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Perico Fernández ya es una leyenda de película
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Perico Fernández ya es una leyenda de película

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Perico Fernández ha recibido hoy el adiós de Zaragoza, la ciudad que lo adoró como boxeador y por su forma de ser, en la que la muerte le ha supuesto atravesar esa frontera en la que un deportista pasa de ser un ídolo a una leyenda.Enrique Pérez
Pedro Fernández Castillejos, quien para muchos de aquellos que lo conocieron solo era un niño grande, vivió una vida de película plagada de anécdotas que en nada desmerecería a los mejores filmes del género del boxeo en que se refleja la gloria y miserias del deporte de la doce cuerdas como "Toro Salvaje", "El luchador" (Cinderella Man), "Million Dolar Baby", "Huracán Carter", "Marcado por el odio" o "Más dura será la caída".
El que fue campeón de Europa y del mundo del peso superligero fue el fiel ejemplo de lo que numerosas películas y libros sobre el deporte del ring han reflejado a lo largo de toda la historia, un chico de condición humilde que llega a la cima deportiva y acaba cayendo hasta la más absoluta miseria por no saber gestionar la fama ni el dinero conseguidos.
Perico reconoció en numerosas entrevistas que apenas se dejaba aconsejar deportivamente, ya que creía que sabía más que su propio entrenador, y tampoco se recataba en señalar que era un vago, deportivamente hablando, que no se cuidaba y al que le gustaba beber, fumar y la noche zaragozana, pero con una clase tan enorme que le permitió llegar a lo más alto.
A este respecto, uno de sus mejores amigos hasta el final, el también boxeador hispano-uruguayo Alfredo Evangelista, relataba a Efe una de sus anécdotas cuando estaba a punto de afrontar el título mundial: "Durante dos meses estuvimos concentrados y salíamos a correr juntos. Bueno, yo corría 20 kilómetros diarios, lo juro, y él se quedaba sentado y me decía que le recogiera cuando volviera. Así lo hacía. Él se mojaba la cara y decía que ya había corrido".
La vida de Perico, huérfano de padre y madre, fue una anécdota constante desde su más tierna infancia que reflejaba perfectamente su carácter fuerte e indomable, pero a la vez la ternura que evidenciaba en muchos momentos.
Recordaba con tristeza lo duro que era ver a sus compañeros del hospicio que recibían visitas de familiares mientras que a él no iba nunca a verle nadie, y eso le hizo forjarse a sí mismo.
Su carrera deportiva fue meteórica. En apenas año y medio pasó de ser campeón de España a campeón del mundo. A los aficionados les entusiasmaba su pegada, "de peso pesado", decía Alfredo Evangelista, y su descaro con la esquiva delante de los puños de sus adversarios.
Un rasgo que da cuenta de poco espíritu de sufrimiento sobre el ring, porque apenas había recibido golpes de sus oponentes hasta entonces. Fue en la disputa del título del mundo contra el japonés Furuyama, que acabó ganando a los puntos y en el que un golpe del nipón le rompió una costilla en el primer asalto.
El dolor le hizo decirle a su entrenador, Couto, y a su representante, Martín Miranda, que iba a abandonar. Por suerte para el púgil ambos lo convencieron de que aguantara, algo que hizo agazapado durante todo el combate en las esquinas protegiéndose las costillas para intentar salir conectando su poderoso croché, y que al final acabó dándole la victoria a los puntos.
Con el título mundial en el bolsillo, la visita al Palacio del Pardo para ser recibido por Francisco Franco fue inevitable. Allí se produjo una anécdota que refleja de manera fidedigna el carácter de un Perico Fernández que no temía a nadie y también su insolencia.
Cuando el jefe del Estado le felicitó por haberse proclamado campeón de Europa, el púgil, molesto porque le había 'degradado', hizo lo propio con Franco y le felicitó por ser capitán. Advertido el dictador de que el título ganado era mundial, rectificó y entonces Perico le felicitó por ser capitán general.
Solo alguien genial e inconsciente como él se hubiera atrevido a semejante despropósito ante el hombre más poderoso y temido de España.
En la década de los años 80 grabó un disco sencillo con dos canciones "Fuera de combate" y "No sé vivir sin ti". Él comentaba con mucha ironía que "por una cara cantaba una canción de amor y por la otra pedía disculpas por haber cantado tan mal".
Miguel Merino, que había sido presidente de la Federación Aragonesa de Boxeo y era alcalde de la capital aragonesa en la época de días de vino y rosas del boxeador, señaló para destacar la particular forma de ser del púgil que después de haber cobrado 150.000 pesetas de bolsa (900 euros) de un combate se gastó 145.000 (870 euros) en camisetas y pantalones.
También llegó a tener una televisión en cada habitación del piso donde vivía, incluido el baño.
Perico se compró un Seat 1.430 antes de sacarse el carné de conducir, tras lograr el Campeonato de Europa. Iba en él a examinarse y cada vez que le suspendían se montaba en él y volvía a su casa.
Dado su carisma y su popularidad, y para evitar algún accidente de gravedad, Merino decidió ponerle dos policías motoristas que lo acompañaban hasta que a los pocos días obtuvo por fin el carné.
El joven boxeador era una celebridad de tal calibre en la capital aragonesa que llegó un momento en que prefería ir en moto que en coche porque con el casco podía pasar más inadvertido.
A pesar de su peculiar forma de ser, siempre se caracterizó por ser amigo de sus amigos. En una ocasión, con motivo de la primera defensa que realizó del título mundial, se negó a boxear si a José María García, que había tenido ciertas diferencias con los promotores, no le permitían entrar al combate. "Si no entra el pequeño, yo no boxeo", dijo. Por descontado, que el afamado periodista pudo acceder y narrar la pelea.
Cuando ya su situación económica pasaba por evidentes apuros, el entonces alcalde de Zaragoza Antonio González Triviño le ofreció un trabajo de conserje en un colegio cuando él pensaba que iba a ser de mantenimiento porque siempre se había considerado un "manitas" y, con la sorna que le caracterizaba, respondió que si querían un portero que ficharan a Zubizarreta, llevado más por un poco entendible orgullo que por la realidad por la que atravesaba.
Nunca escondió que había vivido al día: "Me he gastado todas las perras, que también las he ganado. Que me quiten lo bailao", indicó a Efe poco tiempo antes de recibir el homenaje que le sacó de la indigencia y le proporcionó una vivienda para dejar de dormir en un club de alterne en el que su dueño le dejaba una cama cuando cerraba el local.
El resto del día, Perico deambulaba por las calles de la capital aragonesa echándose alguna cabezadita en algún banco.
El deporte aragonés llora la ausencia de ese Perico genial y tan especial al que perdió su poca cabeza, pero que enamoró a todos los que le conocieron por su forma campechana de ser y porque no tenía doblez ni pelos en la lengua.
Como suele ocurrir con el fallecimiento de cualquier persona el ser humano tiende a reconocer el lado positivo de los grandes personajes y a destacar sus virtudes para tapar en cierta medida los defectos, que en el caso de Perico también fueron muchos, aunque finalmente ha dejado una estela de cariño por la dimensión que llegó a alcanzar su hazaña en su momento.

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