspectiva.
El reto pendiente de la sociedad
Ese descubrimiento le dio paz interior, pero también la enfrentó a una realidad incómoda: el autismo no es un obstáculo, pero la sociedad todavía lo convierte en una barrera. Dificultades de comunicación, malentendidos en entornos profesionales, exigencias de “normalidad” que no respetan los ritmos propios. Las puertas que se cierran no las pone la condición, sino un entorno que sigue sin reconocer la diversidad, pese a que la evidencia en todos los ámbitos demuestra su valor.
La Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (2006) señala que para garantizar la igualdad y eliminar la discriminación es necesario adoptar ajustes razonables y medidas específicas que aseguren la igualdad de hecho.
Equidad frente a uniformidad. Singularidad frente a homogeneización. Ese sigue siendo el gran reto pendiente.
La montaña como espejo
Fue en la montaña donde Vanessa encontró un espacio de libertad. En altura desaparecen los juicios y las expectativas sociales: quedan el frío, el esfuerzo y la concentración. Allí su autismo no es un obstáculo, sino un recurso. La capacidad de focalizarse, de sostener rutinas y de encontrar claridad en el silencio se convierten en fortalezas.
Su recorrido en la alta montaña ha sido progresivo: el Toubkal en Marruecos, el Elbrús en Rusia, el Ojos del Salado en los Andes. También conoció la renuncia, como en el Cóndor, en Bolivia, donde las condiciones obligaron a dar la vuelta. Cada cima y cada tropiezo le han enseñado lo mismo: la montaña no se conquista, se comparte y se respeta.

8.000 sin barreras
Ahora encara su desafío más ambicioso: el Manaslu (8.163 m), en Nepal, dentro del proyecto 8.000 sin barreras. Se trata de un reto inédito: convertirse en la primera mujer con autismo en alcanzar un ochomil.
Acompañada por el alpinista Juan Vallejo, partió hacia el Himalaya el pasado 5 de septiembre con un objetivo que va mucho más allá de lo deportivo: convertirse en la primera mujer y persona con autismo en alcanzar un ochomil y, sobre todo, lanzar un mensaje de visibilidad e inclusión.
El proyecto incluye también un componente científico. Su expedición sirve para estudiar cómo se adapta el organismo en condiciones extremas, con la idea de generar conocimiento útil y derribar prejuicios. Porque en este caso, la montaña no es solo un reto físico, sino también un altavoz social.
Pero 8.000 sin barreras va mucho más allá de la expedición en el Himalaya. No se trata únicamente de un reto deportivo y científico, sino de una iniciativa integral que busca transformar la mirada social hacia el autismo. Junto a la preparación y el ascenso al Manaslu, el proyecto desarrolla un amplio programa de charlas, talleres y acciones formativas en centros educativos, instituciones y espacios públicos. El objetivo es doble: generar conocimiento, acercar la realidad de las personas con autismo y fomentar una sociedad más inclusiva.
En este sentido, la montaña es un altavoz, pero no la única cima a conquistar. Cada actividad de divulgación, cada encuentro con familias, cada sesión de formación con profesionales se convierte en un paso más en la misma dirección: derribar prejuicios y construir un entorno que valore la diversidad.
Alcanzar el Manaslu será un hito de enorme simbolismo, pero el verdadero alcance del proyecto está en su capacidad para sembrar cambios cotidianos, abrir espacios de sensibilización y normalizar la diferencia como parte de la riqueza común.

La cima más alta
Vanessa no idealiza el camino. Habla con realismo de los días grises, del cansancio y de las sobrecargas que acompañan cada reto. Pero también insiste en la perseverancia como motor: seguir aunque pese, resistir aunque duela. Cada paso es una forma de reafirmar que su principal compromiso es consigo misma.
Su vida, como la montaña, está hecha de ascensos y descensos. En ambos casos, lo que importa no es solo la cima, sino la capacidad de levantarse y volver a caminar.
Pero entre todas sus conquistas, Vanessa señala una muy distinta: su familia. Haber construido un hogar, ser madre y educar desde la autenticidad es, asegura, su mayor victoria. Su marido Gonzalo y sus hijos son la raíz que sostiene cada reto y la cima más alta que jamás podrá alcanzar.
Esa experiencia íntima le recuerda que la verdadera inclusión comienza en lo cotidiano: dar a cada persona lo que necesita para crecer y dejar de exigirle que encaje en moldes ajenos.
El ascenso al Manaslu es un gesto deportivo de enorme valor, pero también un recordatorio más profundo: el autismo no limita, lo que limita es una sociedad que aún no ha aprendido a abrazar la diversidad.
La historia de Vanessa Almeida demuestra que la normalidad es plural, que cada persona es única y diferente, que la igualdad solo será real cuando se base en la equidad.