Truño de Derbi con p: polémica, pasión y poquito fútbol

Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. El presente del Derbi sevillano confirma el dicho, porque el de este pasado domingo, el segundo de la temporada 2023-24, resultó un verdadero truño, con p de petardo. Históricamente, suele incluir de serie dos pes: polémica (para los béticos y los sevillistas) y pasión; atributos adheridos por antonomasia a una eterna pelea entre hermanos. Pero también ha solido albergar mucho fútbol. En este último en Heliópolis, se unió la tercera p: poquito fútbol. Y más polémica y pasión que otra cosa.

No deja de ser curioso, por cuanto ambos equipos llegaban al partido en su mejor momento de la temporada. Los noventa minutos dejaron claro que en estos partidos premia el miedo a perder, la p más importante. El cuadro de Pellegrini lo intentó en cierta medida, guiado por un Isco a trancas y barrancas por su lesión, y más bético que nunca tras marcar el gol verdiblanco de penalti. Lo celebró en Gol Sur como si fuera el último partido de su vida, liberándose así de las heridas que dejó en su trayectoria un polémico paso por el Sevilla con Monchi como enemigo público. Al Betis le faltó acierto en las pocas ocasiones claras que tuvo y menos piedad defensiva con un rival ante el que sigue pareciendo que le atenaza el complejo de inferioridad en estos choques de máxima rivalidad. Por lo menos, últimamente ya no pierde...

Kike Salas no podía ni debía irse a la grada. Por eso llamó a sus compañeros como si quisiera llevarlos al Tremendo para celebrar su gol del empate, el de un chaval de corazón rojo que disfrutó de lo que considera más bonito del mundo. No hizo mucho más el Sevilla FC, ni está ahora mismo para eso. Quique Sánchez Flores le ha devuelto la competitividad y la seriedad defensiva, y con eso va en bici. No se sabe si eso le dará para seguir en el banquillo, pero de sobra para salir indemne del Villamarín con Acuña y diez más.

Polémicas para ambos bandos

Entre voleones, patadas y pataditas, y mucho me quito el balón de encima; la polémica entretuvo al personal de ambos bandos. El sevillismo se quejó de la rasca de Fornals a Soumaré, de color amarillo-naranja-tirando a rojo, que pudo haber condicionado el resto del partido; y del penalti pitado a Lukebakio, muy discutible, aunque en el fútbol actual que se ha creado, del todo punible.

El beticismo, por su parte, clamó por la intromisión del VAR en el penalti en principio pitado por Sánchez Martínez a Badé por el gañafón a Isco. Si se trata de una interpretación, no se sabe muy bien por qué entra la tecnología. Ni qué ofrece la imagen para que el árbitro cambie su decisión. Ni mucho menos a cuento de qué los colegiados del VAR tienen que dirigir con contumacia el rearbitraje en el sentido opuesto a lo decretado en el campo.

Pasión sin incidentes

Si el encuentro no respondió a las expectativas deportivas, sí lo hizo de sobra con las emocionales. La pasión se desbordó sin incidentes, lo cual va dejando de ser noticia y empieza a ser motivo de orgullo para la ciudad. Los indeseables se disipan entre el saber vivir un Derbi de la ciudad más dual y cainita. Cuando una discusión que no pasa de ahí y una botella que no termina de causar prácticamente daño constituyen el parte de incidentes es que algo se está haciendo bien. Un tifo insulso y accidentado, y otro con su poquito de mal gusto, fue lo peor. Alabado sea el panorama. A este paso, de Despeñaperros para arriba se van a aburrir de los Betis-Sevilla y viceversa...

Lo cierto es que la vida del Derbi sigue más o menos igual que últimamente. El empate es ya una bandera. El Betis no es capaz de ganarle al peor Sevilla en mucho tiempo, pero tampoco pierde. El Sevilla no le hinca el diente a su eterno rival, aunque se va de rositas. Y todos felices: los béticos, acostumbrándose a que el enemigo les mire la matrícula y luchando por Europa; y los sevillistas, habiendo arreglado otra temporada infausta y ufanos de no acordarse de lo que es perder un Derbi. Por mucho truño que implique.